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Fahrenheit 451 Ray Bradbury Fuego Brillante - Educarchile

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miraría por la ventana del cobertizo muy avanzada la noche, y vería apagarse<br />

las luces de la granja, hasta que una mujer muy joven y hermosa se sentaría<br />

junto a una ventana apagada, cepillándose el pelo. Resultaría difícil verla, pero<br />

su rostro sería como el de aquella muchacha que sabia lo que significaban las<br />

flores de diente de león frotadas contra la barbilla. Luego, la mujer se alejaría<br />

de la ventana, para reaparecer en el piso de arriba, en su habitación iluminada<br />

por la luna. Y entonces, bajo el sonido de la muerte, el sonido de los reactores<br />

que partían el cielo en dos, yacería en el cobertizo, oculto y seguro,<br />

contemplando aquellas extrañas estrellas en el borde de la tierra, huyendo del<br />

suave resplandor del alba.»<br />

Por la mañana no hubiese tenido sueño, porque todos los cálidos olores y las<br />

visiones de una noche completa en el campo le hubiesen descansado aunque<br />

sus ojos hubieran permanecido abiertos, y su boca, cuando se le ocurrió<br />

pensar en ella, mostraba una leve sonrisa.<br />

Y allí al pie de la escalera del cobertizo, esperándole, habia algo increíble.<br />

Montag descendería cuidadosamente, a la luz rosada del amanecer, tan<br />

consciente del mundo que sentiría miedo, y se inclinaría sobre el pequeño<br />

milagro, hasta que, por fin, se agacharía para tocarlo.<br />

Un vaso de leche fresca, algunas peras y manzanas estaban al pie de la<br />

escalera.<br />

Aquello era todo lo que deseaba. Algún signo de que el inmenso mundo le<br />

aceptaría y le concedería todo tiempo que necesitaba para pensar lo que debía<br />

ser pen sado.<br />

Un vaso de leche, una manzana, una pera.<br />

Montag se alejó del río.<br />

La tierra corrió hacia él como una marea. Fue e vuelto por la oscuridad, y por el<br />

aspecto del campo, por el millón de olores que llevaba un viento que 1e helaba<br />

el cuerpo. Retrocedió ante el ímpetu de la oscuridad, del sonido y del olor; le<br />

zumbaban los oídos. Dio media vuelta. Las estrellas brillaban sobre él como<br />

meteoros llameantes. Montag sintió deseos de zambullirse de nuevo en el río y<br />

dejar que le arrastrara a salvo hasta algún lugar más lejano. Aquella oscura<br />

tierra que se elevaba era como cierto día de su infancia, en que había ido a<br />

nadar, y una ola surgida de la nada, la mayor que recordaba la Historia, le<br />

envolvió en barro salobre y en oscuridad verdosa; el agua le quemaba la boca<br />

y la nariz, alborotándole el estómago. ¡Demasiada agua!<br />

¡Demasiada tierra!<br />

Desde la oscura pared frente a él, una silueta. En la silueta, dos ojos. La noche,<br />

observándole. El bosque, viéndole.<br />

¡El Sabueso!

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