Fahrenheit 451 Ray Bradbury Fuego Brillante - Educarchile
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ocultó en los arbustos contiguos a la verja que daba al callejón. Sólo por<br />
aquella noche, en caso de que ella decida seguir utilizando el fuego.<br />
Regresó a la casa.<br />
-¿Mildred?<br />
Llamó a la puerta del oscuro dormitorio. No se oía ningún sonido.<br />
Fuera, atravesando el césped, mientras se dirigía hacia su trabajo, Montag<br />
trató de no ver cuán completamente oscura y desierta estaba la casa de<br />
Clarisse McCIellan...<br />
Mientras se encaminaba hacia la ciudad, Montag estaba tan completamente<br />
embebido en su terrible error que experimentó la necesidad de una bondad y<br />
cordialidad ajena, que nacía de una voz familiar y suave que hablaba en la<br />
noche. En aquellas cortas horas le parecía ya que había conocido a Faber toda<br />
la vida. Entonces, comprendió que él era, en realidad, dos personas, que por<br />
encima de todo era Montag, quien nada sabía, quien ni siquiera se había dado<br />
cuenta de que era un tonto, pero que lo sospechaba. Y supo que era también el<br />
viejo que le hablaba sin cesar, en tanto que el «Metro» era absorbido desde un<br />
extremo al otro de la ciudad, con uno de aquellos prolongados y mareantes<br />
sonidos de succión. En los días subsiguientes, y en las noches en que no<br />
hubiera luna, o en las que brillara con fuerza sobre la tierra, el viejo seguiría<br />
hablando incesantemente, palabra por palabra, sílaba por sílaba, letra por letra.<br />
Su mente acabaría por imponerse y ya no sería más Montag, esto era lo que le<br />
decía el viejo, se lo aseguraba, se lo prometía. Sería Montag más Faber, fuego<br />
más agua. Y luego, un día, cuando todo hubiese estado listo y preparado en<br />
silencio, ya no habría ni fuego ni agua, sino vino. De dos cosas distintas y<br />
opuestas, una tercera. Y, un día, volvería la cabeza para mirar al tonto y lo<br />
reconocería. Incluso en aquel momento percibió el inicio del largo viaje, la<br />
despedida, la separación del ser que hasta entonces había sido.<br />
Era agradable escuchar el ronroneo del aparatito, el zumbido de mosquito<br />
adormilado y el delicado murmullo de la voz del viejo, primero, riñéndole y,<br />
después, consolándole, a aquella hora tan avanzada de la noche, mientras<br />
salía del caluroso «Metro» y se dirigía hacia el mundo del cuartel de bomberos.<br />
-¡Lástima, Montag, lástima! No les hostigues ni te burles de ellos. Hasta hace<br />
muy poco, tú también has sido uno de esos hombres. Están tan confiados que<br />
siempre seguirán así. Pero no conseguirán escapar. Ellos no saben que esto<br />
no es más que un gigantesco y deslumbrante meteoro que deja una hermosa<br />
estela en el espacio, pero que algún día tendrá que producir impacto. Ellos sólo<br />
ven el resplandor, la hermosa estela, lo mismo que la veía usted.<br />
»Montag, los viejos que se quedan en casa, cuidando sus delicados huesos, no<br />
tienen derecho a criticar. Sin embargo, ha estado a punto de estropearlo todo<br />
desde el principio. ¡Cuidado! Estoy con usted, no lo olvide. Me hago cargo de<br />
cómo ha ocurrido todo. Debo admitir que su rabia ciega me ha dado nuevo<br />
vigor. ¡Dios, cuán joven me he sentido! Pero, ahora... Ahora, quiero que usted