La casa de convalescencia.indd - Ediciones B

ñalase la región en su totalidad, los lagos, el agua, hasta el rocoso
archipiélago de islas frondosas que se veía a lo lejos, y que
llevaban hasta Suecia. Sus gafas reflejaron la luz del sol, escasa,
algo opalescente. Finalmente se volvió de nuevo, otra vez con
una mirada profesional, impersonal, desapasionada en los ojos
pequeños y azules.
—En realidad, no creo que lo sepa, el sueco ha sido la lengua
dominante en la costa desde hace generaciones. Casi todos
lo hablan o lo entienden. Pero aquí hablamos principalmente
finés. Por primera vez hemos cambiado el idioma de nuestros
registros; antes siempre se escribía en sueco, en todas partes,
pero los tiempos son otros y ahora deben escribirse en finés.
—Me temo que tampoco hablo sueco.
—Resulta que en su planta todas entenderán el inglés. Necesitan
personal que lo hable. ¿Sabe usted alemán
—Un poco, del colegio.
—Entonces, teóricamente al menos, el sueco le resultará más
fácil. El sueco es fácil de aprender. El finés es mucho más difícil.
Si quiere intentarlo, puede estudiar con la enfermera Tutor.
Pero las mujeres y las hijas de la maderera sólo vienen a pasar
unos años en Finlandia. No hablan finés.
—Me gustaría aprender. —Y después—: ¿Cómo se dice «enfermera»
en finés
—Sairaanhoitaja.
Sunny no había intentado repetirlo.
—¿Y «enfermera jefe» —preguntó.
—Ylihotaja.
Sunny tampoco pudo repetirlo, porque el finés hablado parece
formarse en la zona alta de la boca y baja de la garganta, lo
que se opone a la lógica de los angloparlantes.
—Lleva su tiempo. Es difícil aprender la lengua, y también
lo es penetrar en esta cultura. Hacer amigos en Finlandia lleva
su tiempo. —La voz de la directora de enfermería era grave;
no especialmente cordial, pero tampoco antipática—. A las que
atenderá en su planta, les resulta mucho más sencillo venir aquí,
al hospital, que intentar adaptarse. Es algo que ya observará: que
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