La casa de convalescencia.indd - Ediciones B

Prólogo
Sólo nosotras importábamos. Teníamos grandes ventanales
y contemplábamos el cielo que se espesaba de nieve. Abríamos
la puerta metálica de la azotea y nos situábamos a lo largo de la
terraza curva, arrastrábamos las hamacas por el cemento, nos
volvíamos para absorber la luz invernal a través de los gorros
forrados de piel y nuestros abrigos suaves, generosos. Desde la
azotea puede verse la piedra angular; lo descubrimos asomándonos
con cuidado por la barandilla, al vacío, y observando el
punto en que el edificio se encuentra con el suelo. Se tomaron
fotografías, que ahora nos gustaría ver, porque éramos hermosas
entonces. Nos gustaría volver a serlo y al recordar lo seremos,
y entonces os contaremos todo lo que sucedió ese invierno,
también las primeras muertes, algunos dicen que evitables, unos
dicen una, otros dicen tres, que tuvieron lugar en Suvanto. Ya
estamos casi a punto, siempre lo estamos, nuestras copas apenas
tardarán en llenarse y rebosar recuerdos: entonces abriremos los
ojos, alzaremos la cabeza, nos sentaremos en la cama y nos volveremos
para encontrarnos con vuestra mirada. Os contaremos
lo que recordamos; nos fascina el cuerpo, como os puede fascinar
un guante de piel cálido y húmedo que os calzáis en la fría oscuridad.
Recostadas y leyendo en el lecho, pasamos páginas tras las
ventanas de las altas habitaciones privadas; sí, a veces somos
las que hacemos eso, pero nos encanta pasar más tiempo abajo,
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