Hacia-Rutas-Salvajes-Into-The-Wild-Jon-Krakauer
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A medida que dejó de reprocharse por el despilfarro que había supuesto la<br />
muerte del alce, la alegría que experimentaba a mediados de mayo reapareció<br />
y fue prolongándose hasta principios de julio. Fue entonces, en mitad de este<br />
idilio, cuando se produjo el primero de los dos incidentes cruciales que lo<br />
condujeron al desastre.<br />
Satisfecho con lo que había aprendido a lo largo de aquellos dos meses de<br />
vida solitaria en plena naturaleza, McCandless decidió regresar a la civilización.<br />
Había llegado el momento de poner punto final a «su última y mayor aventura»<br />
y volver al mundo de los hombres y las mujeres, donde podría tomarse una<br />
cerveza, mantener discusiones filosóficas y cautivar a desconocidos con el<br />
relato de sus hazañas. Parecía haber superado la necesidad de reivindicar con<br />
tanta firmeza su independencia, la necesidad de separarse de sus padres. Tal<br />
vez se sintiera en disposición de perdonarles sus imperfecciones; tal vez se<br />
sentía incluso en disposición de perdonarse algunas de sus propias faltas.<br />
McCandless parecía dispuesto, quizás, a regresar a casa.<br />
O tal vez no; lo que pretendía hacer después de abandonar el monte sólo<br />
puede ser objeto de especulaciones. En cualquier caso, es indudable que<br />
pretendía abandonarlo.<br />
En otro trozo de corteza de abedul, escribió una lista de las cosas que tenía<br />
que hacer antes de marcharse: «Remendar los téjanos. ¡Afeitarme! Organizar<br />
la mochila […].» Poco después, colocó la Minolta encima de un bidón de aceite<br />
vacío y tomó una fotografía en la que aparece sonriente y recién afeitado,<br />
blandiendo una maquinilla desechable de plástico amarillo y con las rodillas de<br />
los mugrientos vaqueros remendadas con unos retales de una manta del<br />
ejército. Si bien su aspecto es el de una persona sana, había adelgazado de<br />
una manera preocupante. Sus mejillas se ven hundidas y los tendones del<br />
cuello se le marcan como si fueran cables de acero.<br />
El 2 de julio, McCandless terminó de leer Felicidad familiar de Tolstoi,<br />
dejando subrayados algunos pasajes que lo habían conmovido:<br />
El tenía razón al decir que la única felicidad segura en la vida es vivir<br />
para los demás […].<br />
He pasado por muchas vicisitudes y ahora creo haber descubierto qué<br />
se necesita para ser feliz. Una vida tranquila de reclusión en el campo, con<br />
la posibilidad de ser útil a aquellas personas a quienes es fácil hacer el bien<br />
y que no están acostumbradas a que nadie se preocupe por ellas.<br />
Después, trabajar, con la esperanza de que tal vez sirva para algo; luego el<br />
descanso, la naturaleza, los libros, la música, el amor al prójimo… En esto<br />
consiste mi idea de la felicidad. Y finalmente, por encima de todo, tenerte a<br />
ti por compañera y, quizá, tener hijos… ¿Qué más puede desear el corazón<br />
de un hombre?<br />
El 3 de julio volvió a cargarse la mochila a la espalda y empezó a recorrer los<br />
30 kilómetros que lo separaban del tramo mejor conservado de la Senda de la<br />
Estampida. Al cabo de dos días, y en medio de un fuerte aguacero, llegó a los<br />
embalses de castores que bloqueaban el acceso a la orilla occidental del río<br />
Teklanika. En abril estaban helados y no representaban un obstáculo difícil de<br />
franquear. McCandless debió de alarmarse al descubrir que en julio se habían<br />
transformado en un lago de una hectárea y media que anegaba el camino.<br />
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