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SANTOS JULIÁ - Prisa Revistas

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EDUCACION Y DEMOCRACIA<br />

lidad democrática” que les sobrecarga<br />

con una responsabilidad en<br />

principio ajena a sus estudios profesionales.<br />

Educamos al maestro<br />

de nuestros hijos de una forma<br />

especializadísima, poco enciclopedística,<br />

pues no consideramos<br />

preciso que quien les vaya a enseñar<br />

matemáticas deba tener conocimientos<br />

de higiene o moral y,<br />

sin embargo, cargamos la impartición<br />

de sus materias de una<br />

transversalidad que les hace poco<br />

menos que los paladines de la<br />

provisión de nuestra ciudadanía.<br />

Los docentes apechan voluntariosamente<br />

con ello (porque la<br />

docencia misma es una vocación<br />

voluntariosa más que profesional),<br />

pero realmente no creo que<br />

en las condiciones que les hemos<br />

dejado estén preparados para tal<br />

cometido. Otra cosa sería que el<br />

profesor tuviera pocos alumnos y<br />

años sabáticos para preparar e investigar<br />

en su docencia. Pero no<br />

es el caso puesto que solemos<br />

condenar al maestro a ser un funcionario<br />

que una vez aprobadas<br />

sus oposiciones (o encontrado un<br />

contrato más o menos fijo) no<br />

tiene sino que enseñar. ¿El<br />

qué?¿Para qué? Ya hemos visto<br />

que no lo tenemos muy claro. Y<br />

sin tenerlo claro no vamos a<br />

aportar muchos medios ni dinero<br />

al tema.<br />

Es de esto último de lo que<br />

quiero terminar hablando, porque<br />

la no disposición de medios<br />

y dinero no es sólo una negativa<br />

a gastar tiempo y dinero, es sobre<br />

todo un no ver el sentido a hacerlo.<br />

No deja de ser relevante<br />

cómo en las entrevistas con profesores<br />

de secundaria aparecidas<br />

últimamente en los medios de<br />

comunicación a raíz de la inminente<br />

reforma del último periodo<br />

de educación obligatoria, to-<br />

7 En la polémica sobre el botellón no se<br />

ha tardado en proponer como principal respuesta<br />

el que los jóvenes estudien en su educación<br />

secundaria una asignatura de “higiene<br />

y salud”; mas si tal asignatura sigue siendo<br />

una fuente de información que se toma<br />

sin saber que se ha de integrar en el cultivo<br />

de la propia identidad, ya se me dirá para<br />

qué puede servir. Tener la información es<br />

importante, pero como cotidianamente nos<br />

demuestran nuestros hijos, no es suficiente.<br />

Es menester saber para qué se tiene.<br />

dos los docentes, inclusos los más<br />

desafectos con la LOGSE, desean<br />

garantizar profesores para los<br />

programas de diversificación. Estos<br />

programas no se conciben<br />

como un remolque para los<br />

alumnos desmotivados y frustrados,<br />

no son un enganche para<br />

quien no quiere nada con la escuela,<br />

sino que se dirigen a aquellos<br />

alumnos que aunque tienen<br />

dificultades están deseosos de obtener<br />

el currículo escolar. El argumento<br />

es evidente: la enseñanza<br />

debe ser obligatoria y ello<br />

significa que creemos –y eso está<br />

fuera de dudas– que es menester<br />

escolarizar a todos los futuros<br />

ciudadanos; incluso consideramos<br />

necesario escolarizar a la<br />

fuerza a aquellos que no han comenzado<br />

desde el principio con<br />

el currículo escolar estándar –a<br />

aquellos que han venido de fuera<br />

y se han integrado “a la mitad”<br />

en nuestra ciudadanía–. Y todo<br />

ello está bien, todo ello es correcto<br />

y deseable pero como han<br />

mostrado los profesores en su<br />

bregar cotidiano, esa obligatoriedad<br />

exige que escolaricemos no<br />

por imperativo legal, sino por solidaridad<br />

ciudadana, que no nos<br />

conformemos con meter en la escuela<br />

a todos los que están en<br />

edad de recibir la educación obligatoria,<br />

sino que nos sintamos<br />

concernidos con los futuros ciudadanos<br />

y les deseemos dar la<br />

educación que les proveerá de herramientas<br />

para encontrar una<br />

futura realización personal la<br />

cual, estamos convencidos, que<br />

sólo la hallaran en un mundo<br />

mejor, más justo, más libre. Aquí<br />

reside el sentido último de la<br />

obligatoriedad de la enseñanza,<br />

que es tanto un derecho del nuevo<br />

y futuro ciudadano, cuanto<br />

un deber que en este momento<br />

me es difícil articular con prudencia,<br />

pero que creo que se podría<br />

especificar en el deseo de<br />

construir su vida en el currículo<br />

que con la escuela se desarrolla.<br />

Aquí reside también el sentido<br />

de la transversalidad y del hecho<br />

de que debamos ayudar a aquellos<br />

que tiene problemas con la<br />

escuela, de que debamos desarrollar<br />

programas y proyectos, de<br />

que debamos dedicarles medios y<br />

dinero. Pero, repito, todo ello dirigido<br />

a quienes desean integrarse<br />

en el proyecto de la escuela.<br />

Lo trágico de nuestra escuela<br />

es que existan aquellos que no<br />

quieren tener nada que ver con<br />

ella, que no ven que sin ella no<br />

tienen mundo (no ya profesional<br />

ni siquiera personal). Y para resolver<br />

ese problema de poco pueden<br />

valer reválidas o multiplicar<br />

los itinerarios escolares, pues con<br />

tales soluciones tan sólo expulsamos<br />

directamente de la escuela a<br />

quien no quiere nada con ella,<br />

con lo que obtendremos una bolsa<br />

que cada vez se hará más grande<br />

de ciudadanos poco concernidos<br />

con el mundo en el que deberían<br />

vivir y encontrar su propia<br />

felicidad. Lo cual no es el espíritu<br />

que anima la escuela que desea<br />

una instrucción de todos los ciudadanos.<br />

¿Qué hacer con quien<br />

no quiere nada con la escuela? La<br />

solución puede ser más o menos<br />

compleja, pero en cualquier caso<br />

ha de pasar por confesar:<br />

a) si nosotros queremos tener<br />

algo que ver con la escuela;<br />

b) si realmente nos importa la<br />

instrucción de nuestros hijos porque<br />

suponemos que el conocimiento<br />

no es algo que se adhiere<br />

al ciudadano, sino algo que le<br />

construye y le ayuda a componer<br />

una comunidad donde la autonomía,<br />

la igualdad y la solidaridad<br />

son las piedras angulares y,<br />

por último,<br />

c) si estamos dispuesto a educar,<br />

pero hacerlo no por imperativo<br />

legal sino por solidaridad,<br />

porque deseamos acoger en<br />

nuestro mundo a aquellos que<br />

alimentarán un día la democracia<br />

por la que lucharon nuestros<br />

padres.<br />

Educar y hacer de la educación<br />

un proceso de cultivo de la<br />

identidad, de reconocimiento del<br />

alumno de que puede desarrollarse<br />

y perfeccionarse y que merece<br />

la pena hacerlo. Un proceso,<br />

por qué dudarlo, de disciplina,<br />

de obligatoriedad a la hora de<br />

aprender ciertos modelos de perfección<br />

personal y no otros, ciertas<br />

materias de importancia social<br />

y no otras, pero si tal disciplina<br />

y obligatoriedad al final<br />

construye a un hombre autóno-<br />

mo (con aquellas tres habilidades<br />

arriba mencionadas: crítica, solidaridad<br />

e imaginación empática),<br />

no creo que debamos rechazarla.<br />

Para todo ello hay que comenzar<br />

a repensar la carrera misma del<br />

docente a quien se le ha de educar<br />

liberalmente y no prepararle tan<br />

sólo de una forma puramente<br />

profesional, hay que comenzar a<br />

reclamar la participación activa<br />

de los padres que también, sobre<br />

todo en las primeras etapas de la<br />

educación, son parte integrante<br />

de la escuela (y ello cuesta tiempo<br />

y dinero: no es de recibo que hoy<br />

un tutor de 80 o 90 alumnos de<br />

secundaria disponga tan sólo de<br />

una hora semanal para su dedicación,<br />

tampoco que haya trabas<br />

para faltar al trabajo por un asunto<br />

escolar), y, por último, hay que<br />

empezar a repensar qué le vamos<br />

a pedir realmente a la escuela. Si<br />

tan sólo deseamos que quien llegue<br />

a los 16 años no tenga faltas<br />

de ortografía sí que pueden valer<br />

las peregrinas ideas de hacer más<br />

estrechos los filtros y los exámenes<br />

o de diversificar a los alumnos en<br />

itinerarios cada vez más especializados<br />

según el grado de implicación<br />

escolar; mas si deseamos que<br />

quien no comete faltas de ortografía<br />

en un dictado no las cometa<br />

porque presta la misma<br />

atención al dictado que a su vida<br />

personal o ciudadana, es obvio<br />

que de poco valen parches como<br />

el que se anuncia con la Revalida.<br />

La exigencia es necesaria, el rigor<br />

es preciso, los profesores mismos<br />

reclaman herramientas para luchar<br />

contra la indisciplina, pero<br />

tales herramientas nunca se reclaman<br />

de modo gratuito, no se<br />

enarbolan bajo la bandera de<br />

echar a quienes nada quieren con<br />

la escuela (o de reducirles a ámbitos<br />

donde no molesten), sino<br />

que se solicitan junto a la reclamación<br />

de una cierta moralización<br />

de la vida pública en la que<br />

el alumno y la escuela se integra.<br />

Moralización que, por desgracia<br />

para la educación de nuestros hijos,<br />

suena a chino a aquellos que<br />

hoy dicen querer reformar nuestra<br />

escuela.n<br />

Julio Seone es profesor en la Universidad<br />

de Alcalá.<br />

64 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 121

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