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Ahora mi corazón empezaba a correr. Mi cerebro chillaba, "tómalo, tómalo". Yo<br />

no podía creer lo que estaba escuchando. Pero aún así, nc dije nada.<br />

"O.K., u$s 2 por hora."<br />

Mi pequeño cerebro de 9 años y mi corazón, casi explotaban. Después de todo,<br />

estábamos en 1956, y que me pagaran u$s 2 la hora me hubiera convertido en el niño<br />

más rico del mundo. No podía imaginarme ganando esa clase de dinero. Yo quería<br />

decir "sí". Quería aceptar el trato. Podía ver una nueva bicicleta, guantes de baseball<br />

nuevos, y la adoración de mis amigos cuando mostrara algo de efectivo. Además de<br />

eso, Jimmy y sus amigos ricos nunca podrían volver a llamarme pobre. Pero por alguna<br />

razón mi boca permaneció en silencio.<br />

Quizás mi cerebro se recalentó y comenzó a derretirse. Pero en lo profundo de<br />

mi ser, yo realmente no quería esos u$s 2 por hora.<br />

El helado se derretía y corría por mi mano. El envase estaba vacío, y en el piso<br />

las hormigas disfrutaban el pegajoso enchastre de vainilla y chocolate. Padre rico veía<br />

ante sí a dos muchachitos que le devolvían fijamente la mirada, con los ojos muy<br />

abiertos y el cerebro en blanco. El sabía que nos estaba probando, y que nuestra parte<br />

emocional quería aceptar el trato. El sabía que el alma de cada ser humano tiene un<br />

punto débil y lleno de necesidades, que puede ser comprado. Y él sabía que el alma de<br />

cada ser humano también tenía una parte llena de fortaleza y de resolución, que no<br />

podría ser comprada jamás. La cuestión era cuál de las dos partes era la más fuerte. El<br />

había puesto a prueba a miles de almas en su vida. El examinaba almas cada vez que<br />

entrevistaba a alguien para un trabajo.<br />

"Bien, que sean u$s 5 por hora."<br />

De repente, hubo un silencio dentro de mí. Algo había cambiado. La oferta era<br />

demasiado buena, y ya se había vuelto ridícula. No demasiados adultos en 1956<br />

ganaban más de u$s 5 por hora. La tentación desapareció, y se instaló la calma.<br />

Lentamente, giré a mi izquierda y miré a Mike. El me devolvió la mirada. La parte de<br />

mi alma que era débil y necesitada, estaba silenciosa. La parte de mí que no tenía<br />

precio tomó el lugar. Una calma y una certeza acerca del dinero penetraron en mi<br />

cerebro y en mi alma.<br />

Yo sabía que Mike había llegado también a ese punto.<br />

"Bien", dijo padre rico suavemente. "Casi todas las personas tienen un precio. Y<br />

ese precio está dado por esas emociones humanas llamadas miedo y ansiedad. Primero,

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