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Hacia-Rutas-Salvajes-Into-The-Wild-Jon-Krakauer

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Antes de ponerse en camino, el anciano le regaló un machete, una parka<br />

polar, una caña de pescar plegable y otros pertrechos para su empresa<br />

subártica. El jueves al amanecer salieron de la ciudad en la camioneta de<br />

Franz; se detuvieron en Bullhead City para cancelar la libreta de ahorros que el<br />

muchacho había abierto unos meses antes y luego visitaron el remolque de<br />

Charlie, donde había escondido algunos libros y pertenencias, incluyendo el<br />

cuaderno que recogía su aventura en canoa por el río Colorado. McCandless<br />

se empeñó en invitar a Franz a almorzar en el Golden Nugget, un casino de<br />

Laughlin. Una camarera del Nugget saludó efusivamente al chico cuando lo<br />

reconoció:<br />

—¡Alex! ¡Qué sorpresa! ¡Has vuelto!<br />

Franz había comprado una cámara de vídeo antes de emprender el viaje y<br />

de vez en cuando efectuaba paradas para filmar el paisaje. Aunque<br />

McCandless intentaba escabullirse cada vez que Franz lo enfocaba con el<br />

objetivo, se conservan unas breves imágenes en las que aparece con actitud<br />

impaciente en lo alto del cañón de Bryce, de pie sobre la nieve. McCandless<br />

tiene la tez bronceada y se le ve robusto y saludable. Lleva vaqueros y un<br />

jersey de lana. Al cabo de unos instantes, empieza a protestar sin apartar la<br />

mirada de la cámara.<br />

—Venga, vámonos. Déjalo ya. Nos queda mucho camino por delante, Ron.<br />

Según Franz, el viaje fue agradable pese a las prisas. «A veces no<br />

intercambiábamos una sola palabra durante horas —recuerda—. Incluso<br />

cuando se quedaba dormido, me sentía contento sólo con saber que estaba<br />

allí.» Franz se atrevió entonces a plantearle una singular petición: «Mi madre<br />

era hija única, como mi padre, y no tengo hermanos. Ahora que mi hijo ha<br />

muerto, sólo quedo yo. Cuando me vaya de este mundo, mi familia habrá<br />

desaparecido para siempre. Así que le pregunté si podía adoptarlo, si quería<br />

ser mi hijo.»<br />

La petición incomodó a McCandless, que eludió dar una respuesta.<br />

—Hablaremos de ello cuando vuelva de Alaska, Ron —dijo.<br />

El 14 de marzo llegaron a las afueras de Grand Junction. Franz lo dejó en el<br />

arcén de la interestatal 70 y regresó a California. McCandless se sentía lleno<br />

de ilusión por encontrarse ya camino del norte, pero también aliviado; aliviado<br />

por haber vuelto a sortear la amenaza inminente de establecer unos lazos de<br />

amistad demasiado estrechos, demasiado íntimos, con toda la complicada<br />

carga emocional que ello conlleva. Había huido de los claustrofóbicos límites<br />

de su familia. Había conseguido guardar las distancias con Jan Burres y Wayne<br />

Westerberg, alejándose de sus vidas sin darles tiempo a esperar nada de él. Y<br />

en ese momento también acababa de salir sin mayores problemas de la vida<br />

de Ron Franz.<br />

Sin mayores problemas desde su perspectiva, pero no desde la del anciano,<br />

claro está. Sólo podemos hacer conjeturas sobre los motivos por los que Franz<br />

se encariñó en tan poco tiempo del muchacho; en cualquier caso, el afecto que<br />

sentía por él era sincero, intenso e incondicional. Franz había llevado una<br />

existencia solitaria durante muchos años. Carecía de familia y tenía pocos<br />

amigos. Pese a su soledad y lo avanzado de su edad era una persona<br />

disciplinada e independiente, capaz de arreglárselas muy bien sin ayuda de<br />

nadie. Sin embargo, cuando McCandless irrumpió en su mundo, las defensas<br />

que había construido con tanto cuidado se desmoronaron. Estaba<br />

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