Hacia-Rutas-Salvajes-Into-The-Wild-Jon-Krakauer
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Medio siglo más tarde, cuando McCandless manifiesta en una postal que<br />
envió a Wayne Westerberg que «he decidido que voy a dejarme arrastrar por la<br />
corriente de la vida durante un tiempo. La libertad y la simple belleza de la vida<br />
son algo demasiado valioso como para desperdiciarlo», sus palabras suenan<br />
extrañamente como las de Ruess. Los ecos de éste pueden reconocerse<br />
también en la última carta que McCandless envió a Ronald Franz (véase<br />
páginas 85-88).<br />
Ruess era tan romántico como McCandless o más, e igual de descuidado en<br />
lo que a su seguridad personal concernía. Clayborn Lockett, un arqueólogo que<br />
en 1934 empleó a Ruess durante un corto período como cocinero mientras<br />
excavaba una de las viviendas de los Anasazi, comentó a Rusho que «estaba<br />
horrorizado por la imprudencia con que se movía por aquellos peligrosos<br />
acantilados».<br />
Más aún, el mismo Ruess presumía de ello en una de sus cartas: «Me he<br />
jugado la vida cientos de veces trepando por paredes casi verticales y<br />
peñascos de desmenuzada arenisca en busca de agua o un refugio donde<br />
pasar la noche. En dos ocasiones he estado a punto de morir a causa de las<br />
embestidas de un toro salvaje, pero hasta ahora he logrado salir ileso y seguir<br />
con otras aventuras.»<br />
En su última carta, Ruess confesaba con despreocupación a su hermano<br />
que:<br />
He escapado de milagro de serpientes de cascabel y acantilados que se<br />
desmoronaban. El último percance que he sufrido se produjo cuando<br />
Chocolatero [su asno] removió un nido de abejas. Unas cuantas picaduras<br />
más y no lo habría contado. Estuve tres o cuatro días intentando abrir los<br />
ojos y recuperando el movimiento de las manos.<br />
Al igual que McCandless, no se dejaba amilanar por el malestar físico; a<br />
veces incluso parecía agradecerlo. Según explicaba en una carta a su amigo<br />
Bill Jacobs:<br />
Hace seis días que padezco un ataque de urticaria provocado por un<br />
zumaque, y mis sufrimientos todavía no han terminado. Durante dos días<br />
no supe si estaba vivo o muerto. Me retorcía de fiebre y dolor bajo el calor,<br />
mientras las hormigas recorrían mi cuerpo y un enjambre de moscas<br />
revoloteaba alrededor de mí. Mi piel parecía rezumar veneno, y tenía la<br />
cara, los brazos y la espalda llenos de ronchas. No comí; todo lo que podía<br />
hacer era soportar el dolor estoicamente […].<br />
Sufro estas alergias a menudo, pero me niego a que una alergia pueda<br />
expulsarme de los bosques.<br />
Y también al igual que McCandless, Ruess adoptó un seudónimo o, mejor<br />
dicho, una serie de seudónimos, antes de emprender la odisea de la que nunca<br />
regresaría. En una carta fechada el 1 de marzo de 1931 comunicaba a su<br />
familia que había decidido llamarse Lan Rameau. «Por favor, respetad el<br />
nombre de guerra que he elegido… ¿Cómo se dice en francés? ¿Nomme de<br />
plume?» Sin embargo, dos meses más tarde explicaba en otra carta: «He<br />
vuelto a cambiar de nombre. Ahora me llamo Evert Rulan. Los que me<br />
conocían antes pensaban que tenía un nombre estrafalario, demasiado<br />
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