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Fahrenheit 451 Ray Bradbury Fuego Brillante - Educarchile

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Montag empezó a ponerse la ropa; se movía intranquilo por el dormitorio.<br />

-Si, y quizá fuese una buena idea. Antes de que cause daño a alguien. ¿Has<br />

oído a Beatty? ¿Le has escuchado? Él sabe todas las respuestas. Tienes<br />

razón. Lo importante es la felicidad. La diversión lo es todo. Y sin embargo,<br />

sigo aquí sentado, diciéndome que no soy feliz, que no soy feliz.<br />

-Yo sí lo soy. -Los labios de Mildred sonriero Y me enorgullezco de ello.<br />

-He de hacer algo -dijo Montag-. Todavía no qué, pero será algo grande.<br />

-Estoy cansada de escuchar estas tonterías -dijo Mildred, volviendo a<br />

concentrar su atención en el presentador-.<br />

Montag tocó el control de volumen de la pared y el presentador se quedó sin<br />

voz.<br />

-Millie. -Hizo una pausa.- Ésta es tu casa lo mismo que la mía. Considero justo<br />

decirte algo. Hubiera debido hacerlo antes, pero ni siquiera lo admitía<br />

interiormente. Tengo algo que quiero que veas, algo que he separado y<br />

escondido durante el año pasado, de cuando, en cuando, al presentarse una<br />

oportunidad, sin saber por qué, pero también sin decírtelo nunca.<br />

Montag cogió una silla de recto respaldo, la desplazó lentamente hasta el<br />

vestíbulo, cerca de la puerta del entrada, se encaramó en ella, y permaneció<br />

por un momento como una estatua en un pedestal, en tanto que su esposa,<br />

con la cabeza levantada, le observaba. Entonces Montag levantó los brazos,<br />

retiró la reja del sistema de acondicionamiento de aire y metió la mano muy<br />

hacia la derecha hasta mover otra hoja deslizante de metal; después, sacó un<br />

libro. Sin mirarlo, lo dejó caer al suelo. Volvió a meter la mano y sacó dos<br />

libros, bajó la mano y los dejó caer al suelo. Siguió actuando Y dejando caer<br />

libros pequeños, grandes, amarillos, rojos, verdes. Cuando hubo terminado,<br />

miró la veintena de libros que yacían a los pies de su esposa.<br />

-Lo siento -dijo-. Nunca me había detenido meditarlo. Pero ahora parece como<br />

si ambos estuviésemos metidos en esto.<br />

Mildred retrocedió como si, se viese de repente, delante de una bandada de<br />

ratones que hubiese surgido de improviso del suelo.<br />

Montag oyó la rápida respiración de ella, vio la palidez de su rostro y cómo sus<br />

ojos se abrían de par en par. Ella pronunció su nombre, dos, tres veces. Luego,<br />

exhalando un gemido, se adelantó corriendo, cogió un libro y se precipitó hacia<br />

el incinerador de la cocina.<br />

Montag la detuvo, mientras ella chillaba. La sujetó y Mildred trató de soltarse,<br />

arañándole.<br />

-¡No, Millie, no! ¡Espera! ¡Deténte! Tú no sabes...

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