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voces 7 (pdf) - Revista Voces

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o b e r t o m a d r i g a l :a p u n t e s c e n s u r a b l e sUNA FORMA DE entender la censura es verlacomo un mal endémico que contagia por iguala víctima y victimario. Otra forma de verlaes como una cualidad genética que portamostodos al nacer y que, según las circunstancias,se expresa en mayor o menor grado.La censura, a su vez, está muy ligadaal efecto de halo, ese fenómeno psicológicoque consiste en pensar que unas característicasespecíficas se pueden generalizar.Por ejemplo, a un gran conocedor de la dramaturgiase le atribuye también un gran conocimientodel cine, la novela, el ensayo,la pintura y el ballet, lo cual no tienepor qué ser cierto. Pero, por suerte, paraser un paranoide delirante no basta concreer que uno es perseguido.Los que pasamos nuestra adolescenciay luego maduramos entre mediados de losaños 60 y durante la década de los 70, tuvimosel raro privilegio de crecer duranteel período llamado "quinquenio gris" (designaciónya aceptada universalmente, ¡perosería más acertado hablar de un "decenionegro", qué mala es la aritmética del totalitarismo!)y sufrimos el momento másatroz del castrismo y su política cultural,cuando todos parecían represores y todos loeran, pero nadie escuchaba. Fuimos sometidosa una presión social apabullante. Senos machacó la mente con el concepto de"hombre integral" y se nos convirtió enresponsables de engendrar el "hombre nuevo".Y con esa exigencia vino la vigilancia.La única virtud del censor es la importanciaque le da al censurado, por muyinsignificante que este sea. La censura noshizo pecadores de pensamiento, palabra yobra. Fuimos predecesores reales de MinorityReport, esa película de Steven Spielbergen que una fuerza policial se dedica a perseguircrímenes antes de que estos se cometan.Se nos persiguió hasta la gaveta. Enese período se censuraron obras después depublicadas, se hicieron pulpa obras antesde que se publicaran, y se vigilaron obrasmeramente imaginadas.Como consecuencia de todo lo anterior,buscábamos en los intelectuales la coherenciaética (o lo que creíamos que debía seresa coherencia). Preferíamos, por encima deAlejo Carpentier, a Guillermo Cabrera Infantey a José Lezama Lima, porque estabande nuestro lado, y acusábamos a NicolásGuillén de pregonero, porque presidía laUnión de Escritores y Artistas de Cuba(UNEAC). Esa era nuestra humilde reacción ynuestro pequeño ejercicio de censura. Peroera como condenar la obra de Ezra Pound porsus posiciones fascistas o ignorar la deGabriel García Márquez por su apoyo a Castro(hacía años que Mario Vargas Llosa sehabía convertido en nuestro preferido). Enfin, desatamos nuestra rabia de censuradoscensores, comprando con la misma divisa conque se nos vendía.{ V●55 }A la larga aprendimos a aceptar loscontrastes y matices. Comprendimos que laobra literaria, una vez terminada, cobravida propia y no tiene que ser el reflejode su autor.Lo cierto es que fuimos una generaciónsilenciada: los que se quedaron en lahistoria y en los diccionarios fueron nuestroscensores. Después de que salimos porel éxodo del Mariel, comenzaron a aparecerlas obras de los que hasta entonces habíanestado inéditos o habían sido publicadosmuy poco en la isla: Reinaldo Arenas, CarlosVictoria, Roberto Valero, Reinaldo GarcíaRamos, Guillermo Rosales y tantos otros.Y empezamos a publicar revistas en las cualestratamos de presentar la visión que losvencidos tenían del período anterior a 1980.Pero esa visión no tiende a extendersecon facilidad. A lo largo de los 30 añosque han pasado desde nuestra salida de laIsla, una y otra vez hemos tenido que intentarel ascenso de esa montaña de cimainalcanzable, con nuestro bagaje a cuestas,como clones de Sísifo y sin mecenazgo alguno(ya que nunca salimos de Cuba o nunca senos ha salido Cuba de adentro).La erosión histórica ha alterado loslímites de la tolerancia. Tras la caída delMuro de Berlín, la censura se ha ido ajustandoa los nuevos tiempos, a la realidadvirtual, a los celulares con cámara y a lasnecesidades económicas. Las nuevas generaciones,que también han sufrido lo suyo,han tenido oportunidades que, aunque vistasdesde el extranjero son mínimas, para nosotroseran impensables (aunque no inimaginables).Pero el legado del silencio intentaperpetuarse.Veo cómo ensayistas tan distintos entresí, pero igualmente lúcidos y excelentes,como Rafael Rojas, Antonio José Pontey Duanel Díaz, todos ellos dedicados al estudiode la historia intelectual cubana, ala hora de tocar ese decenio negro se muestraninseguros y confusos, y le pasan porarriba con la mayor rapidez posible. Sé quees muy difícil estudiar y analizar un períodosobre el cual hay poca bibliografíano oficial, y la poca que hay fue escritapost-mortem; pero creo que es necesariorealizar un esfuerzo por buscar las fuentes,que aún son muchas, mientras le quedealiento a nuestro grupo. Es una tarea que,idealmente, no debiera surgir de nosotros.Si bien es difícil la lucha por trascenderlas circunstancias de cada cual, esdetestable abrazarlas y acogerse pasivamentea ellas. No fuimos el hombre integral niengendramos al hombre nuevo, porque nuncaperdimos el deseo de expresarnos lo más librementeposible y persistimos en propósitosy objetivos que estaban más allá de loque se nos ofrecía. Nuestra experienciapuede ayudar a entender un cruel período denuestra historia que no se debe olvidar. Meniego a aceptar que las memorias de nuestroesfuerzo mueran con el último de nosotros.[●revistacontratiempo.com●]

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