Medalaganario - Banco de Reservas
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Jacinto Gimbernard | MeDalaganaRio<br />
agarrado <strong>de</strong>l <strong>de</strong>do grueso <strong>de</strong> su padre, como <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las correas<br />
<strong>de</strong> suela <strong>de</strong>l tranvía, observaba el panorama ensimismado, con los<br />
ojazos negros relucientes como azabaches bruñidos, la cabeza baja,<br />
tocando el pecho con el mentón y el perenne ceño fruncido.<br />
–¡carajo, tira el cabo!<br />
–¡arrima!...<br />
–¡oye, carretero!... aquí puñeta...<br />
las voces aumentaban su intensidad y excitación. laíto se<br />
colocó con su hijo junto a unos cajones estibados para evitar un<br />
empujón y una vaina. bajaron la pasarela <strong>de</strong>l balandro y por ella<br />
<strong>de</strong>scendieron dos hombres casi iguales a los que <strong>de</strong>ambulaban<br />
por el muelle. entonces apareció en la pasarela un personaje <strong>de</strong><br />
altivo porte, impecable uniforme blanco y gorra <strong>de</strong>corada con<br />
un ancla bordada con hilo <strong>de</strong> oro. Descendió a tierra con paso<br />
educado. bienvenido miraba fascinado aquella prestancia principesca.<br />
tan intensa era su mirada que el aristocrático marino la<br />
notó. acercándose a laíto le preguntó: –¿Hijo suyo? –Y servidor<br />
<strong>de</strong> usted -repuso laíto–. ahora bienvenido percibía un aroma<br />
in<strong>de</strong>terminado, como a colonia. el marino sonreía al niño con<br />
agrado. entablaron conversación. en diez minutos eran viejos<br />
amigos. el marino, quien hablaba un castellano tan pulcro como<br />
su traje, pidió permiso a laíto para llamar hermano al pequeño.<br />
laíto accedió distraídamente.<br />
Pasarían una media hora charlando. entonces se separaron.<br />
laíto tenía trabajo. el marino pidió que su nuevo hermano fuera a<br />
<strong>de</strong>spedirlo al día siguiente por la tar<strong>de</strong>.<br />
excitado por el encuentro con un ser humano tan distinguido y<br />
tan afín a él que le llamaba hermano, apenas durmió esa noche. al<br />
día siguiente contaba las horas que faltaban para el reencuentro.<br />
a la hora <strong>de</strong> la comida, a mediodía, mencionó nuevamente,<br />
por sexta o séptima vez lo <strong>de</strong>l hermano.<br />
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