LA DIFERENCIA más clara entre los casoscubano y egipcio es la de la posición, y elpapel, que en ambas sociedades juega yocupa el ejército. Factor modernizadoren la egipcia, garante del no regreso delos despotismos orientales, en Cuba eshoy todo lo contrario. El cubano, incluidodentro de él el militarizado Ministerio delInterior, no solo significa con su mantenimientoun gasto mucho mayor que el queoriginan los misérrimos sueldos del millóny medio de futuros disponibles, sino el pilaren el que cada vez más se apoyannuestros absolutismos y salvacionismos de“izquierdas".En su "Breve Historia de Cuba"Jaime Suchlicki cataloga a la Cuba de entoncescomo una dictadura militar. Noestoy muy claro de qué quiso decir conello, pero si fue incluir al sistema políticocubano en el mismo saco de las dictadurasmilitares de Argentina, Uruguay oChile, disiento de su opinión. Entre 1959y 1986, año de edición de su libro, Cubapoco tenía que ver con aquellas.Hasta 1990 Cuba fue algo muy distinto,quizás solo comparable a aquellosestados minúsculos que desde el norte deEspaña pretendían recuperar toda la penínsulaexpulsando de ella al musulmán.Cuba era, bajo la guía de Fidel Castro, unEstado cruzado decidido a arrebatarle lahegemonía en América Latina a los EstadosUnidos.Los de mi infancia, por ejemplo, enel paso de los setentas a los ochentas,eran tiempos en que un oficial, veteranode las campañas africanas y con el mismonúmero de años de servicio que un profesorde preuniversitario, o un médico, cobrabamucho menos que ambos. Y teníaque ser así por una simple razón: el militar,a la larga, solo hacía lo que aquellos,solo que a tiempo completo: en este grancampamento que era Cuba hasta los niñoséramos combatientes participantes de lacruzada.Llegó sin embargo el “desmerengamiento”de la URSS (palabra muy acertadaya que fue mucho lo que aprovechamosde aquel opulento "cake" eslavo) y elespíritu de los cruzados se resintió por lanecesidad muy real de no morirse dehambre o andar descalzo. La cruzada semostró irrealizable, la falange cerradasolo siguió existiendo en el discurso oficial,y en la inercia más que en la doblemoral. Entre los hoplitas se impuso el“sálvese quien pueda” y tras abandonarlanzas, petos, escudos y cascos, la tropase desperdigó a forrajear por los campos.Fueron tiempos en que hasta a los camposde yuca hubo que ponerle su vigilantearmado; y en que más de uno se llevó unabala en el intento de saquear tres o cuatrotubérculos…Ante esta situación, en que las explosionessociales eran no ya una posibilidad,sino una realidad (verano de 1994),y ante la evidencia de que con lo que seles pagaba hasta ese momento muy difícilmentealguien permanecería en las( j osé g abriel b arrenechea )d ee j é r c i t o syr e f o r m a sd ee j é r c i t o syr e f o r m a s( j osé g abriel b arrenechea )Fuerzas Armadas, se les concedieron algunasventajas. En rigor, tampoco estabantan desprovistas de ellas. Ya antes de1989 disfrutaban de un envidiable sistemade pensiones. Solo que ahora las ventajascomenzaron a aumentar y a aumentar,y lo hacían al mismo ritmo que laeconomía se militarizaba, y que más ymás generales y coroneles, en activo oretirados, se ocupaban de empresas, corporacionesy hasta de gasolineras y tiendasen divisas. Eran más eficientes, mejoresadministradores, nos decían; aunquelo cierto era que tras el caso Ochoa losjerarcas habían descubierto la ambivalentecara de los militares: eran imprescindiblesen los nuevos tiempos, pero a lavez había que mantenerlos satisfechos, lomás satisfechos posible ya que resultabanla única fuerza con real capacidad parasacarlos del poder; fundamentalmentedesde que a mediados de los sesentas lo{ V●23 }
de las armas en manos del pueblo no pasabade ser un bonito eslogan para amigosde afuera y zonzos autóctonos.Y así, de ese no muy rectilíneo ointencional modo, un buen día a finalesde los noventa los cubanos nos despertamosen un país en que un tenienterecién graduado cobra mucho más quecualquier universitario con un par dedécadas de trabajo. Y sus entradas, lasdel teniente, no quedan ahí…Hoy un oficial recibe una cuotaextra de alimentos (buena parte del polloque se compra en los EE.UU., y al que losdemás mortales, por lo menos los de lospueblos y ciudades pequeñas de campo,muy raramente tenemos la posibilidad deencontrar en nuestros platos), de ropa yzapatos, tiene no se sabe cuántas másposibilidades de acceder a una casa queel universitario de marras, compra electrodomésticosen tiendas segregadas,donde un televisor le cuesta diez vecesmenos que en las tiendas de todos, disfrutade bien surtidos centros de recreación,y cuenta con excesivas facilidadespara acceder a balnearios de lujo (seríamuy educativo armar un álbum con las risueñasfotos de bien vitaminados coronelesy generales en Varadero, disfrutandode sus “ventajitas”).A tal punto han llegado las ventajasy privilegios, que aun en violación de laelástica Constitución vigente, ser hijo opariente cercano de militares se ha convertidoen factor muy importante, a vecesimprescindible, para ingresar no soloen el ejército mismo, sino para acceder aposiciones dentro del aparato con ciertogrado de "confiabilidad".De este modo en Cuba ha surgidouna casta militar detentadora del poder,cuyos máximos representantes ocupan laprimera fila en el Consejo de Ministros.Una élite sin entorchados, es cierto, perocon las marcas en la piel de las atmósferasrefrigeradas y la alimentación bienbalanceada, y eso en una nación en quela búsqueda diaria del alimento, y hastadel modo de cocinarlo, se ha convertidoen la odisea de millones, o en que viajaro dormir significa soportar el aglomeramientode ómnibus y tugurios, con sus viciadosambientes.IILa rémora militar no es un mal nuevo quenos haya traído la Revolución. Lo conocióla República, y es de hecho uno de los queen los cincuentas se necesitaba corregir.Tampoco es, como algunos pretendenhoy día, responsabilidad de las Guerrasde Independencia. El militarismo republicanoes una de las malas herenciasque nos dejara el señor Charles Magoondurante la Segunda Intervención.Hechos cargo de la República tan aregañadientes en septiembre de 1906, losnorteamericanos concluyeron que en Cuba,a diferencia de América Latina, unejército permanente sería más beneficiosoque dañino. Solo uno así, y no unpequeño y disperso cuerpo de policía rural,podría evitar que cada elección sesaldara con un pronunciamiento del bandoperdedor, en un país en que, no se debede olvidar, casi 30 000 hombres habíanservido en un Ejército Libertador de verdad.De todas maneras, y por si las moscas,o más bien los golpes de estado…, enla concepción de este ejército se intentóevitar los defectos de los típicos latinoamericanos.El cubano sería en consecuenciaprofesional, y para ponerlo enefecto se reclutó a su oficialidad entrelos graduados universitarios y bachilleres.Entraron asi en él hombres cultos, deprobidad a toda prueba como los padresde Lezama Lima o de Alicia Alonso, o elmismo Ismaelillo, José Martí Zayas Bazán,a quien le tocaría dirigirlo durante unperiodo del gobierno de Mario GarcíaMenocal.Y tenemos que admitir que esteejército sirvió bien a los fines originalespara los que había sido creado: evitarle alos EE.UU. tener que volver a interveniren Cuba ante nuevas “revoluciones” comola de agosto de 1906. Sin embargo,pronto se aclaró que ese primer fin nonecesariamente coincidía con la defensade la institucionalidad, sino que podía inclusotornarse contrario a ella. Esto fueevidente con Gerardo Machado. El EjércitoNacional permitió las violacionesconstitucionales y de todo tipo del excombatientede la guerra de 1895, másque nada para no crear un escenario quediera lugar a una nueva intervención.{ V●24 }
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