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nizada, despiadada, hasta el absurdo, pero que son<br />
también relaciones de connivencia, de complicidad objetiva,<br />
basadas en los intereses comunes vinculados a<br />
su posición en el campo de la producción simbólica y<br />
en el hecho de que comparten unas estructuras cognitivas<br />
y unas categorías de percepción y de valoración<br />
ligadas a su origen social y a su formación (o a su falta<br />
de ella). De lo que resulta que este instrumento de comunicación<br />
aparentemente sin límites que es la televisión<br />
está muy controlado. Cuando, durante los años<br />
sesenta, surgió el fenómeno de la televisión, muchos<br />
«sociólogos~)(entre comillas) se apresuraron a decir<br />
que, en tanto que «medio de comunicación de masas»,<br />
iba a «masificar>). La televisión, supuestamente, iba a<br />
nivelar, a homogeneizar más o menos a todos los telespectadores.<br />
De hecho, eso significaba subestimar su<br />
capacidad de resistencia. Pero, sobre todo, significaba<br />
subestimar la capacidad de la propia televisión para<br />
transformar a quienes la producen y, en líneas más generales,<br />
a los demás periodistas y al conjunto de los<br />
productores culturales (a través de la fascinación irresistible<br />
que ha ejercido sobre algunos de ellos). El fe-'<br />
nómeno más importante, y que era bastante difícil de<br />
prever, es la extensión extraordinaria de la influencia<br />
de la televisión sobre el conjunto de las actividades de<br />
producción cultural, incluidas las científicas o artísticas.<br />
En la actualidad, la televisión ha llevado a su extremo,<br />
a su límite, una contradicción que atormenta a<br />
todos los universos de producción cultural. Me refiero<br />
a la contradicción entre las condiciones económicas y<br />
sociales en las que hay que estar situado para poder