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Fahrenheit 451 Ray Bradbury Fuego Brillante - Educarchile

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distancia, como mariposas desconcertadas por el otoño. Y, después, se<br />

lanzaron en picado hacia tierra, uno por uno, aquí, allí, recorriendo las calles<br />

donde, vueltos a convertir en automóviles, zumbaron por los bulevares o, con<br />

igual prontitud, volvían a elevarse en el aire para proseguir la búsqueda.<br />

Y allí estaba la estación de servicio, con sus empleados que atendían a la<br />

clientela. Acercándose por detrás, Montag entró en el lavabo de hombres. A<br />

través de la pared de aluminio oyó que la voz de un locutor decía: «La guerra<br />

ha sido declarada.» Estaban bombeando el combustible Los hombres, en los<br />

vehículos, hablaban, y los empleados conversaban acerca de los motores, del<br />

combustible, del dinero que debían. Montag trató de sentirse impresionado por<br />

el comunicado de la radio, pero no le ocurrió nada. Por lo que a él respectaba,<br />

la guerra tendría que esperar a que él estuviese en condiciones de admitirlo en<br />

su archivo personal, una hora, dos horas más tarde.<br />

Montag se lavó las manos y el rostro y se secó con la toalla. Salió del lavabo,<br />

cerró cuidadosamente la puerta, se adentró en la oscuridad y se encontró en<br />

un borde de la vacía avenida.<br />

Allí estaba, había que ganar aquella partida una inmensa bolera en el frío<br />

amanecer. La avenida estaba tan limpia como la superficie de un ruedo dos<br />

minutos antes de la aparición de ciertas víctimas anónimas y de ciertos<br />

matadores desconocidos. Sobre el inmenso río de cemento, el aire temblaba a<br />

causa del calor del cuerpo de Montag; era increíble cómo notaba que su<br />

temperatura podía producir vibraciones en el mundo inmediato. Era un objetivo<br />

fosforescente. Montag lo sabía, lo sentía.<br />

Y, ahora, debía empezar su pequeño paseo.<br />

Unos faros brillaban a tres manzanas de distancia. Montag inspiró<br />

profundamente. Sus pulmones eran como focos ardientes en su pecho. Tenía<br />

la boca reseca por e1 cansancio. Su garganta sabía a hierro y había acero<br />

oxidado en sus pies.<br />

¿Qué eran aquellas luces? Una vez se empezaba a andar, había que calcular<br />

cuánto tardarían aquellos vehículos en llegar hasta él. Bueno, ¿a qué distancia<br />

quedaba el otro bordillo? Al parecer, a un centenar de metros. Probablemente,<br />

no eran cien, pero mejor calcula, eso, puesto que él andaba lentamente, con<br />

paso tranquilo, y quizá, necesitase treinta segundos, cuarenta segundos para<br />

recorrer la distancia. ¿Los vehículos? Una vez en marcha, podían recorrer tres<br />

manzanas en unos quince segundos. De modo que, incluso si a mitad de la<br />

travesía empezase a correr...<br />

Adelantó el pie derecho; después, el izquierdo, y luego, el derecho. Pisó la<br />

vacía avenida.<br />

Incluso aunque la calle estuviese totalmente vacía, claro está, no podía tener la<br />

seguridad de cruzarla sin riesgo, porque, de repente, podía aparecer un

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