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Medalaganario - Banco de Reservas

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Jacinto Gimbernard | MeDalaganaRio<br />

inquietu<strong>de</strong>s y cigarrillos <strong>de</strong> él, que acompañó los cajones <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

muelle hasta la imprenta.<br />

Él mismo dirigió a fuerza <strong>de</strong> inteligencia y palabrotas, el ensamblaje<br />

<strong>de</strong> la prensa que ocupaba una habitación completa.<br />

luego se instalaba a contemplar aquel panorama <strong>de</strong> hierro y<br />

acero, con bellas líneas <strong>de</strong> engranajes, piñones, ejes, tuercas, ruedas<br />

<strong>de</strong>ntadas, la cama <strong>de</strong> acero inmaculada don<strong>de</strong> habrían <strong>de</strong> montarse<br />

las ramas cargadas <strong>de</strong> tipos y grabados.<br />

el amó apasionadamente la optimus, la cual le correspondió<br />

con bellísimas impresiones y un musical sonido al funcionar. Poco<br />

a poco la máquina fue adoptando las actitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su dueño. Se<br />

<strong>de</strong>scomponía si la molestaban o si llegaba algún visitante azarado.<br />

en previsión, prohibió el acceso hacia la zona don<strong>de</strong> estaba la fenomenal<br />

prensa, con la cual existía una misteriosa comunicación.<br />

Dibujando en una habitación distante, una tar<strong>de</strong> mientras la<br />

máquina imprimía, grita <strong>de</strong> repente:<br />

–¿Quién está ahí, carajo?<br />

–nadie, don bienvenido.<br />

–¿está seguro? la prensa me suena rara...<br />

el larguirucho aprendiz sonrió burlonamente a sus espaldas y<br />

repitió con zumba –aquí no hay visita...<br />

Dio un salto <strong>de</strong> la banqueta al tiempo que Ramón, un albino<br />

famoso por su mala suerte se le acercaba diciéndole: –gimber, qué<br />

máquina, la estaba contemplando, qué sonido tiene... ¡qué maravilla!<br />

lívido, le puso su mano en la boca diciéndole en voz baja:<br />

–cállate, carajo... me vas a jo<strong>de</strong>r... las máquinas oyen...<br />

–Parece mentira, gimber, un hombre como tú creyendo vainas...<br />

–está bien, ¡pero vete, vete, vete!<br />

–Vine por tres pesos, tengo el gato en el fogón y los barrigones<br />

gritando –dijo Ramón, rascándose la cabeza con <strong>de</strong>sgano y haciendo<br />

una mueca.<br />

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