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nlo sucede con los informativos televisivos o radiofónicos<br />
de las cadenas de gran difusión: en el mejor de<br />
los casos, o en el peor, sólo el orden de las noticias<br />
cambia.<br />
Esto se debe en parte a que la producción es colectiva.<br />
En el cine, por ejemplo, las obras son producto de<br />
colectivos cuyos nombres quedan reflejados en los títulos<br />
de crédito. Pero el colectivo cuyo producto son<br />
los mensajes televisados no se reduce al grupo constituido<br />
por el conjunto de una redacción; engloba al<br />
conjunto de los periodistas. Siempre se plantea la misma<br />
pregunta: ((Pero ja quién se refieren al decir esto?»<br />
Nadie cree nunca que se refieran a él ... Somos mucho<br />
menos originales de lo que creemos. Y esto resulta<br />
particularmente cierto en unos universos donde los<br />
constreñimientos colectivos son muy fuertes, en particular<br />
los que impone la competencia, en la medida en<br />
que cada uno de los productores se ve obligado a hacer<br />
cosas que no haría si los demás no existieran: las que<br />
hace, por ejemplo, para llegar antes que los demás.<br />
Nadie lee tanto los penódicos como los periodistas,<br />
que, por otra parte, son propensos a pensar que todo<br />
el mundo lee todos los periódicos (olvidan, para ernpezar,<br />
que mucha gente no lee ninguno, y, en segundo lugar,<br />
que los que leen alguno sólo leen uno. No es frecuente<br />
que alguien lea un mismo día Le Monde, Le<br />
Figaro y Libération, salvo que se trate de un profesional).<br />
Para los periodistas, la lectura de los penódicos<br />
es una actividad imprescindible y la revista de prensa<br />
un instrumento de trabajo: para saber lo que uno va a<br />
decir hay que saber lo que han dicho los demás. Éste