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esplandeció también con una gratitud que equivalía a una oración,<br />
pero era prematura; pues cuando emprendió, agradecido, la marcha<br />
para un largo viaje, Tom le desvió para un lado con un alfiler y le<br />
hizo tomar una nueva dirección.<br />
El amigo del alma de Tom estaba sentado a su vera, su¬friendo<br />
tanto como él, y al punto se interesó profunda y gus¬tosamente en<br />
el entretenimiento. Este amigo del alma era Joe Harper. Los dos<br />
eran uña y carne seis días de la semana y enemigos en campo<br />
abierto los sábados. Joe sacó un alfiler de la solapa y empezó a<br />
prestar su ayuda para ejercitar a la prisio¬nera. El deporte crecía en<br />
interés por momentos. A poco Tom indicó que se estaban<br />
estorbando el uno al otro, sin que ninguno pudiera sacar todo el<br />
provecho a que la garrapata se prestaba. Así, pues, colocó la<br />
pizarra de Joe sobre el pupitre y trazó una línea por el medio, de<br />
arriba abajo.<br />
Ahora dijo , mientras esté en tu lado puedes azuzar¬la y yo no me<br />
meteré con ella; pero si la dejas irse y se pasa a mi lado, tienes que<br />
dejarla en paz todo el rato que yo la tenga sin cruzar la raya.<br />
Está bien; anda con ella... aguíjala.<br />
La garrapata se le escapó a Tom y cruzó el ecuador. Joe la acosó<br />
un rato y en seguida se le escapó y cruzó otra vez la raya. Este<br />
cambio de base se repitió con frecuencia. Mientras uno de los<br />
chicos hurgaba a la garrapata con absorbente inte¬rés, el otro<br />
miraba con interés no menos intenso, juntas a in-clinadas las dos<br />
cabezas sobre la pizarra y con las almas ajenas a cuanto pasaba en<br />
el resto del mundo. Al fin la suerte pareció decidirse por Joe. La<br />
garrapata intentaba éste y aquél y el otro camino y estaba tan<br />
excitada y anhelosa como los propios muchachos; pero una vez y<br />
otra, cuando Tom tenía ya la vic¬toria en la mano, como quien dice,<br />
y los dedos le remusgaban para empezar, el alfiler de Joe, con<br />
diestro toque, hacía virar a la viajera y mantenía la posesión. Tom<br />
ya no podía aguantar más. La tentación era irresistible; así es que<br />
estiró la mano y empezó a ayudar con su alfiler. Joe se sulfuró al<br />
instante.<br />
Tom, déjala en paz dijo.<br />
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