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Fahrenheit 451 Ray Bradbury Fuego Brillante - Educarchile

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estaban sentados, bebiendo, en tanto que Sabueso Mecánico olfateaba el<br />

último tramo de la pista silencioso como la propia muerte, hasta detenerse<br />

frente a aquella ventana. Entonces, si lo deseaba, Montag podía levantarse,<br />

acercarse a la ventana, sin perder de vista el televisor, abrirla, asomarse y<br />

verse dramatizado, descrito, analizado. Un drama que podía contemplarse<br />

objetivamente, sabiendo que, en otros salones, tenía un tamaño mayor que el<br />

natural, a todo color, dimensionalmente perfecto. Y si se mantenía alerta,<br />

podría verse, asimismo, un instante antes de perder el sentido, siendo liquidado<br />

en beneficio de la multitud de telespectadores que, unos minutos antes, habían<br />

sido arrancados de su sueño por la frenética sirena de sus televisores murales<br />

para que pudieran presenciar la gran cacería, el espectáculo de un solo<br />

hombre.<br />

¿Tendría tiempo para hablar cuando el Sabueso lo cogiera, a la vista de diez,<br />

veinte o treinta millones de personas?, ¿no podría resumir lo que había sido su<br />

vida durante la última semana con una sola frase o una palabra que<br />

permaneciera con ellas mucho después de que el Sabueso se hubiese vuelto,<br />

sujetándolo con sus mandíbulas de metal, para alejarse en la oscuridad,<br />

mientras la cámara permanecía quieta, enfocando al aparato que iría<br />

empequeñeciéndose a lo lejos, para ofrecer un final espléndido? ¿Qué podría<br />

decir en una sola palabra, en unas pocas palabras que dejara huella en todos<br />

sus rostros y les hiciera despertar?<br />

-Mire -susurró Faber-.<br />

Del helicóptero surgió algo que no era una máquina<br />

Un animal, algo que no estaba muerto ni vivo, algo que resplandecía con una<br />

débil luminosidad verdosa. Permaneció junto a las ruinas humeantes de la casa<br />

de Montag y los hombres trajeron el abandonado lanzallamas de éste y lo<br />

pusieron bajo el hocico del Sabueso. Se oyó un siseo, un resoplido, un rumor<br />

de engranajes.<br />

Montag meneó la cabeza, se levantó y apuró su bebida,<br />

-Ya es hora. Lamento de verdad lo que está. ocurriendo.<br />

-¿Qué? ¿Yo? ¿Mi casa? Lo merezco todo. ¡Corra de prisa, por amor de Dios!<br />

Quizá pueda entretenerles aquí...<br />

-Espere. No vale la pena que se descubra usted Cuando me haya marchado,<br />

queme el cobertor de esta cama, lo he tocado. Queme la silla de la sala de<br />

estar en su incinerador. Frote el mobiliario con alcohol, así como los pomos de<br />

las puertas. Queme la alfombra del salón. Dé la máxima potencia al<br />

acondicionador de aire y, si tiene un insecticida, rocíelo todo con él. Después,<br />

ponga en marcha sus rociadores del césped, con toda la fuerza que pueda, y<br />

riegue bien las aceras. Con un poco de suerte, podríamos evitar que nos<br />

siguieran la pista.<br />

Faber le estrechó la mano.

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