La casa de convalescencia.indd - Ediciones B
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Julia llega en agosto, una tar<strong>de</strong> cálida, húmeda e impregnada<br />
<strong>de</strong>l aroma a bayas y pinos que cuelgan bajos en un bullicioso<br />
cielo azul. Los mosquitos son gordos e histéricos, abandonan<br />
los soleados prados <strong>de</strong>siertos para flotar en la sombra, se elevan<br />
y aguardan ante las mosquiteras. Están hambrientos como una<br />
afrenta personal; consuela un poco saber que no sobrevivirán al<br />
próximo <strong>de</strong>scenso <strong>de</strong> las temperaturas.<br />
El vehículo alquilado que ha traído a Julia está aparcado y aún<br />
chasquea en la rotonda <strong>de</strong> la entrada. Una costra <strong>de</strong> vísceras <strong>de</strong><br />
insectos, negras y amarillas, cubre el parabrisas. El conductor es<br />
callado y amable. No le ha resultado difícil encontrar el sanatorio<br />
llamado Suvanto Sairaala y ha aparcado en ángulo, pues espera<br />
marcharse en breve. Está <strong>de</strong> pie junto al coche, esperando. Pero<br />
Julia sigue sentada en el asiento trasero, anónima con su oscuro<br />
abrigo <strong>de</strong> piel, inmóvil hasta <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que el conductor abra<br />
las puertas, el maletero, y empiece a amontonar en la escalera que<br />
conduce a la entrada una serie <strong>de</strong> maletas <strong>de</strong> piel marrón y tres<br />
sombrereras plateadas.<br />
<strong>La</strong> enfermera Tutor también espera, inclinada y mirándola<br />
como si quisiera infundirle ánimos. Pero Julia no se mueve. Tiene<br />
las piernas <strong>de</strong>scubiertas, lleva un vestido <strong>de</strong> verano, parece dispuesta<br />
pero muestra la renuencia, la movilidad serena y lenta <strong>de</strong><br />
los ancianos. En su regazo reposa un par <strong>de</strong> guantes <strong>de</strong>scamados<br />
<strong>de</strong> piel <strong>de</strong> serpiente. Ha estado dormitando, ahora se siente <strong>de</strong>-<br />
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