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entrego al distribuidor de libros, a modo de crédito para nuevos ejemplares. El vendrá<br />

en una hora."<br />

Mike y yo, esperamos esa hora. Enseguida el distribuidor llegó, y le pregunté si<br />

podríamos tomar los libritos de historietas. El me respondió: "Pueden tenerlos si<br />

trabajan para este almacén, y no los revenden."<br />

Nuestra sociedad fue revivida. La mamá de Mike tenía una habitación vacía en<br />

el sótano, que nadie usaba. La limpiamos, y comenzamos a apilar allí cientos de<br />

revistas de historietas. Pronto, nuestra biblioteca de comics fue abierta al público.<br />

Contratamos a la hermana menor de Mike, a quien le encantaba estudiar, para ser la<br />

cabeza de la biblioteca. Ella cobraba a cada niño 10 centavos la entrada, y el lugar<br />

permanecía abierto desde las 2:30 hasta las 4:30 p.m. todos los días después del<br />

colegio. Los clientes, niños del vecindario, podían leer tantas revistas como pudieran,<br />

en esas dos horas. Era una ganga para ellos, dado que cada comic costaba 10 centavos,<br />

y alcanzaban a leer cinco o seis en dos horas.<br />

La hermana de Mike chequeaba a los niños cuando se iban, para asegurarse de<br />

que nadie se apropiara de ninguna revista. Ella también llevaba los libros con los<br />

registros, dividiéndolos en cuántos niños venían cada día, quiénes eran, y cualquier<br />

comentario que pudieran tener. Mike y yo promediamos los 9,50 dólares por semana,<br />

durante un período de tres meses. Le pagamos a su hermanita 1 dólar por semana, y la<br />

dejábamos leer gratis las historietas, lo cual rara vez hacía dado que estaba siempre<br />

estudiando.<br />

Mike y yo mantuvimos el acuerdo de trabajar en la tienda cada sábado,<br />

recolectando todos los comics de todos los almacenes. Respetamos nuestro acuerdo de<br />

no vender ninguna revista. Las quemábamos cuando se ponían muy andrajosas.<br />

Intentamos abrir una sucursal, pero nunca pud imos encontrar alguien tan dedicado<br />

como la hermana de Mike, en quien pudiéramos confiar.<br />

A una edad temprana, descubrimos lo difícil que era encontrar buen personal.<br />

Tres meses después de que la biblioteca fuera abierta por primera vez, se suscitó<br />

una pelea en el lugar. Algunos camorristas de otro vecindario lograron entrar por la<br />

fuerza, y la iniciaron. El padre de Mike sugirió que cerráramos el negocio. Así que<br />

nuestra tienda de historietas cerró, y nosotros dejamos de trabajar los sábados en el<br />

mini-mercado.<br />

De todos modos, el papá de Mike estaba feliz porque habíamos aprendido bien<br />

nuestra primera lección. Habíamos aprendido a tener dinero trabajando para nosotros.

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