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LA LIBERTAD INHÓSPITA<br />
donde basta con que cada uno vaya a la suya<br />
para que las actividades sociales se coordinen.<br />
El panadero no ama ni odia a nadie,<br />
sólo que, si quiere obtener beneficios en un<br />
escenario competitivo, no le queda más remedio<br />
que producir con eficiencia, que<br />
ofrecer el mejor producto al mejor precio.<br />
Si no lo hace así, otro vendrá a aprovechar<br />
las oportunidades de beneficio. De ese modo,<br />
el panadero atiende las necesidades de<br />
los otros, pero no le preocupan sus necesidades.<br />
Si los clientes no tienen dinero, aun<br />
con las mismas necesidades, no los atenderá.<br />
Las emociones o la moral no forman<br />
parte de sus motivaciones (o en todo caso<br />
resultan prescindibles). Para que la sociedad<br />
funcione no se necesita otro combustible<br />
que ciertas reglas de juego (un escenario<br />
descentralizado, competitivo) y un combustible<br />
motivacional: el egoísmo, la conducta<br />
propia del homo oeconomicus. El mercado<br />
asegura la coordinación de las actividades<br />
sociales básicas: qué se produce,<br />
cómo, para quién y en qué cantidad. La sociedad<br />
funciona como resultado de la acción<br />
de todos, pero sin que nadie se ocupe<br />
de ello. Los productores ineficientes quedan<br />
penalizados, los consumidores satisfechos,<br />
el mecanismo se reproduce una y otra<br />
vez y la moral no aparece por parte alguna.<br />
Una mirada reposada muestra que las<br />
cosas son algo más complicadas. Sencillamente,<br />
no es verdad que el mecanismo social<br />
funcione sin moralidad. El mercado<br />
necesita de una red moral para funcionar.<br />
De una red moral y emocional: la propiedad<br />
se acepta sin necesidad de apelar a la<br />
violencia o a los tribunales; en la empresa<br />
rigen principios de jerarquía, centralización<br />
(planificada) o de justicia distributiva ajenos<br />
a la descentralización indiferente del<br />
mercado “teórico” 4 ; la mayor parte de las<br />
transacciones se producen con unas dilacio-<br />
mercado o, en general, de la mano invisible, que, ha de<br />
advertirse, no es lo mismo: desde la clásica tesis weberiana<br />
del capitalismo como asentamiento de la racionalidad<br />
instrumental hasta los intentos desde la teoría de la<br />
negociación de reducir todas las normas (de convención,<br />
como las de etiqueta, y las morales, incluida la justicia) a<br />
acuerdos entre egoístas (porque a todos les “sale a cuenta”<br />
la existencia de las normas). También cabría una formulación,<br />
entre kantiana y evolucionista, que adujera la<br />
“superación” de la ética mediante la disolución del<br />
triángulo donde se instala la reflexión moral, el que forman<br />
los vértices qué se quiere ser, qué se puede ser y qué se<br />
debe ser: el mercado obligaría a hacer lo que se quiere<br />
hacer (el beneficio) que es lo único que se puede hacer<br />
(por la competencia que elimina a quienes no lo hacen)<br />
y que es lo que se debe hacer, el comportamiento que<br />
asegura la eficiencia, el bien(estar).<br />
4 La empresa clásica es un ejemplo de “feudalismo”<br />
en las relaciones de poder y de planificación centralizada<br />
en la producción. Ahora las cosas podrían<br />
cambiar. Según algunos economistas, no todos simples<br />
apologistas de la (¿extinta?) religión de la “nueva<br />
nes temporales, entre el momento de entrega<br />
y el de recepción, que serían imposibles<br />
si no existiera algún tipo de lealtad y respeto<br />
entre quienes las realizan. El mercado se<br />
justifica por su eficiencia y rapidez, pero si<br />
no hubiera un trasfondo de confianza, los<br />
intercambios, pendientes de una sanción<br />
jurídica, necesitados de perpetua vigilancia,<br />
serían lentos y costosos 5 . Los contratos funcionan<br />
porque tenemos expectativas de que<br />
la “parte contratante” cumplirá sus compromisos<br />
sin necesidad de acabar en disputas<br />
legales en cada ocasión, porque tenemos<br />
ciertas certidumbres acerca de la buena disposición<br />
de los otros que, desde luego, no<br />
cabría esperar en sujetos egoístas. En un<br />
mundo de egoístas los contratos perderían<br />
toda fuerza vinculante, no comprometerían<br />
a nadie y desaparecerían: sabedores todos<br />
de que los pleitos resultan fatigosos, inciertos<br />
y caros, y de que todos conocen esa circunstancia,<br />
nadie se fiaría de lo que cada<br />
uno cree que para el otro –como para él– es<br />
papel mojado. En breve, el mercado no<br />
puede prescindir de la moralidad, funciona<br />
–y no puede dejar de funcionar si no es<br />
así– sobre un territorio de normas 6 .<br />
Por lo demás, si realmente fuera cierto<br />
que el mercado está más allá del bien y del<br />
mal, no vendrían a cuento tampoco los elogios<br />
del mercado. Si es tan natural e inevitable<br />
como la trayectoria de los planetas,<br />
sin duda no ha lugar para la condena moral;<br />
pero tampoco para las alabanzas. Será<br />
por eso que la otra estrategia apuesta por la<br />
afirmación de la superioridad moral. En este<br />
caso, la indisputabilidad del presente<br />
tendría que ver con su indiscutibilidad nor-<br />
economía”, los procesos de informatización abren la<br />
posibilidad de introducir el mercado también “dentro”<br />
de la empresa. Se habría producido la sustitución<br />
de la gran empresa centralizada por una red de unidades<br />
de producción autónomas y coordinadas. A la vez,<br />
en virtud de los singulares rendimientos de escala de<br />
la información (una vez se dispone del producto no<br />
aumentan los costos de reproducirlo), en determinadas<br />
áreas de producción los monopolios (temporales,<br />
hasta el nuevo descubrimiento) son frecuentes; de hecho,<br />
hay quien conjetura que la posibilidad de un monopolio<br />
temporal alienta la eficiencia. El caso es que<br />
se produce, por una parte, descentralización de actividades<br />
internas y, por otra, monopolio en el mercado<br />
externo. Esas circunstancias, junto con las nuevas posibilidades<br />
(de conocimiento instantáneo de demandas,<br />
de control de inventarios y stocks) abiertas por las<br />
nuevas tecnologías de la información, son una invitación<br />
para pensar de nuevo las posibilidades del socialismo.<br />
Después de todo, el economista teórico más<br />
importante del socialismo del siglo XX, Oskar Lange,<br />
anticipó el mucho provecho que la cibernética abría a<br />
la planificación socialista.<br />
5 A. Sen, ‘Moral codes and economic success’, A.<br />
Halmin (ed.), Market capitalism and moral values,<br />
Nueva York: Edward Elgar, 1995.<br />
6 F. Ovejero, ‘De mercado al instinto (o de los<br />
intereses a las pasiones)’, Isegoría, 18, 1998.<br />
mativa: el mercado y la democracia –cierta<br />
idea de democracia, es necesario insistir–<br />
vendrían a ser el único modo de asegurar la<br />
pervivencia de valores como la libertad o<br />
la responsabilidad. La argumentación en su<br />
anatomía última se apoyaría en dos pasos:<br />
el primero mostraría que existe un núcleo<br />
normativo, de valores, X (una particular<br />
idea de libertad, por ejemplo), que está fuera<br />
de toda disputa razonable; el segundo relacionaría<br />
X con el marco institucional Y<br />
(el mercado, por ejemplo).<br />
Naturalmente, la crítica a esta estrategia<br />
tiene abiertas dos posibilidades. La primera,<br />
tibia, ataca la segunda premisa, mostrando<br />
que está lejos de ser firme el vínculo<br />
entre los valores y las instituciones, entre<br />
los principios invocados y las prácticas políticas<br />
o económicas. Cabría mostrar que no<br />
hay tal vínculo, que las instituciones atentan<br />
contra tales principios; mostrar, por<br />
ejemplo, que el mercado antes que alentar<br />
la libertad la socava, o, también, que otras<br />
instituciones aseguran una mejor realización<br />
de esos principios. En ese sentido, la<br />
estrategia no abandonaría el fondo normativo<br />
liberal: los problemas no tendrían que<br />
ver con los valores defendidos, no discutidos,<br />
sino con las formas institucionales en<br />
las que aquellos toman cuerpo; se discutiría<br />
si es cierto que el mercado y la democracia<br />
(de competencia electoral) constituyen la<br />
mejor garantía de los valores. La segunda<br />
estrategia crítica es más radical: ataca el núcleo<br />
normativo, examina los valores X que<br />
sirven de justificación. Las críticas que destacan<br />
que el pensamiento único supone<br />
unas anteojeras morales, un compromiso<br />
velado con cierta concepción del mundo<br />
que se ha extendido incluso a las gentes de<br />
izquierda, apuntan en esta segunda dirección.<br />
Intentan mostrar que, por detrás de la<br />
hojarasca propagandística, hay un conjunto<br />
de tesis normativas nada triviales. Ese trasunto<br />
normativo no es otro que el liberalismo.<br />
Y con eso vamos, ahora en detalle, a la<br />
otra estrategia, la que aboca directamente a<br />
las puertas de los principios liberales.<br />
Del pensamiento único<br />
a los principios liberales<br />
El procedimiento más frecuente en el pensamiento<br />
único es otro: es directamente<br />
normativo. Ello no quiere decir que aparezca<br />
como tal, como pura afirmación de<br />
principios. A la hora de caracterizar su género<br />
literario, presenta los rasgos inevitablemente<br />
fronterizos de las ideologías. Por eso<br />
conviene aclararlo pronto: que el pensamiento<br />
único no sea una teoría no quiere<br />
decir que todo en él sea puro punto de vista<br />
ideológico. Como se apuntó, conviven<br />
26 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 121