No es de extrañarse, pues, que elsiguiente chisme le sitúe, años después, enun vetusto motel en las afueras de Las Vegas,calentando sopa enlatada con una manoy espantando ratas con la otra. Cuentanque una tarde, aterrado, escuchó que alguientocaba a la puerta de aquella infectahabitación e instintivamente llevó su manodiestra a la Magnum calibre .44 que guardabaen su cartuchera como precaución.Con ensayado estoicismo, se dispuso luegoa morir con las botas puestas, seguro deque le había tocado ya el turno. Pero sutriste existencia cobró pronto un giro taninesperado como aquella provindencial visita.Una figura encumbrada de Washingtonhabía tomado en ese entonces nota de susituación desesperada, pero sobre todo, delos numerosos contactos que todavía poseíaen las altas esferas del gobierno en su paísnatal, por lo que se le brindó la oportunidadde recorrer el mundo para ofrecer asus viejos amigos y conocidos la posibilidadde una deserción fácil y bien remuneradaen cualquiera de las capitales extranjerasque estuvieran visitando en misión oficial.Tomando en cuenta lo arriesgado de estastareas encubiertas, los servicios especialesestadounidenses no escatimaron en gastos,incluyendo una transformadora cirujía plástica,así como nuevos e inescrutables documentosde identidad. Se rumoró, a partirde entonces, que era asiduo de los círculosmás exclusivos de la diplomacia y el oficialismoen países diversos, desde los puntosmás recónditos de Asia hasta el resto deAmérica, sin excluir a Europa, donde parecíatener su cuartel general. Literatos, embajadoresy hasta funcionarios de pocamonta que le habían conocido alguna vezdenunciaban, a su regreso, haber sido objetode sus cortejos, aquí o allá. Asegurabanque se había aproximado a ellos,zalamero, y portador de una valija repletade billetes, en una boîte de París, en unode los tantos recovecos del aeropuerto deRoma o simplemente cruzando el Puente deLondres, donde se hallaba dizque “por puracasualidad”. Su cinismo era tan transparentecomo su afán de lucrar con aquellasdeserciones, por las cuales le pagaban concuantiosos fondos que la agencia de espionajedepositaba a su nombre en una cuentasuiza numerada. Uno incluso juró haberlevisto bañarse, ebrio, delirante y vestido deesmoquin, en la Fontana di Trevi, imitando,por cierto, una escena de una de sus películasitalianas preferidas. Celebraba, sinduda, la vergonzosa capitulación de un viejoamigo.Ya para entonces, de acuerdo conestos relatos, se había extinguido completamenteen él su antiguo y profundo amorpor las letras. No sólo no escribía ya; tampocoleía. Y en una clara señal de su despreciopor la cultura y la civilidad, se habíasumado a algunas de las bandas sanguinariasque asolaban por aquel entonces distintospaíses de América Latina, liquidando adisidentes y desafectos de izquierda, entreellos numerosos escritores y aspirantes aserlo, infelices y talentosas víctimas a quienes—según ciertas versiones— había interrogadocon saña antes de matarles de undisparo en la cabeza o lanzarles al mar desdeun helicóptero en pleno vuelo. Jurabanotros que existía también una foto en blancoy negro en que se le ve claramente, sinlugar a duda alguna, arrojar libros en unapira incendiaria en pleno centro de Santiagode Chile, durante los primeros días delgolpe militar. Su rostro, distorsionado porun rictus de odio salvaje, parece encararcon orgullo la cámara, como si someter alfuego las obras del intelecto humano leproporcionara un extraño y profundo placer.“No hay peor furia que la de un escritorfrustrado”, afirmó uno de sus antiguosallegados al tener noticia de aquel acto deindecible vesania.{ V●29 }
Nadie ha sabido decir a ciencia ciertasi fue antes o después, ni siquiera cuándoexactamente, pero llegó a atribuirsele enalgún momento una participación marginalen el publicitado escándalo que provocó larenuncia del presidente Richard Nixon. Estasversiones le excluyen con toda certezade la corta nómina de “plomeros” de Watergate,bastante conocida en virtud de todala información publicada en los periódicosmás respetados, para asignarle, sin embargo,el papel más embozado y siniestrode coordinador no inculpado, de facilitadoren la sombra. Sus viejas relaciones con losservicios de inteligencia y los numerososinstrumentos documentales de chantajeque había ido acumulando hasta entonces alo largo de su ya extensa carrera criminal,le habrían valido esta rara muestra de clemenciapor parte de las autoridades. Sólose le exigió discretamente que abandonarael país hasta que la curiosidad de la prensay la paciencia del público se aplacaran, algoque hizo sin mucho ruido, para sentarplaza enseguida en sitio desconocido.Fue allí precisamente, según loschismosos, que conoció y contrajo matrimoniocon una acaudalada dama españolaque se enamoró de su facha, su intriga ysus versos; porque en aquél, su nuevo exilio,había renacido en él el amor por la músicade las palabras, y él supo servírselas enbandeja de plata. Instalado tiempo despuésen una mansión señorial y playera de Mayorca,y rodeado de lujos más que burguesesplenamente aristócraticos, se dio a anotarsus pensamientos en un diario de tapasde cuero, donde también plasmaba, decuando en cuando, algún que otro poema.Se diría, aseguraban sus viejos colegas, quetras una ausencia tan larga de los misteriosgozosos de la escritura, su antigua vocaciónhabía resucitado con bríos tan potentescomo inexplicables, ahora que no tenía quedormir con una pistola debajo de la almohaday su flamante esposa le colmaba detodos los incentivos y comodidades para armarsu obra e incluso publicarla en algunasde las editoriales más prestigiosas de la Península.Según estas versiones, para protegersede cualquier fantasma de su turbulentavida pasada, sus libros ostentabansólo un seudónimo guardado bajo estrictosecreto.Al año siguiente, empero, uno desus viejos conocidos trajo de un viaje al extranjerouna curiosa historia suya que alguienle contó de muy buena tinta, y segúnla cual su muelle existencia de conde o demarqués ibérico se había visto interrumpidatrágicamente con el estallido de una potentebomba que le privó, a la vez, demansión y esposa. De pura suerte, salió deeste difícil trance con vida. Se tratabaseguramente de una venganza tardía porsus viejas andanzas y traiciones, concluyeronalgunos de sus antiguos colegas, paraquienes su pista se desdibuja a partir deentonces en una serie de anécdotas conjeturadasy posiblemente imaginarias, enque algunas veces se le ve derrochar laherencia de su esposa muerta en un suntuosocasino de Madrid, rodeado de pillos yaprovechados que saquearon completamentesu patrimonio, o entregado a lasdrogas y el alcohol en un tugurio de Marrakech,de donde se le expulsa finalmentetras verse involucrado en un sonado escándalosexual con la joven sobrina de unemir.Cansado, triste y derrotado, deacuerdo con rumores que empezaron a circularmás adelante, volvió renuentementea Estados Unidos a bordo de un aviónprivado que alguien —quizás uno de los tantosrufianes con que había trabado conocimientoa lo largo de muchos años— puso asu disposición a fines de los setenta. Dadoque se hallaba en la mira de un sinfín deacreedores y sicarios, buscó refugio pocodespués, aseguraban, en el mismo y apartadoconvento de Kentucky donde el sacerdoteThomas Merton escribió sus famososlibros sobre la vida monástica. Desdeallí, consiguió cobrar con la ayuda de untercero los cuantiosos honorarios de sus librospublicados bajo seudónimo, lo que lepermitió restablecerse sin mucha dificultaden la vida pública. Pagó sus deudas, sobornóa sus viejos enemigos con enormes desembolsos,hasta que al fin, sin temer ya porsu vida y hacienda, regresó a Miami pocosmeses antes de un acontecimiento insólitoy escandaloso en que, al poco tiempo, suscolegas y conocidos de antaño empezaron aatribuirle un importante y crucial papel.Según estas versiones, se le habríavisto en ese entonces merodear por la dársenaa la que acudieron miles de embarcacionesestadounidenses a recoger familiaresy refugiados en uno de los éxodos másmasivos de la historia, en compañía de al-{ V●30 }