Medalaganario - Banco de Reservas
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Jacinto Gimbernard | MeDalaganaRio<br />
Él venía ya imprimiendo los billetes <strong>de</strong> la lotería nacional,<br />
manteniendo el temor, semana tras semana, <strong>de</strong> que alguien robase<br />
las planillas sin numerar y falsificase un premio. Por evitar esto,<br />
i<strong>de</strong>ó contraseñas que <strong>de</strong>bían ser impresas en las propias oficinas <strong>de</strong><br />
la lotería. Pero nunca estaba tranquilo al respecto.<br />
Ramón Saviñón lluberes, el obeso administrador <strong>de</strong> la lotería,<br />
cuñado <strong>de</strong> trujillo, insistía en las múltiples conveniencias <strong>de</strong> que se<br />
instalara un teléfono en la imprenta. tanto insistió, que bienvenido,<br />
por salir <strong>de</strong>l caniquín <strong>de</strong> niño pesado que mantenía Mon Saviñón,<br />
hizo instalar uno en la pared <strong>de</strong> la habitación contigua a su estudio;<br />
un negro teléfono con auricular en forma <strong>de</strong> pera estilizada.<br />
–Ya no jodas más, Mon, ya puse el fuñío teléfono.<br />
eso sí, no me llames a menos que se trate <strong>de</strong> algo muy importante.<br />
Pero Mon era una especie <strong>de</strong> caprichoso niño gran<strong>de</strong> y gordo.<br />
no podía resistir la traviesa tentación <strong>de</strong> llamarlo en las primeras<br />
horas <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, cuando su nervioso impresor se acomodaba en<br />
una mecedora <strong>de</strong> alto espaldar y echaba una siesta saltarina entre<br />
el sueño con ronquidos y la frágil duermevela.<br />
el tercer día que lo llamó, le dijo entre carcajadas:<br />
–¡ah! te asustaste, ¿verdad?<br />
–Sí, Mon, sí me asusté –repuso suavemente–.<br />
–ja, ja, ja, mira, te llamo para encargarte billetes para un sorteo<br />
extraordinario, ja, ja, pensaste que era otra cosa, ja, ja, ja, siempre<br />
piensas lo peor, gran pen<strong>de</strong>jo, ja, ja, respón<strong>de</strong>me, respón<strong>de</strong>me...<br />
–oye la respuesta– dijo, arrancando <strong>de</strong> cuajo el teléfono cuyos<br />
restos <strong>de</strong> bakelita, alambres y piezas metálicas, habiendo atravesado<br />
la puerta, chocaron contra la pared <strong>de</strong>l fondo <strong>de</strong> la habitación<br />
contigua, añadiéndole un ruido seco al estruendo espantoso <strong>de</strong> las<br />
palabrotas que bienvenido hacía estallar en el sopor plomizo <strong>de</strong><br />
la tar<strong>de</strong>.<br />
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