Foro Regional de Intercambio de Experiencias en Prevención y ...

fuerza la idea de explorar las causas de los confl ictos y de ofrecer alternativas no violentas a los grupos en riesgo de
participar en estas conductas delictivas.
En los últimos años ha continuado la insistencia de los organismos internacionales en la vinculación entre desarme y
desarrollo, acompañando por otra parte la evolución hacia un mayor énfasis en las armas pequeñas y ligeras.
La resolución 60/68 aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas en diciembre de 2005 es una “respuesta
a las repercusiones negativas humanitarias y para el desarrollo” de la proliferación de armas pequeñas y ligeras. El
texto exhorta a los estados a “establecer, según proceda, programas amplios de prevención de la violencia armada
integrados en las estrategias nacionales de desarrollo, incluidas las estrategias de lucha contra la pobreza”.
En junio de 2006, un total de 42 países fi rmaron la “Declaración de Ginebra sobre Violencia Armada y Desarrollo”,
que anima a “medir los costos humanos, sociales y económicos de la violencia armada, estimar los riesgos y las
vulnerabilidades, evaluar la efi cacia de programas de reducción de la violencia y diseminar el conocimiento de las
mejores prácticas”. Durante este año está prevista una reunión para discutir medidas para implementar los objetivos
de la declaración.
5. El impacto de la violencia armada en el desarrollo
Como ya fue explicado anteriormente, el efecto negativo de los confl ictos armados en el desarrollo nunca ha sido
cuestionado. Los impactos son múltiples y de naturaleza diversa.
El primero y más evidente es la pérdida de vidas humanas y la multiplicación de casos de lesiones. Además de su
gigantesco impacto social, las muertes presentan un alto costo económico. Las víctimas de la violencia armada suelen
ser adultos jóvenes, en edad productiva, cuyo capital humano se pierde defi nitivamente. Por su parte, las lesiones
provocadas por la violencia dejan también un elevado costo, tanto en términos del tratamiento médico para los
supervivientes como en términos de las secuelas e incapacidades resultantes, que difi cultarán su reincorporación al
mundo del trabajo y precisarán de atención médica y asistencial por tiempo indefi nido. La falta de alimentos y de
condiciones normales de vida deja a muchas poblaciones en situación de mayor riesgo de contraer enfermedades,
elevando así la morbilidad y la mortalidad posteriores al confl icto. Sudán, Somalia y Nepal, entre otros, parecen haber
experimentado un incremento de sus tasas de mortalidad infantil como resultado de los confl ictos. En este sentido,
los profesionales del sector de salud hablan de años de vida saludable perdidos (AVISA), que contabilizan tanto las
muertes como las secuelas.
Las víctimas de la violencia armada suelen ser en buena parte hombres, lo que provoca desestructuración familiar,
con la pérdida de los individuos que generaban ingresos y el aumento de los hogares encabezados por mujeres. Por
su parte, este tipo de hogares casi siempre está entre las familias con menores niveles de renta per cápita, lo que
acaba agudizando la pobreza. En numerosos casos, este trágico proceso ha arrojado también algunas consecuencias
positivas, como la incorporación de la mujer al trabajo y el aumento de sus cuotas de poder, aliado a una disminución
de los poderes patriarcales tradicionales. Esto puede incluso ayudar a reducir la pobreza de las mujeres a medio y largo
plazo. Sin embargo, los efectos negativos superan en mucho a los positivos, que podrían también ser alcanzados de
otra forma.
En segundo lugar, los confl ictos armados difi cultan el mantenimiento del Estado de Derecho y la provisión de servicios
públicos a los ciudadanos, como el transporte, la salud y la educación. A su vez, la imposibilidad de que los ciudadanos
asistan a la escuela erosiona el capital humano futuro y amenaza el crecimiento a medio y largo plazo. En Somalia,
por ejemplo, se estima que las tensiones de los últimos años han creado una generación completa sin acceso a la
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