y circunstancias que nos hicieron felices durante la niñez y la adolesc<strong>en</strong>cia ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> cariño, compr<strong>en</strong>sión y <strong>de</strong> disciplina. La tía El<strong>en</strong>a era la <strong>en</strong>cargada <strong>de</strong> dosificar la disciplina, y mantuvo siempre colgada <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> su cuarto <strong>una</strong> p<strong>en</strong>ca que llamaba “la Dominguita”, que mis piernas recuerdan con abrasivo ardor. La tía El<strong>en</strong>a nos quiso mucho a todos, aunque siempre percibí mucha especialidad por mí. Vivió y murió soltera y sin pret<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te conocido. De un temperam<strong>en</strong>to recio y estricta <strong>en</strong> sus actos –me cobraba los veinte c<strong>en</strong>tavos que me había prestado, <strong>en</strong> cambio gustosa me ext<strong>en</strong>día la mano para regalarme dos pesos–. Siempre estuvo at<strong>en</strong>ta a las cosas bu<strong>en</strong>as para la casa y para nosotros y <strong>en</strong> Navidad era la primera <strong>en</strong> sacar los adornos, el nacimi<strong>en</strong>to (pesebre), los villancicos y <strong>de</strong>más chécheres. En carnavales, antes <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>spavorida a refugiarse lejos <strong>de</strong>l ruido y la maiz<strong>en</strong>a, nos <strong>de</strong>jaba afuera los disfraces que guardaba <strong>en</strong> el chiribitil durante un año. En ese cuartito, como lo llamábamos, había un mundo <strong>de</strong> cosas a las que yo <strong>en</strong> especial tuve libre acceso y exploré como parte <strong>de</strong> mis juegos <strong>de</strong> infancia. Había también <strong>una</strong> variada colección <strong>de</strong> herrami<strong>en</strong>tas que me fueron útiles para <strong>de</strong>sarrollar cierta <strong>de</strong>streza <strong>en</strong> las manualida<strong>de</strong>s. Como vigilante <strong>de</strong> todo aquello estaba <strong>una</strong> imag<strong>en</strong>, hecha <strong>en</strong> Milán, <strong>de</strong> San francisco <strong>de</strong> Asís, <strong>de</strong> unos cincu<strong>en</strong>ta c<strong>en</strong>tímetros <strong>de</strong> alto, con brazos articulados y vestido con sotana <strong>de</strong> paño que t<strong>en</strong>ía <strong>una</strong> abertura que <strong>de</strong>jaba ver la herida <strong>de</strong>l estigma <strong>de</strong>l lado <strong>de</strong>recho <strong>de</strong>l pecho. Cuando los ratones, aprovechando la paci<strong>en</strong>cia <strong>de</strong>l santo, habían convertido la sotana <strong>en</strong> verda<strong>de</strong>ros harapos y casi lo <strong>de</strong>jaban <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>a <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z, mi mamá le confeccionaba, con todos los <strong>de</strong>talles, <strong>una</strong> nueva sotana. Sin duda alg<strong>una</strong>, parte importante <strong>de</strong> mi manera <strong>de</strong> ser, <strong>de</strong> mi carácter, como dic<strong>en</strong>, se lo <strong>de</strong>bo a la tía El<strong>en</strong>a. Encontramos, al llegar a la nueva casa, familias conocidas por mis padres como los Ariza Caiaffa, Sierra Ariza, Echeverría Lastra, Ceballos Núñez, Ceballos Fontalvo, Serrano Ceballos, Cabas Escárraga, Fontanilla Roldán. Todos ellos, al igual que otras familias cuyos apellidos no logro precisar, nos brindaron calor y apoyo <strong>de</strong> amigos, lo que nos ayudó mucho mi<strong>en</strong>tras nos aclimatábamos <strong>en</strong> un sector que se mostró inicialm<strong>en</strong>te agreste. Un veintinueve <strong>de</strong> marzo, cumpleaños <strong>de</strong> Elsa Maria, tía El<strong>en</strong>a, que era su madrina <strong>de</strong> bautismo, y mamá organizaron el festejo. La mesa lucía <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro un voluminoso pudín <strong>en</strong> forma <strong>de</strong> muñeca <strong>de</strong> largas tr<strong>en</strong>zas. Bor<strong>de</strong>ando la mesa estaban las sorpresas <strong>en</strong> forma <strong>de</strong> muñecas y al lado <strong>de</strong> cada <strong>una</strong> <strong>de</strong> éstas <strong>una</strong> botella <strong>de</strong> Coca Cola <strong>de</strong>corada con un <strong>de</strong>lantalcito. Asistió un numeroso grupo <strong>de</strong> niñas, pero <strong>de</strong>l sector don<strong>de</strong> acabábamos <strong>de</strong> llegar sólo las pocas niñas hijas <strong>de</strong> los conocidos. Eso no agradó a algunos <strong>de</strong> nuestros nuevos vecinos y allegados <strong>de</strong> éstos, y la respuesta no se hizo esperar. Al día sigui<strong>en</strong>te, treinta <strong>de</strong> marzo, era el cumpleaños <strong>de</strong> Luis Carlos José, a qui<strong>en</strong> le habían organizado también su fiesta y preparado un pudín <strong>en</strong> forma <strong>de</strong> cancha <strong>de</strong> fútbol, con su grama ver<strong>de</strong> y las porterías. Cuando la mesa estaba servida y los niños alre<strong>de</strong>dor esperaban ansiosos que Luis Carlos apagara las velitas para cantar el feliz cumpleaños, estalló sobre el pudín <strong>una</strong> bolsa <strong>de</strong> tierra que arrojaron por la v<strong>en</strong>tana. Las luminarias o pantallas <strong>de</strong> la terraza eran robadas o quebradas a piedra. Cuando se optó por no poner otra más, se robaban el bombillo, hasta que hubo que 8
ecurrir a lo antiestético <strong>de</strong> proteger el bombillo con <strong>una</strong> especie <strong>de</strong> jaula <strong>de</strong> alambre, que v<strong>en</strong>dían para el efecto. En varias oportunida<strong>de</strong>s se cagaron <strong>en</strong> el piso <strong>de</strong> la terraza. Rayaban las pare<strong>de</strong>s. Cuando salíamos a la puerta nos miraban como animales raros o v<strong>en</strong>idos <strong>de</strong> otro planeta. Pero apareció el re<strong>de</strong>ntor. 9