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querer, y ya no puedes enmendarlo. Tú sabes algo de ese español<br />
y no quieres sacarlo a colación. Pues con¬fía en mí: dime lo que es,<br />
y fíate de mí: no he de hacerte trai¬ción.<br />
Huck miró un momento los ojos sinceros y honrados del viejo, y<br />
después se inclinó y murmuró en su oído:<br />
No es español..., ¡es Joe el Indio!<br />
El galés casi saltó de la silla.<br />
Ahora se explica todo dijo . Cuando hablaste de lo de abrir las<br />
narices y despuntar orejas creí que todo eso lo ha¬bías puesto de<br />
tu cosecha, para adorno, porque los blancos no toman ese género<br />
de venganzas. ¡Pero un indio...! Eso ya es cosa distinta.<br />
Mientras despachaban el desayuno siguió la conversa¬ción, y el<br />
galés dijo que lo último que hicieron él y sus hijos aquella noche<br />
antes de acostarse fue coger un farol y exami¬nar el portillo y sus<br />
cercanías para descubrir manchas de san-gre. No encontraron<br />
ninguna; pero sí cogieron un abultado lío.<br />
¿De qué? gritó Huck.<br />
Un rayo no hubiera salido con más sorprendente rapi¬dez que esa<br />
pregunta de los dos pálidos labios de Huck. Tenía los ojos fijos<br />
fuera de las órbitas, y no respiraba... esperando la respuesta. El<br />
galés se sobresaltó, le miró también fijamente durante uno, dos,<br />
tres..., diez segundos, y entonces replicó:<br />
Herramientas de las que usan los ladrones. Pero ¿qué es lo que te<br />
pasa?<br />
Huck se reclinó en el respaldo, jadeante, pero, profun¬da,<br />
indeciblemente gozoso. El galés le miró grave, con curio¬sidad, y al<br />
fin le dijo:<br />
Sí; herramientas de ladrón. Eso parece que te ha con¬solado.<br />
Pero, ¿por qué te pusiste así? ¿Qué creías que íbamos a encontrar<br />
en el bulto?<br />
Huck estaba en un callejón sin salida; el ojo escrutador no se<br />
apartaba de él; hubiera dado cualquier cosa por encon¬trar<br />
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