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atolondrado rapaz no vio el cebo. Tom siguió en acecho, lleno de<br />
esperanza cada vez que una falda revoloteaba a lo lejos, y odiando<br />
a su propietaria cuando veía que no era la que esperaba. Al fin<br />
cesaron de aparecer fal¬das, y cayó en desconsolada murria. Entró<br />
en la escuela vacía y se sentó a sufrir. Una falda más penetró por la<br />
puerta del pa¬tio, y el corazón le pegó un salto. Un instante<br />
después estaba Tom fuera y lanzado a la palestra como un indio<br />
bravo: ru¬giendo, riéndose, persiguiendo a los chicos, saltando la<br />
valla a riesgo de perniquebrarse, dando volteretas, quedándose en<br />
equilibrio con la cabeza en el suelo, y en suma, haciendo to¬das las<br />
heroicidades que podía concebir, y sin dejar ni un mo¬mento,<br />
disimuladamente, de observar si Becky le veía. Pero no parecía que<br />
ella se diese cuenta; no miró ni una sola vez. ¿Era posible que no<br />
hubiera notado que estaba él allí? Trasla¬dó el campo de sus<br />
hazañas a la inmediata vecindad de la niña: llegó lanzando el grito<br />
de guerra de los indios, arrebató a un chico la gorra y la tiró al<br />
tejado de la escuela, atropelló por entre un grupo de muchachos,<br />
tumbándolos cada uno por su lado, se dejó caer de bruces delante<br />
de Becky, casi ha¬ciéndola vacilar. Y ella volvió la espalda, con la<br />
nariz respin¬gada, y Tom le oyó decir: «¡Puff Algunos se tienen por<br />
muy graciosos...; ¡siempre presumiendo!»<br />
Sintió Tom que le ardían las mejillas. Se puso en pie y se escurrió<br />
fuera, abochornado y abatido.<br />
CAPÍTULO 13<br />
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