De regreso <strong>en</strong>traron <strong>en</strong> la casa que hacia <strong>de</strong> palacio real, tocaron las palmas para llamar la at<strong>en</strong>ción y gritaron: ¡Que siga la fiesta, carajo, que ese viejo ’e mierda aún está vivo! 52
26. Entre comparsas y letanías El mejor sitio que <strong>en</strong>contré para ver pasar el carnaval fue el almacén. T<strong>en</strong>ía yo nueve años y era lunes <strong>de</strong> carnaval. Detrás <strong>de</strong>l vidrio, por <strong>en</strong>cima <strong>de</strong> bolsas <strong>de</strong> confites y paquetes <strong>de</strong> galletas, los vi llegar. Eran unos muchachos <strong>de</strong> diversas eda<strong>de</strong>s, todos semi<strong>de</strong>snudos, ap<strong>en</strong>as con <strong>una</strong> pantaloneta, el cuerpo cubierto con aceite quemado y negro <strong>de</strong> humo; llevaban <strong>en</strong> las manos un palo embadurnado <strong>de</strong> negro con el que am<strong>en</strong>azaban a la g<strong>en</strong>te con tiznarla si no les daban <strong>una</strong> moneda. Se referían a la moneda <strong>de</strong> cinco c<strong>en</strong>tavos, que era <strong>de</strong> cobre y con el cinco <strong>en</strong> romanos (V). “Chinco… chinco”, <strong>de</strong>cían con voz gutural, <strong>en</strong> actitud intimidante. Las personas mayores los llamaban fantomas y nosotros les <strong>de</strong>cíamos indios. En especial no hacían nada, sólo andaban por las calles cerrándoles el paso a los transeúntes, hostigándolos para que les dieran <strong>una</strong> moneda. Yo les t<strong>en</strong>ía miedo y me limitaba a observarlos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l mostrador. Como el almacén quedaba sobre la carrera cuarta, cerca <strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong> San Francisco, allí llegaban o pasaban casi todos los disfraces y comparsas. Algunos v<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> tr<strong>en</strong> o <strong>en</strong> bus <strong>de</strong> Ciénaga o <strong>de</strong> los pueblos <strong>de</strong> la Zona Bananera; otros, <strong>de</strong> los barrios <strong>de</strong> la ciudad. Des<strong>de</strong> allí gozaba vi<strong>en</strong>do las danzas y las actuaciones <strong>de</strong> los distintos grupos. Recuerdo la Danza <strong>de</strong> los diablos, extraída <strong>de</strong> las festivida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Corpus Cristi. Eran hombres disfrazados con camisas y pantalones rojos, terminados <strong>en</strong> puntas y <strong>en</strong> cada <strong>una</strong> había un cascabel. Las máscaras o caretas <strong>de</strong> diablo estaban montadas sobre recuadros y se las ponían más como sombreros que para taparse el rostro, y <strong>en</strong> los talones, a manera <strong>de</strong> espuelas, llevaban filosas hojas <strong>de</strong> cuchillos. La danza consistía <strong>en</strong> el cruce rítmico <strong>de</strong> las piernas, con el riesgo <strong>de</strong> cortarse con los cuchillos, al son <strong>de</strong> la acor<strong>de</strong>ón y un tambor. El sonido era similar al que se les oye a los conjuntos musicales <strong>de</strong> los indios <strong>de</strong> la Sierra Nevada. Otro grupo llegaba, <strong>de</strong> pronto, con <strong>una</strong> caja <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra como <strong>una</strong> pequeña tarima y sobre ésta figuras articuladas <strong>de</strong> hombres y mujeres, accionadas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> abajo como marionetas; ejecutaban el baile <strong>de</strong>l pilón o las pilan<strong>de</strong>ras. También con música <strong>de</strong> acor<strong>de</strong>ón y tambor; con sonido igual al anterior. La cacería <strong>de</strong>l tigre, conformada por tres hombres como cazadores, vestidos <strong>de</strong> caqui, con sombrero <strong>de</strong> corcho y provistos <strong>de</strong> rifle, otro disfrazado <strong>de</strong> perro y otro <strong>de</strong> tigre. Mi<strong>en</strong>tras el perro dormía a pata suelta, los tres cazadores husmeaban <strong>en</strong> busca <strong>de</strong>l tigre, <strong>en</strong> tanto que éste se les iba por <strong>de</strong>trás y les hurgaba el trasero. Así hasta cuando mataban al tigre y <strong>de</strong>cían alg<strong>una</strong>s letanías. Los observadores se reían, aplaudían y contribuían con alg<strong>una</strong>s monedas. Otro <strong>de</strong> los disfraces simpáticos era el <strong>de</strong>l parto callejero. Un grupo <strong>de</strong> hombres disfrazados <strong>de</strong> mujer, <strong>una</strong> <strong>de</strong> ellas <strong>en</strong> avanzado estado <strong>de</strong> gravi<strong>de</strong>z, uno <strong>de</strong> médico y otro <strong>de</strong> <strong>en</strong>fermera. Entraban haciéndose notar por la gritería; la mujer embarazada <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> romper fu<strong>en</strong>te se tiraba al suelo y com<strong>en</strong>zaba a gritar por los dolores <strong>de</strong> parto; los gritos eran expresiones grotescas alusivas al presunto padre y la irresponsabilidad <strong>de</strong> traer un niño con lo grave <strong>de</strong> la situación económica. Las comadronas obligaban al médico para que interviniera, pero éste no sabía qué hacer y consultaba a la <strong>en</strong>fermera, que tampoco sabía. Al fin at<strong>en</strong>dían el parto y nacía la 53