La casa de convalescencia.indd - Ediciones B

—Dey —responde Julia.
—Ja sukunimi —Sunny espera—. ¿Su nombre de pila
—Julia.
—¿No entiende el finés
—Mejor en inglés —responde Julia, y Sunny se avergüenza,
porque la mujer no parece tener paciencia con sus errores gramaticales.
Sunny rellena los formularios sin volver a alzar la vista y
cuando Julia ha firmado guarda todos los papeles en una carpeta.
Abre el armario y saca un montón de bolsas plegadas de malla
para la ropa sucia. Con una pluma de tinta indeleble que lleva
en el bolsillo del delantal, escribe DEY en la parte superior de
todas ellas.
—La bolsa blanca para la ropa blanca —dice en inglés—. La
azul para la ropa de color y la rosa para la ropa muy sucia. Sus
prendas se le devolverán con etiquetas cosidas, pero le recomiendo
que escriba sus iniciales en la costura interior de todo
lo que aprecie. A algunas de las señoras de esta planta no les
importa demasiado de quién es la ropa interior que se ponen.
Le ofrece la pluma, un préstamo.
¿A Julia le gustaría ver el resto del edificio
—Eso supongo —responde, alargando el brazo en busca de
apoyo, de Sunny, a quien considera valiosa como primera aliada,
una autoridad pulcra y esbelta vestida de azul. Más sensible
que la enfermera Todd. Y menos irrelevante que la enfermera
Tutor. Agarra con fuerza, con antagonismo, el brazo de Sunny.
«No quiero estar aquí, pero, ya que estoy, seré tu problema.»
Sunny se detiene en el control de enfermería para intercambiar
unas palabras con la enfermera Todd. Antes de que pueda
hablar, la otra dice:
—Mandaré a una muchacha a que deshaga el equipaje de la
señora Dey.
—Que suban algo bonito —dice Sunny, con lo que quiere dar
a entender: «Esta paciente es gruñona y desagradable.»
Julia está mirando el pasillo, su puerta, que quizá sea capaz
de distinguir, o quizá no, entre las otras del curvo espacio
— 23 —