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SANTOS JULIÁ - Prisa Revistas

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ANTISEMITISMO ALEMÁN Y NACIONALISMO VASCO<br />

tura de los obispos alemanes es<br />

extraordinariamente significativa.<br />

Apenas se alzaron voces contra el<br />

exterminio, pese a conocerlo; y<br />

cuando se hizo se discutió únicamente<br />

el valor ético de la solución<br />

adoptada y nunca su auténtica eficacia<br />

para resolver el indiscutible<br />

“problema”. Es absolutamente<br />

evidente que con esta oposición<br />

no se puede llegar muy lejos.<br />

Algo muy similar ocurre hoy<br />

en el País Vasco entre los nacionalistas<br />

“democráticos”, incluidos<br />

importantes elementos de la Iglesia.<br />

Bastaría con traer a colación<br />

las conocidas frases del árbol y las<br />

nueces, tener más miedo a España<br />

que a ETA, etcétera, para ilustrar<br />

esa actitud. Pero lo importante<br />

es destacar que esta postura<br />

es perfectamente “racional”. Si no<br />

se discute el “problema” sino que<br />

se da por sentado, algo tiene que<br />

hacer “moverse” al Estado inmovilista,<br />

que en definitiva es el que<br />

tiene la llave de la solución. La<br />

lógica del “problema” lo exige,<br />

aunque la conciencia del sujeto<br />

lo rechace. Matar es malo, pero<br />

porque es éticamente rechazable,<br />

no porque sea una solución eficaz<br />

para resolver el “problema”.<br />

La justificación<br />

de los verdugos<br />

Pero el que sea éticamente rechazable<br />

para unos no significa<br />

que lo deba ser para otros. La<br />

experiencia alemana demuestra<br />

que cuando se decidió enfilar la<br />

vía exterminadora, los alemanes<br />

implicados en su ejecución (miles<br />

y miles) la asumieron con<br />

poca o nula objeción moral, más<br />

bien al contrario, con alegría. Si<br />

los judíos eran el cáncer de cualquier<br />

sociedad, extirpar el tumor<br />

era un acto incluso humanitario<br />

e indiscutiblemente patriótico.<br />

El genocidio podía ser<br />

considerado en sí como un acto<br />

físicamente desagradable, pero<br />

honraba al que lo ejecutaba; y<br />

no pocas condecoraciones se<br />

dieron a los integrantes de los<br />

batallones móviles que actuaban<br />

en la retaguardia y que fueron<br />

responsables de los asesinatos<br />

más crueles. Sólo esta concepción<br />

puede explicar que las escasísimas<br />

bajas sufridas por estos<br />

batallones a manos de partisanos<br />

rusos o polacos fueran calificadas<br />

por los que día tras día<br />

asesinaban a miles de ancianos,<br />

mujeres y niños de “cobardes<br />

asesinatos” y suscitasen venganzas<br />

atroces entre la población<br />

ocupada. La íntima idea de estar<br />

desarrollando una importantísima<br />

labor patriótica inmunizaba<br />

absolutamente a los verdugos<br />

frente a cualquier bacilo de periclitada<br />

e ineficaz moralidad.<br />

Después de las matanzas eran<br />

frecuentes fiestas y celebraciones.<br />

Esta actitud era perfectamente<br />

racional, siempre que se<br />

enfoque únicamente en función<br />

del “problema”. Antes de comenzar<br />

el vaciado de los guetos<br />

y proceder al salvaje asesinato<br />

de todos sus ocupantes, los jefes<br />

arengaban a sus subordinados<br />

recordándoles los atroces bombardeos<br />

que sus mujeres e hijos<br />

tenían que sufrir en Alemania<br />

como consecuencia de esta guerra<br />

instigada por los judíos. En<br />

definitiva, les recordaba “el problema”.<br />

Que los verdugos de ETA y sus<br />

cómplices responden al mismo esquema<br />

mental es algo que hoy cae<br />

por su propio peso. Equiparar la<br />

muerte de los que transportan<br />

una bomba que les explota a la<br />

muerte de las víctimas a las que<br />

está destinada, honrarles en sus<br />

funerales, calificarlos de patriotas,<br />

grabar los nombres de los verdugos<br />

en las bombas destinadas a los<br />

futuros asesinatos, es incompatible<br />

con cualquier sentimiento de<br />

vergüenza o de inquietud moral, y<br />

perfectamente compatible con el<br />

orgullo patriótico y el sentimiento<br />

del servicio hecho a la nación:<br />

ésta es la única forma de hacer<br />

“moverse” al Estado. Al igual que<br />

los miembros alemanes de los batallones<br />

itinerantes se ofrecían voluntariamente<br />

para desempeñar<br />

la labor genocida, hoy los jóvenes<br />

educados en la guerrilla ciudadana<br />

a los que un buen día se les<br />

transmitió el “problema” por inmersión,<br />

se muestran dispuestos a<br />

asumir nuevas responsabilidades<br />

en la lucha patriótica; y los que<br />

son reacios a ello, al igual que algunos<br />

de los integrantes de dichos<br />

batallones, lo hacen más por cues-<br />

tiones colaterales (familia, miedo,<br />

repulsión física) que por verdadera<br />

disensión con la solución<br />

adoptada.<br />

El lenguaje utilizado para explicar<br />

y calificar el propio hecho<br />

del asesinato o del genocidio es altamente<br />

revelador de este fenómeno.<br />

Que una persona pueda<br />

calificar de “cobarde asesinato” la<br />

muerte en combate de un soldado<br />

de un ejército agresor en un<br />

país invadido a manos de un grupo<br />

de partisanos, mientras que<br />

habla de “acción de limpieza” o<br />

incluso “operación festival de la<br />

cosecha” para referirse al hecho<br />

de sacar de su casa a un anciano<br />

o a un niño de dos años, llevarles<br />

a un bosque cercano y dispararles<br />

un tiro en la cabeza, resulta para<br />

nosotros absolutamente inconcebible<br />

si no fuera porque el ejemplo<br />

de terrorismo vaco nos demuestra<br />

cómo esto puede parecer<br />

perfectamente normal hoy día a<br />

gran cantidad de gente. Que la<br />

detención violenta en plena vía<br />

pública de un miembro de un comando<br />

de ETA que acaba de cometer<br />

un atentado sea calificada<br />

como “tortura” o “malos tratos”,<br />

mientras el secuestro de un funcionario<br />

de prisiones durante más<br />

de un año en un miserable agujero<br />

se denomine “retención”; que<br />

la muerte de un terrorista en un<br />

intercambio de disparos sea calificada<br />

como “asesinato” y que se<br />

llame “acción” al hecho de poner<br />

un coche bomba a un guardia civil,<br />

periodista, concejal o conductor<br />

de autobús, revela la terrorífica<br />

fuerza con la que la asunción<br />

indiscutida del “problema”<br />

obliga a buscar coherencia hasta<br />

adentrarse de esta forma tan profunda<br />

en lo irracional.<br />

La espiral del odio<br />

Uno de los efectos más curiosos a<br />

los que obliga esta espiral es el de<br />

generar odio en los verdugos y no<br />

en las víctimas, como ya se ha comentado.<br />

Tanto en el caso alemán<br />

como en el vasco, las víctimas<br />

no son consideradas desde el<br />

punto de vista de unos desgraciados<br />

pero inevitables efectos colaterales<br />

de la única vía racional para<br />

resolver el “problema”, sino que<br />

se les odia y se les mata con saña.<br />

El dolor autoinfligido necesita esta<br />

vía de escape, necesita el chivo<br />

expiatorio. Faltaría más que siendo<br />

los judíos o los españoles los<br />

“causantes” de mi sufrimiento<br />

ellos no sufrieran. Es lo que entre<br />

los cómplices del terrorismo vasco<br />

se denomina “la generalización<br />

del sufrimiento”. Se desea, se busca<br />

este sufrimiento, y en ambos<br />

casos se consigue con creces. En<br />

Alemania, la política antisemita<br />

estuvo destinada a buscar el sufrimiento<br />

de los judíos desde las<br />

primeras medidas discriminatorias<br />

hasta los mal llamados campos<br />

de “trabajo” y marchas de<br />

“evacuación” en los días finales<br />

del régimen. La intensidad con<br />

la que se les hizo sufrir no dependió<br />

nunca más que de cuestiones<br />

coyunturales. En los primeros<br />

días, cuando la opinión internacional<br />

todavía contaba, las<br />

medidas podían calificarse de<br />

moderadas, sobre todo en relación<br />

con lo que vendría después,<br />

cuando durante la guerra los límites<br />

externos al propio deseo de<br />

los nazis desaparecieron completamente.<br />

En el caso vasco, sólo<br />

un odio virulento puede explicar<br />

celebrar con una opípara cena un<br />

asesinato cometido ese mismo<br />

día, pedir champaña al funcionario<br />

de prisiones cuando un compañero<br />

descerraja sendos tiros en<br />

la cabeza a unos jóvenes padres,<br />

gritar a unas personas que se manifiestan<br />

pacíficamente “ETA,<br />

mátalos”, insultar a los que se acaba<br />

de asesinar, acosar incesantemente<br />

a los disidentes o lindezas<br />

parecidas. En el caso vasco, el<br />

odio es el que transmuta el asesinato<br />

de un simple medio para<br />

conseguir un fin en casi un fin<br />

en sí mismo; y que nadie dude de<br />

que sólo la estrategia coyuntural<br />

limita el deseo de los asesinos de<br />

continuar poniendo bombas en<br />

los hipermercados.<br />

Pero lo más curioso es que ese<br />

mismo odio, exigido de forma radical<br />

por el “problema”, entorpece<br />

de manera un tanto absurda<br />

la estrategia más “racional” para<br />

resolverlo. Una característica sorprendente<br />

del antisemitismo nazi<br />

es que su pasión por culminar<br />

el proceso eliminador fue tal que<br />

obstaculizó gravemente la propia<br />

70 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 121

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