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Hacia-Rutas-Salvajes-Into-The-Wild-Jon-Krakauer

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La cosechadora se ha averiado por tercera vez en pocos días y Westerberg<br />

está haciendo desesperados esfuerzos para cambiar antes del anochecer un<br />

cojinete que se le resiste.<br />

Al cabo de una hora, se desliza fuera de la máquina, cubierto de grasa y<br />

rastrojos pero con expresión de triunfo. «Siento haber perdido la paciencia —se<br />

disculpa—. Llevamos demasiados días trabajando 18 horas. Cada vez estoy de<br />

peor humor, porque esta temporada vamos muy retrasados y encima nos falta<br />

mano de obra. Contaba con que Alex ya habría regresado.»<br />

Han pasado 50 días desde que el cadáver de Chris McCandless fue<br />

descubierto en la Senda de la Estampida. Siete meses antes, una glacial tarde<br />

de marzo, McCandless había entrado con toda tranquilidad en la oficina del<br />

elevador de grano de Carthage anunciando que estaba listo para ir a trabajar.<br />

«Nos encontrábamos todos allí, fichando antes de salir, y entró Alex con una<br />

gran mochila colgada al hombro», recuerda Westerberg.<br />

Le dijo a Westerberg que tenía planeado quedarse hasta el 15 de abril, el<br />

tiempo justo para obtener un poco de dinero. Según le explicó, tenía que<br />

comprar una larga lista de pertrechos porque se iba a Alaska. Le prometió que<br />

regresaría a Dakota del Sur a tiempo para ayudarlo con la cosecha de otoño,<br />

pero quería estar en Fairbanks a finales de abril, ya que su intención era apurar<br />

al máximo su estancia en el norte antes de volver.<br />

Durante las cuatro semanas que pasó en Carthage, McCandless trabajó con<br />

dureza, encargándose de las tareas más desagradables y pesadas, aquellas<br />

con las que nadie quería enfrentarse: limpiaba los almacenes, exterminaba<br />

insectos, escardaba y pintaba. Para recompensar sus esfuerzos con una tarea<br />

que requiriera un poco más de destreza, Westerberg intentó enseñarle a<br />

manejar una recogedora-cargadora. «Alex no entendía mucho de maquinaria<br />

que digamos —explica Westerberg al tiempo que sacude la cabeza—. Ver<br />

cómo intentaba apañárselas con el embrague manual y el resto de palancas<br />

fue bastante cómico. Estaba muy claro que no tenía ningún tipo de aptitud para<br />

la mecánica.»<br />

McCandless tampoco estaba dotado de un excesivo sentido común. Muchos<br />

de quienes lo conocieron han comentado espontáneamente que parecía tener<br />

una gran dificultad para resolver problemas prácticos, como si los árboles le<br />

impidieran ver el bosque. «Alex no era un pasmado, entiéndame bien —<br />

prosigue Westerberg—. Pero en ocasiones parecía vivir en las nubes.<br />

Recuerdo que una vez fui a casa, entre en la cocina y noté un olor<br />

nauseabundo. El microondas apestaba. Lo abrí y el fondo estaba lleno de<br />

grasa rancia. Alex lo había utilizado para asar un pollo y no se le había ocurrido<br />

pensar que la grasa tenía que caer en algún sitio. No era que fuera demasiado<br />

perezoso para limpiarlo. Al contrario, Alex siempre lo tenía todo muy pulcro y<br />

ordenado. No se había dado cuenta de lo que pasaba, así de simple.»<br />

Poco después del regreso de McCandless a Carthage, Westerberg le<br />

presentó a su novia, Gail Borah, una mujer menuda, ligera como una garza<br />

real, de ojos tristes, rasgos delicados y larga melena rubia. A sus treinta y cinco<br />

años, está divorciada y es madre de dos hijos adolescentes. Lleva años<br />

rompiendo y reconciliándose con Wayne Westerberg. Ella y McCandless se<br />

hicieron amigos muy pronto. «Al principio parecía muy tímido —cuenta Borah—<br />

. Se comportaba como si le costase mucho estar en compañía de otras<br />

personas. Me figuré que era porque había pasado mucho tiempo solo.<br />

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