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Hacia-Rutas-Salvajes-Into-The-Wild-Jon-Krakauer

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del riachuelo es muy pequeño, pero de una gran belleza, y los viajeros que a lo<br />

largo de los siglos han atravesado esta región seca e inhóspita han dependido<br />

de este oasis situado al fondo de un angosto desfiladero. Las escarpadas<br />

paredes de la garganta de Davis están decoradas con extraños petroglifos y<br />

pictografías cuya antigüedad se remonta a 900 años. Las semiderruidas casas<br />

de piedra de los desaparecidos Kayenta-Anasazi, los creadores de este arte<br />

rupestre, todavía sobreviven enclavadas en los abrigos y oquedades de ambos<br />

lados. Los restos de la antigua cerámica de los Anasazi se mezclan en la arena<br />

con oxidadas latas de conservas que a finales de siglo pasado fueron arrojadas<br />

por los ganaderos que apacentaban y abrevaban sus rebaños en el riachuelo.<br />

La garganta de Davis es en casi toda su extensión una profunda y<br />

serpenteante hendedura en la roca resbaladiza, tan estrecha que hay lugares<br />

en que las paredes parecen unirse. Los salientes de arenisca bloquean el paso<br />

a cualquiera que intente acceder al curso de agua desde la meseta desértica<br />

que lo rodea. Sin embargo, en el tramo inferior existe una ruta oculta que<br />

permite adentrarse en la garganta. Un poco más arriba del lugar donde el<br />

riachuelo de Davis desemboca en el lago Powell, existe una rampa natural que<br />

baja en zigzag por la pared occidental. En el punto donde termina la rampa, no<br />

muy lejos del fondo, aparece una tosca escalera que los pastores mormones<br />

cincelaron en la blanda arenisca hace casi un siglo.<br />

Las tierras que circundan la garganta de Davis son una altiplanicie árida de<br />

roca erosionada y arena rojiza. La vegetación es escasa. Encontrar una<br />

sombra donde resguardarse del sol abrasador es casi imposible. Sin embargo,<br />

descender hacia el interior de la garganta es como cruzar el umbral de otro<br />

mundo. Los álamos de Virginia se inclinan con suavidad sobre apelotonados<br />

grupos de faucarias en flor. Altos matojos se mecen con la brisa. Unas<br />

efímeras campanillas blancas asoman por encima de la punta de un arco de<br />

piedra de 25 metros de altitud y unos reyezuelos trinan una y otra vez desde<br />

las ramas de un chaparro. En lo alto de una de las paredes brota un manantial<br />

que riega el musgo y los culantrillos que crecen en la roca formando<br />

exuberantes tapices verdes.<br />

Hace seis décadas, Everett Ruess dejó grabado el seudónimo que había<br />

adoptado en ese rincón de ensueño, situado a poco más de un kilómetro y<br />

medio del lugar donde la escalera construida por los mormones alcanza el<br />

fondo de la garganta. Tenía 20 años. Realizó la inscripción debajo de unas<br />

pictografías y la repitió en la entrada de una pequeña construcción levantada<br />

por los Kayenta-Anasazi para almacenar grano. «NEMO 1934» rezaba el texto<br />

de ambas inscripciones. Sin duda, el impulso que lo llevo a garabatear su<br />

seudónimo fue el mismo que llevo a Chris McCandless a grabar la inscripción<br />

«Alexander Supertramp. Mayo de 1992» en un trozo de madera encontrado en<br />

el autobús abandonado junto al río Sushana, un impulso que quizá tampoco es<br />

muy distinto del que inspiró a los Kayenta-Anasazi para embellecer la roca con<br />

unos símbolos que ahora nos resultan indescifrables. En cualquier caso, poco<br />

después de dejar grabado su seudónimo en la piedra arenisca, Ruess<br />

abandonó la garganta de Davis y desapareció de forma misteriosa y, según<br />

parece, deliberada. La exhaustiva búsqueda que se llevó a cabo no arrojó<br />

ninguna luz sobre su paradero. Había desaparecido, sencillamente, como si el<br />

desierto se lo hubiera tragado. Sesenta años después, todavía seguimos sin<br />

saber casi nada de lo que le ocurrió.<br />

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