Fahrenheit 451 Ray Bradbury Fuego Brillante - Educarchile
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Resultaba increíble. Sólo un gesto. Montag vio el aleteo de un gran puño de<br />
metal sobre la ciudad, y conocía el aullido de los reactores que le seguirían<br />
diciendo, tras de la hazaña: Desintégrate, no dejes piedra sobre piedra, perece.<br />
Muere.<br />
Montag inmovilizó las bombas en el cielo por un breve momento, su mente y<br />
sus manos se levantaron desvalidamente hacia ellas.<br />
-¡Corred! -gritó a Faber, a Clarisse-. ¡Corred! -a Mildred-. ¡Fuera, marchaos de<br />
ahí!<br />
Pero Clarisse, recordó Montag, había muerto. Y Faber se había marchado; en<br />
algún valle profundo de la región, el autobús de las cinco de la madrugada<br />
estaba en camino de una desolación a otra. Aunque la desolación aún no había<br />
llegado, todavía estaba en el aire, era tan cierta como el hombre parecía<br />
hacerla. Antes de que el autobús hubiera recorrido otros cincuenta metros por<br />
la autopista, su destino carecería de significado, su punto de salida habría<br />
pasado a ser de metrópoli montón de ruinas.<br />
Y Mildred...<br />
¡Fuera, corre!<br />
Montag la vio en la habitación de su hotel, durante el medio segundo que<br />
quedaba, con las bombas a un metro, un palmo, un centímetro del edificio. La<br />
vio inclinada hacia el resplandor de las paredes televisivas desde las que la<br />
«familia» hablaba incesantemente con ella, desde donde la familia charlaba y<br />
discutía, y pronunciaba su nombre, y le sonreía, y no aludía para nada a la<br />
bomba que estaba a un centímetro, después, a medio centímetro, luego, a un<br />
cuarto de centímetro del tejado del hotel. Absorta en la pared, como si en el<br />
afán de mirar pudiese encontrar el secreto de su intranquilidad e insomnio.<br />
Mildred, inclinada ansiosa, nerviosamente, como para zambullirse, caer en la<br />
oscilante inmensidad de color, para ahogarse en su brillante felicidad.<br />
La primera bomba estalló.<br />
-¡Mildred!<br />
Quizá, ¿quién lo sabría nunca? Tal vez las estaciones emisoras, con sus<br />
chorros de color, de luz y de palabras, fueron las primeras en desaparecer.<br />
Montag, cayendo de bruces, hundiéndose, vio o sintió, o imaginó que veía o<br />
sentía, cómo las paredes se oscurecían frente al rostro de Millie, oyó los<br />
chillidos de ella, porque, en la millonésima de segundo que quedaba, ella vio su<br />
propio rostro reflejado allí, en un espejo en vez de en una bola de cristal, y era<br />
un rostro tan salvajemente vacío, entregado a sí mismo en el salón, sin tocar<br />
nada, hambriento y saciándose consigo mismo que, por fin, lo reconoció como<br />
el suyo propio y levantó rápidamente la mirada hacia el techo cuando éste y la<br />
estructura del hotel se derrumbó sobre ella, arrastrándole con un millón de kilos<br />
de ladrillos, de metal, de yeso, de madera, para reunirse con otras personas las