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mucho. Pero me figuro que tú no podrías ver en la oscuridad la<br />
pinta que tenían, ¿no es eso?<br />
Sí, sí; los vi abajo en el pueblo y los seguí.<br />
¡Magnífico! Dime cómo son; dímelo muchacho.<br />
Uno de ellos es el viejo mudo español que ha andado por aquí una<br />
o dos veces, el otro es uno de mala traza, destrozado...<br />
¡Basta, muchacho, basta!, ¡los conocemos! Nos encon¬tramos con<br />
ellos un día en el bosque, por detrás de la finca de la viuda, y se<br />
alejaron con disimulo. ¡Andando, muchachos, a contárselo al<br />
sheriff!...; ya desayunaréis mañana.<br />
Los hijos del galés se fueron en seguida. Cuando salían de la<br />
habitación, Huck se puso en pie y exclamó:<br />
¡Por favor, no digan a nadie que yo di el soplo! ¡Por favor!<br />
Muy bien, si tú no quieres, Huck; pero a ti se te debía el<br />
agradecimiento por lo que has hecho.<br />
¡No, no! No digan nada.<br />
Después de irse sus hijos el anciano galés dijo:<br />
Esos no dirán nada, ni yo tampoco. Pero ¿por qué no quieres que<br />
se sepa!<br />
Huck no se extendió en sus explicaciones más allá de decir que<br />
sabía demasiadas cosas de uno de aquellos hombres y que por<br />
nada del mundo quería que llegase a su noticia que él, Huck, sabía<br />
algo en contra suya, pues lo mataría por ello, sin la menor duda.<br />
El viejo prometió una vez más guardar secreto, y añadió:<br />
¿Cómo se te ocurrió seguirlos? ¿Parecían sospechosos?<br />
Huck permaneció callado mientras fraguaba una res¬puesta con la<br />
debida cautela. Después dijo:<br />
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