escribirm i e r d al i z a b e l m ó n i c aESTOY AQUÍ PARA HABLAR MIERDA. En lospoetas se reconoce usualmente la virtud dehablar mierda, en ocasiones también de digerirla.Digamos que todo puede explicarsecon el siguiente axioma: literatura y culturacubanas padecen de trastornos digestivos.Se presenta ante nosotros un vasto y lastimosopanorama. Lentas digestiones, estreñimientos,repentinos excesos, brotes vergonzosos.Todavía peor: adolecemos, estadísticamente,de la falta de heces. La contriciónrectal es norma. Incluso en las calles.De las consecuencias de un trastorno digestivo,debilidad —en el sentido de Harold Bloom—y adormecimiento de la mente son las queun campo literario ha de lamentar sin duda.¿Cómo se percibe esto en La Habana? Sea dichode una vez: han desaparecido nuestrosbaños públicos. Tenemos una capital, unaprovincia, un país, que prescinde en imagende la fundamental excreta. Una Habana quetraga, pero que no vomita. Que come, perono defeca.El bueno de Nietzsche dedica páginas y páginasa describirnos cómo o qué debe ingerirse.El clima influye, reconoce, en los hábitosdel paladar. El clima determina sobremanerala danza que se opera en los intestinos.Más tarde, dos párrafos después deesa certeza, habla de filosofía. Cómo el climacondiciona la escritura. Cómo, en determinadosambientes, es imposible la danzasobre la página.Yo agregaría: ¿se puede creer en la literaturaque no se atreve a deslizar hacia afueralo que lleva a la boca?En conversación con Flores:El poeta: Falta techo a la literatura cubana.Hemos de traer el abono que otros traserosdejan caer en sus tierras. Aquí siempre huboel culo bajo —condenado al clandestinaje desus flujos— y el pedo inmenso. No hay otramanera de verlo: la Ínsula de Barataria estuvoinflando globos desde el comienzo de suhistoria. No eran globos, me equivoco, eranpedos. Enormes y pestilentes como colosos.Sin la consistencia necesaria. Sólo anuncio.La promesa en el aire encaminada al grupode cegatos que se apila para buscar respuestas.Ello sin haber dedicado el tiempo suficientea las preguntas. Inmadurez de colon,pudiéramos diagnosticar.Llegados a este punto, supongo está de másdecir que considero prudente el ejercicio deun ligero digerir. Es necesario acabar, tantoen crítica como en poesía, con el rumianteacadémico que mencionó Nietzsche, ese quemastica y mastica durante horas teoríasacertadas. Sin decidirse a tragarlas. Nadieme va a negar que es mejor estimular conentusiasmo el movimiento del intestino aconservar esa multitud de lecto-amigos quehan aprendido a evacuar sus necesidadescuando llevan dócilmente la vista de un ladoa otro de la página, sentados cómodamentesobre el inodoro.En franca contraposición, este texto habráde ser leído en público, dentro de una escuálidaagenda, muy parecida a la carta,ciertamente no aquella a la que hace referenciaSloterdijk en sus Reglas para el parquehumano, sino a esa otra que puede encontrarseen los restaurantes como antesala,hecha de palabras, a lo que habrá de digerirsemás tarde como arte culinario.Cuando Duchamp llevó su obra más famosa alos salones, sabía lo que hacía: el arte estáestrechamente relacionado con las excrecenciashumanas.Quien escribe: Falta suelo, y sobre este, excretas.Es nuestro territorio poético tan infértilcomo nuestro intestino triste y perezoso.Y asentimos con solemnidad.Riguroso lector, uno de los mejores estómagosdel patio, Juan Carlos Flores “talla sudiamante” (versos de Boti que él disfruta citar),y trata a sus poemas como si fueranpiedras. Él, que hasta piedras come, que{ V●47 }
piedras sabe digerir, corre de pronto haciala biblioteca de Borges y ensaya la gran cagada.Dichosos los hombres que confunden su vidacon la del sátiro, dice Nietzsche.Aquel alemán que deploraba Alemania, dedicótodo un libro a comentar su obra, convencidode que pocos lo habían entendido, ylos que decían hacerlo, lo habían comprendidomal. Títulos como Por qué soy tan listo,Por qué soy tan sabio, Por qué escribo tanbuenos libros, componen las páginas de Eccehomo. Ajeno a la falsa modestia, Juan CarlosFlores tomaría para sí el último de esostítulos. El contenido tras dicho epígrafe, pudieranser estas líneas.En Cuba no tenemos una gran tradición poética,y sería ingenuo pensar que podemosllevar un inodoro al museo. A nosotros nosbasta con un tibor.Aún somos ese país demasiado joven del quese lamentaba Piñera, poeta de lucidez menospreciada.Pensar con el tibor puede ayudarnos quizá asalir de la mediocridad de nuestro actualcampus literario.Si es que de tal cosa puede hablarse y no demeros nombres aislados.¿Quitarse el sombrero?¡Ponerse el sombrero, ante la literatura cubana!Y si no podemos heredar o robar elsombrero de castor, es preferible llevar untibor en la cabeza. “Deberíamos ser o llevaruna obra de arte”, dice Oscar Wilde en susFrases y pensamientos para uso de los jóvenes.Un tibor puede ser la manera de ayudarnos amantener nuestra cabeza sobre los hombros.Recordar así la importancia de digerir los pensamientos.Si queremos apostar en aguas literarias, esaha de ser nuestra indumentaria para la ocasión.En caso de encontrarnos con un estómago mejorpreparado, es preferible perder el sombrero,a perder la cabeza.Por último, quisiera recordar, para no rumiaraquí antecedentes y banquetes de los queJuan Carlos Flores ha comido y bebido, elconcepto de cultura, que Julia Kristeva tomade Hegel cuando este parece reconocerel ejemplo mismo de la cultura:No del “espíritu absoluto” al que aspira elfilósofo alemán, sino de la cultura, sencillamente,definida como un “desgarramiento”que es “osadía de enunciar” y un modo deeludir la “abstracción”, una manera “trivial”de saber condensar el espíritu en el lenguaje.* * *Hasta aquí este introito, solo resta aclararpara quién se pregunte si no estoy ensuciandola mano de quien me alimenta, sea la nacióno la loada literatura nacional, que noencuentro consecuencia mejor al difícil artede alimentarse que imponer ritmo a los intestinos.Que le aproveche.La mesa ha sido servida, El Contragolpe(Letras Cubanas. La Habana, 2010) sobreella. [●]{ V●48 }
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