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SANTOS JULIÁ - Prisa Revistas

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Severo Sarduy<br />

na adaptación a un mercado intelectual,<br />

no por limitado menos<br />

influyente.<br />

La gracia, la espontaneidad<br />

con que en la conversación, aun<br />

antes que en la escritura, Sarduy<br />

proponía insólitas alianzas entre<br />

las letras, la música popular, la<br />

lingüística y la digresión sexual,<br />

era algo inimitable para su empacado<br />

primer público. Sólo Roland<br />

Barthes podía, desde otro registro,<br />

intuir exactamente la naturaleza<br />

de su genio. Para los<br />

demás parroquianos de Saint-<br />

Germain-des-Prés, ese cubano<br />

auténtico fue convirtiéndose en<br />

un cubano di maniera, diversión<br />

de intelectuales que en él festejaban<br />

la exhibición de esa misma<br />

heterodoxia lúdica que en Cuba<br />

lo habría llevado al trabajo forzado<br />

en un campo de la UMAP. En<br />

Sarduy, esa secta sólo supo ver<br />

un reflejo exótico que la confirmaba<br />

en su existencia metropolitana.<br />

Sus secuaces fueron incapaces<br />

de reconocer en él a<br />

un escritor de veras, cuya obra<br />

relegaba sus propias gesticulaciones<br />

a un bajo anaquel.<br />

Nº 121 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

El París de Sarduy tenía por<br />

centro, anacrónico, al café de Flore.<br />

Éste ya no era un café literario<br />

cuando él lo hizo ingresar en su<br />

mitología personal. El prestigioso<br />

decorado de los años cuarenta,<br />

donde los escritores habían buscado<br />

un poco de calor en tiempos<br />

de ocupación y racionamiento,<br />

convertido en la posguerra en<br />

centro de una bohemia internacional,<br />

pero intrínsecamente literaria,<br />

cultural, a fines de los años<br />

sesenta ya se había entregado a<br />

una fauna interlope de publicistas,<br />

modelos, gigolós y otros aspirantes<br />

a esos 15 minutos de fama<br />

que un profeta neoyorquino predijo<br />

para todo el mundo en un<br />

futuro que es hoy. Severo, mejor<br />

que nadie, iba a describir ese submundo<br />

en un texto de El Cristo<br />

de la rue Jacob. Que el aburrimiento<br />

crónico de Roland Barthes<br />

haya elegido ese café por parada<br />

casi cotidiana no es inexplicable:<br />

en su afán clasificatorio<br />

(Sade, Fourier, Loyola) y sistematizador<br />

(Fragments d’un discours<br />

amoureux), el profesor tal vez expiaba<br />

con ese peregrinaje su vis-<br />

ceral timidez ante lo imaginario.<br />

(Después de Valéry, creo que<br />

no ha habido en el idioma francés<br />

un pensamiento literario tan fino<br />

como el de Barthes, una capacidad<br />

tan admirable para libar,<br />

abeille savante, marxismo, estructuralismo,<br />

semiología, y luego segregar<br />

algo siempre diferente,<br />

nunca prisionero de esos severos<br />

enrejados. Su coqueteo amistoso,<br />

hábilmente huidizo, con los más<br />

jóvenes e irremediablemente subalternos<br />

redactores de Tel Quel,<br />

es una de las facetas de esa estrategia.<br />

En tiempos en que la revista,<br />

coqueluche de algunos intelectuales<br />

parisienses y provincianos<br />

transatlánticos, ofrendaba en<br />

los altares de la semiótica y el leninismo,<br />

y citaba la poesía de<br />

Mao Zedong, Barthes ya “estaba<br />

en otra cosa”: lieder, Werther, redescubrir<br />

los sentimientos).<br />

La cuba mestiza<br />

Así como Guillermo Cabrera Infante<br />

reinventó La Habana perdida<br />

como la luz de una vela apagada,<br />

Sarduy se hizo su propio<br />

país portátil con la Cuba que pro-<br />

puso en De dónde son los cantantes.<br />

Para medir el coraje implícito<br />

en ese libro hay que recordar<br />

que, en la primera década de la<br />

revolución, Cuba, bendecida por<br />

la visita de tantos invitados biempensantes,<br />

procuraba aniquilar la<br />

misma rica tradición de mestizaje<br />

cultural que el libro de Sarduy<br />

celebra. El marxismo-leninismo,<br />

entronizado en disciplina científica,<br />

creía poseer la clave indiscutible<br />

del futuro, el “sentido de la<br />

Historia”; consideraba, luego, residuos<br />

de superstición, marcas de<br />

“atraso”, particularismos retrógrados,<br />

rastros de incultura, fermentos<br />

reaccionarios, las múltiples<br />

manifestaciones de religiosidad<br />

animista africana que en la<br />

isla habían esposado al catolicismo,<br />

o la presencia china en la<br />

música y la cocina. En nombre de<br />

la “construcción del socialismo”<br />

se combatía lo más auténtico y<br />

propio de una cultura.<br />

En ese libro Sarduy celebra<br />

una Cuba mestiza, impura, entregada<br />

al despilfarro de lo imaginario,<br />

al goce de lo creado. De<br />

dónde son los cantantes apareció<br />

en Francia más o menos simultáneamente<br />

con el ensayo, publicado<br />

en la revista Critique, donde<br />

Kristeva presentaba al lector<br />

no ruso la obra de Mijail Bajtín.<br />

Ese ensayo seminal iba a marcar<br />

durante más de dos décadas no<br />

sólo a profesores no eslavos, sino<br />

también a cantidad de críticos,<br />

aun a escritores que, como los<br />

lectores más próximos a la autora,<br />

extirpaban esas intuiciones<br />

críticas del contexto soviético<br />

donde adquirían un filo transgresor.<br />

Leída a la luz de Bajtín, la<br />

novela de Sarduy parecía cumplir<br />

con los requisitos de lo polifónico<br />

y lo carnavalesco. Pero ese<br />

texto cubano, aunque resultase<br />

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