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SANTOS JULIÁ - Prisa Revistas

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En algunas versiones muy notables del esquema<br />

antes apuntado, como la teoría de<br />

las instituciones en equilibrio del premio<br />

Nobel de Economía Douglass North, se<br />

ha subrayado la capacidad de las instituciones<br />

de autorreforzarse y de dificultar<br />

su sustitución mediante los efectos de los<br />

incentivos proporcionados por su propia<br />

estructura. Según el conocido esquema de<br />

North, las instituciones ineficientes pueden<br />

sobrevivir como consecuencia del<br />

aprendizaje por el uso de los actores, la<br />

adaptación de éstos a las regularidades<br />

institucionales y los costes del cambio.<br />

(North y Thomas, 1973; North, 1990;<br />

Pierson, 2000; para una exposición de la<br />

teoría de North en esta misma revista,<br />

con motivo de la concesión del Premio<br />

Nobel, véase Colomer, 1993).<br />

El fundamento principal de este argumento<br />

es que los desarrollos institucionales<br />

están sujetos a rendimientos crecientes,<br />

es decir, que la gente obtiene beneficios<br />

netos positivos con el uso de las<br />

Nº 121 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

instituciones existente y que los costes de<br />

cambiarlas tienden a aumentar. Los análisis<br />

iniciales en este enfoque desarrollado<br />

por economistas tienden a concentrarse<br />

en instituciones como los derechos de<br />

propiedad, las garantías de los contratos,<br />

el Estado de derecho, la justicia y otras<br />

que producen mercados eficientes para la<br />

provisión de bienes privados. Las aplicaciones<br />

a la política son apropiadas en la<br />

medida en que ciertas instituciones para<br />

la provisión de bienes públicos también<br />

pueden producir una amplia satisfacción<br />

entre un gran número de ciudadanos, incluso<br />

beneficios universales, porque ciertos<br />

bienes públicos pueden ser consumidos<br />

por todos los ciudadanos por vías<br />

que cada uno de ellos difícilmente puede<br />

anticipar (incluyendo, por ejemplo, la<br />

defensa nacional, la seguridad y la protección<br />

ambiental).<br />

Pero los bienes públicos también son<br />

objeto de la competencia política, porque<br />

siempre comportan alguna dimensión re-<br />

distributiva, incluyendo los impuestos, la<br />

asignación de muchos gastos, las decisiones<br />

sobre localización, etcétera. De hecho,<br />

toda la actividad política –y la política<br />

electoral en particular– comporta<br />

cierto grado de competencia y la producción<br />

de ganadores y perdedores. En otras<br />

palabras, los beneficios y los costes de<br />

muchos resultados políticos institucionales<br />

son significativamente diferentes para<br />

diferentes actores. En estos contextos, para<br />

algunos actores la tentación de salir de<br />

las instituciones existentes puede ser neutralizada,<br />

hasta cierto punto, por los beneficios<br />

relativos de la rutina, la previsibilidad<br />

y la adaptación anterior a las reglas<br />

institucionales existentes, pero no<br />

necesariamente porque obtengan beneficios<br />

brutos importantes derivados de los<br />

resultados institucionales. Así pues, ciertos<br />

aspectos de la política institucional<br />

pueden no estar sujetos a rendimientos<br />

crecientes porque, para ciertos actores,<br />

aprender y adaptarse a las reglas existentes<br />

puede ser casi equivalente a acostumbrarse<br />

a perder. En tal caso, si los costes<br />

de la salida son relativamente bajos, la<br />

promoción del cambio institucional puede<br />

ser una estrategia racional.<br />

Más exactamente, los actores que anticipan<br />

que se convertirán en perdedores<br />

absolutos y permanentes como consecuencia<br />

del juego político desarrollado<br />

bajos las reglas institucionales existentes<br />

pueden preferir el cambio institucional –a<br />

pesar de sus beneficios inciertos y sus costes<br />

ciertos– antes que la derrota asegurada.<br />

Los actores interesados en los cambios<br />

institucionales no son sólo los perdedores<br />

permanentes en el juego. También los gobernantes<br />

con aversión al riesgo que se<br />

ven sometidos a nuevos desafíos de ganadores<br />

potenciales alternativos pueden elegir<br />

racionalmente el cambio de las reglas<br />

institucionales del juego para minimizar<br />

sus pérdidas probables.<br />

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