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borges-jorge-luis-manual-de-zoologia-fantastica

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RÉMORA<br />

RÉMORA, en latín, es <strong>de</strong>mora. Tal es el recto sentido <strong>de</strong> esa palabra, que<br />

figuradamente se aplicó a la echeneis, porque le atribuyeron la facultad <strong>de</strong> <strong>de</strong>tener los<br />

barcos. El proceso se invirtió en español; rémora, en sentido propio, es el pez y, en<br />

sentido figurado, el obstáculo. La rémora es un pez <strong>de</strong> color ceniciento; sobre la cabeza<br />

y la nuca tiene una placa oval, cuyas láminas cartilaginosas le sirven para adherirse a los<br />

<strong>de</strong>más cuerpos submarinos, formando con ella el vacío. Plinio <strong>de</strong>clara sus po<strong>de</strong>res:<br />

Hay un pescado llamado la rémora, muy acostumbrado a andar entre piedras, el cual,<br />

pegándose a las carenas, hace que las naos se muevan más tardas, y <strong>de</strong> aquí le pusieron<br />

el nombre, y por esta causa es también infame hechicería, y para <strong>de</strong>tener y obscurecer<br />

los juicios y pleitos. Pero estos males los mo<strong>de</strong>ra con un bien, porque retiene en el<br />

vientre las criaturas hasta el parto. No es bueno ni se recibe para manjares. Entien<strong>de</strong><br />

Aristóteles tener este pescado pies, pues tiene puestas <strong>de</strong> tal manera la multitud <strong>de</strong> sus<br />

escamas que lo parecen... Trebio Negro dice que este pez es <strong>de</strong>l largo <strong>de</strong> un pie y <strong>de</strong>l<br />

grueso <strong>de</strong> cinco <strong>de</strong>dos y que <strong>de</strong>tiene los navíos y, fuera <strong>de</strong> esto, que poniéndole<br />

conservado en sal tiene la virtud <strong>de</strong> que el oro caído en profundísimos pozos lo saca<br />

pegado a él. (10)<br />

Extraño es comprobar cómo <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> <strong>de</strong>tener<br />

los barcos se llegó a la <strong>de</strong> <strong>de</strong>tener los pleitos y a la <strong>de</strong> <strong>de</strong>tener las criaturas.<br />

En otro lugar, Plinio refiere que una rémora <strong>de</strong>cidió la suerte <strong>de</strong>l Imperio romano,<br />

<strong>de</strong>teniendo en la batalla <strong>de</strong> Accio la galera en que Marco Antonio revistaba su escuadra,<br />

y que otra rémora paró el navío <strong>de</strong> Calígula, a pesar <strong>de</strong>l esfuerzo <strong>de</strong> los cuatrocientos<br />

remeros. Soplan los vientos y se encolerizan las tempesta<strong>de</strong>s -.exclarna Plinio-, pero la<br />

rémora sujeta su furia y or<strong>de</strong>na que los barcos se <strong>de</strong>tengan en su carrera y alcanza lo que<br />

no alcanzarían las más pesadas áncoras y los cables.<br />

"No siempre vence la mayor fuerza. Al curso <strong>de</strong> una nave <strong>de</strong>tiene una pequeña rémora",<br />

repite Diego <strong>de</strong> Saavedra Fajardo.(11)<br />

UN REY DE FUEGO Y SU CABALLO<br />

HERÁCLITO enseñó que el elemento primordial era el fuego, pero ello no equivale a<br />

imaginar seres hechos <strong>de</strong> fuego, seres labrados en la momentánea y cambiante<br />

substancia <strong>de</strong> las llamas. Esta casi imposible concepción la intentó William Morris, en<br />

el relato El anillo dado a Venus <strong>de</strong>l ciclo El Paraíso terrenal (1868-70). Dicen así los<br />

versos:<br />

El Señor <strong>de</strong> aquellos <strong>de</strong>monios era un gran rey, coronado y cetrado. Como una llama<br />

blanca resplan<strong>de</strong>cía su rostro, perfilado como un rostro <strong>de</strong> piedra; pero era un fuego que<br />

se transformaba y no carne, y lo surcaban el <strong>de</strong>seo, el odio y el terror. Su cabalgadura<br />

era prodigiosa; no era caballo ni dragón ni hipogrifo; se parecía y no se parecía a esas<br />

bestias, y cambiaba como las figuras <strong>de</strong> un sueno.<br />

Tal vez en lo anterior hay algún influjo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>liberadamente ambigua personificación<br />

<strong>de</strong> la Muerte en el Paraíio perdi4o (II, 666-73). Lo que pa-rece la cabeza lleva corona y<br />

el cuerpo se confun<strong>de</strong> con la sombra que proyecta a su alre<strong>de</strong>dor.<br />

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