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Hacia-Rutas-Salvajes-Into-The-Wild-Jon-Krakauer

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incomprensible o se quedaban en blanco, ofreciendo un testimonio evidente y<br />

estremecedor del estado torturado de su mente. Cuando las enfermeras<br />

intentaron cambiarle las sábanas, se revolvió furiosamente en la cama<br />

intentando liberarse de las correas; maldecía las correas, me maldecía a mí,<br />

maldecía al destino. El hecho de que su infalible plan de vida lo hubiera llevado<br />

hasta aquel lugar, hasta aquella escena de pesadilla, era una ironía que no me<br />

producía placer alguno y escapaba totalmente a su comprensión.<br />

Tampoco estaba en condiciones de apreciar otra ironía: que, después de<br />

todo, sus denodados esfuerzos por moldearme a su imagen y semejanza<br />

habían tenido éxito. De hecho, había logrado inculcarme un sentido de la<br />

ambición profundo y ardiente, sólo que ese sentido de la ambición se había<br />

concretado en una meta que no era la prevista. Jamás comprendió que el<br />

Pulgar del Diablo representaba lo mismo que la facultad de Medicina, sólo que<br />

distinto.<br />

Supongo que fue este sentido heredado de la ambición, de rechazo al<br />

fracaso, lo que me impidió admitir la derrota en el casquete de Stikine después<br />

de que mi asalto inicial al Pulgar del Diablo se hubiera saldado con un fiasco y<br />

la tienda hubiera estado a punto de ser consumida por las llamas. Tres días<br />

después de abandonar mi primer intento, me dirigí de nuevo hacia la cara<br />

norte. Esta vez sólo conseguí ascender unos 40 metros por encima del<br />

bergschrund antes de que la falta de serenidad y una ventisca me obligaran a<br />

dar media vuelta.<br />

Así y todo, en lugar de regresar al campamento base emplazado en el<br />

glaciar, decidí pasar la noche en el flanco escarpado de la montaña, justo<br />

debajo del punto más elevado al que había logrado llegar. Resultó ser un error.<br />

Al atardecer, la ventisca había sufrido una metástasis que la había<br />

transformado en otra ventisca aún mayor. El grosor de la capa de nieve crecía<br />

a razón de dos centímetros por hora. Mientras me acurrucaba dentro del saco<br />

de vivac en el reborde del bergschrund, el viento formaba corrientes turbulentas<br />

que arrastraban hacia abajo la nieve en polvo de la pared superior. La nieve<br />

arrastrada por las rachas de viento me bañaba como una ola, sepultando<br />

lentamente la repisa en la que me había instalado.<br />

Esta especie de alud sólo tardó veinte minutos en cubrir el saco de vivac —<br />

un delgado envoltorio de nailon con una forma parecida a las bolsas de plástico<br />

de los bocadillos Baggies, sólo que más grande— hasta la altura de la rendija<br />

por la que respiraba. Me desenterré, pero tuve que repetir la operación cuatro<br />

veces. Cuando quedé sepultado por quinta vez, consideré que ya había tenido<br />

suficiente. Metí todo el equipo en la mochila y corrí hacia el campamento base<br />

en busca de refugio.<br />

El descenso fue aterrador. A causa de las nubes, la ventisca y la luz<br />

mortecina del atardecer no podía distinguir el cielo de la rampa de hielo por la<br />

que bajaba. Estaba angustiado por la posibilidad de dar un paso a ciegas<br />

desde lo alto de un serac y precipitarme hacia el glaciar del Caldero de las<br />

Brujas, 800 metros más abajo.<br />

Cuando por fin llegué a la llanura helada del glaciar, descubrí que el viento<br />

había borrado el rastro de mis huellas. No tenía la menor idea de cómo<br />

localizar la tienda; la altiplanicie era ahora una extensión informe donde no se<br />

veía ningún accidente que sirviese de punto de orientación. Esquié en círculos<br />

durante una hora esperando tener suerte y tropezar por casualidad con el<br />

campamento, hasta que, tras resbalar a causa de una pequeña grieta,<br />

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