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varios trozos de la corteza enrollada, blanca y delgada del<br />
sicomoro, y escogió dos que al parecer le acomodaban. Después se<br />
agachó junto al fuego y con gran trabajo escribió algo en cada uno<br />
de ellos con su inseparable tejo. Uno lo enrolló y se lo metió en el<br />
bolsillo de la chaqueta; el otro lo puso en la gorra de Joe,<br />
apartándola un poco de su dueño. Y también puso en la gorra<br />
ciertos tesoros muchachi¬les de inestimable valor, entre ellos un<br />
trozo de tiza, una pelo¬ta de goma, tres anzuelos y una canica de la<br />
especie conocida como «de cristal de verdá». Después siguió<br />
andando en pun¬tillas, con gran cuidado, por entre los árboles,<br />
hasta que juzgó que no podría ser oído, y entonces echó a correr en<br />
dirección al banco de arena.<br />
CAPÍTULO 15<br />
Pocos minutos después Tom estaba metido en el agua so¬mera de<br />
la barra, vadeando hacia la ribera de Illinois. An¬tes de que le<br />
llegase a la cintura ya estaba a la mitad del canal. La corriente no le<br />
permitía ya seguir andando, y se echó a na¬dar, seguro de sí<br />
mismo, las cien varas que aún le faltaban. Nadaba sesgando la<br />
corriente, aun si ésta le arrastraba más abajo de lo que él esperaba.<br />
Sin embargo, alcanzó la costa al fin, y se dejó llevar del agua por la<br />
orilla hasta que encon¬tró un sitio bajo y salió a tierra. Se metió la<br />
mano en el bolsi¬llo: allí seguía el trozo de corteza, y, tranquilo<br />
sobre este pun¬to, se puso en marcha, a través de los bosques,<br />
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