Fahrenheit 451 Ray Bradbury Fuego Brillante - Educarchile
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-El libro. No lo desgarre más. -Faber se derrumbó en una silla, con el rostro<br />
muy pálido y la boca temblorosa-. No haga que me sienta más cansado. ¿Qué<br />
desea?<br />
-Necesito que me enseñe.<br />
-Está bien, está bien.<br />
Montag dejó el libro. Empezó a recoger el papel arrugado Y a alisarlo, en tanto<br />
que el viejo le miraba con expresión de cansancio.<br />
Faber sacudió la cabeza como si estuviese despertando en aquel momento.<br />
-Montag, ¿tiene dinero?<br />
-Un poco. Cuatrocientos o quinientos dólares qué?<br />
-Tráigalos. Conozco a un hombre que, hace medio siglo, imprimió el diario de<br />
nuestra Universidad. Fue el año en que, al acudir a la clase, al principio del<br />
nuevo semestre, sólo encontré a un estudiante que quisiera seguir el curso<br />
dramático, desde Esquilo hasta O'Neil ¿Lo ve? Era como una hermosa estatua<br />
de hielo que se derritiera bajo el sol. Recuerdo que los diarios morían como<br />
gigantescas mariposas. No interesaban a nadie. Nadie les echaba en falta. Y el<br />
Gobierno, al darse cuenta de lo ventajoso que era que la gente leyese sólo<br />
acerca de labios apasionados y de puñetazos en el estómago, redondeó la<br />
situación con sus devoradores llameantes. De modo, Montag, que hay ese<br />
impresor sin trabajo. Podríamos empezar con unos pocos libros, y esperar a<br />
que la guerra cambiara las cosas y nos diera el impulso que necesitarnos.<br />
Unas cuantas bombas, y en las paredes de todas las casas las «familias»<br />
desaparecerán como ratas asustadas. En el silencio, nuestro susurro pudiera<br />
ser oído.<br />
Ambos se quedaron mirando el libro que había en la mesa.<br />
-He tratado de recordar -dijo Montag-. Pero ¡diablo!, en cuanto vuelvo la<br />
cabeza, lo olvido. ¡Dios! ¡Cuánto deseo tener algo que decir al capitán! Ha leído<br />
bastante, y se sabe todas las respuestas, o lo parece. Su voz es como almíbar.<br />
Temo que me convenza para que vuelva a ser como era antes. Hace sólo una<br />
semana, mientras rociaba con petróleo unos libros, pensaba: «¡Caramba, qué<br />
divertido!»<br />
El viejo asintió con la cabeza.<br />
-Los que no construyen deben destruir. Es algo tan viejo como la Historia y la<br />
delincuencia juvenil.<br />
-De modo que eso es lo que yo soy.<br />
-En todos nosotros hay algo de ello.