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Campbell, Joseph – El Heroe De Las Mil Caras (241p) - el cine signo

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fin, en Dios.<br />

[63]<br />

¡Ah, <strong>el</strong> más tierno, <strong>el</strong> más ciego, <strong>el</strong> más débil!<br />

Yo soy Él a quien has buscado;<br />

Tomas de Ti <strong>el</strong> amor y a mí me tomas. 14<br />

La misma voz perturbadora y misteriosa iba a ser escuchada en la llamada d<strong>el</strong> dios<br />

griego Apolo a la fugitiva donc<strong>el</strong>la Dafne, hija d<strong>el</strong> río Peneo, cuando la perseguía sobre la<br />

llanura. “¡Oh ninfa, oh hija de Peneo, espera!”, la deidad la llamaba como la rana a la<br />

princesa d<strong>el</strong> cuento de hadas. “Yo que te persigo no soy tu enemigo. No sabes de quién<br />

huyes, por esa razón huyes. Corre más lentamente, te lo suplico, y detén tu fuga. Yo también<br />

te seguiré más lentamente. Ahora detente y pregunta quién te ama.”<br />

“Hubiera dicho más —dice la historia—, pero la donc<strong>el</strong>la continuó su fuga aterrorizada y lo<br />

dejó con las palabras en los labios, y aún en su carrera parecía hermosa. Los vientos<br />

desnudaron sus miembros, las brisas contrarias hicieron volar sus ropas mientras corría y un<br />

aire ligero mantenía sus cab<strong>el</strong>los flotando detrás de <strong>el</strong>la. Su b<strong>el</strong>leza fue acrecentada por la<br />

fuga. Pero la caza llegó a su fin, porque <strong>el</strong> joven dios no quiso perder <strong>el</strong> tiempo en palabras<br />

mimosas y urgido por <strong>el</strong> amor la persiguió v<strong>el</strong>ozmente. Así como <strong>el</strong> sabueso de las Galias<br />

que ha visto un ciervo en la llanura y busca su presa con pies alados, y <strong>el</strong> ciervo su salvación;<br />

así él, a punto de apresarla, pensaba que la tenía y rozaba sus talones con las fauces abiertas;<br />

pero <strong>el</strong>la que no sabía si ya había sido capturada, apenas escapaba de las afiladas garras y<br />

dejaba atrás las fauces que casi se cerraban sobre <strong>el</strong>la; así corrían <strong>el</strong> dios y la donc<strong>el</strong>la, <strong>el</strong> uno<br />

empujado por la esperanza y la otra por <strong>el</strong> temor. Pero él corría más rápidamente, llevado<br />

por las alas d<strong>el</strong> amor, no le daba descanso, colgado sobre sus hombros esquivos y respirando<br />

sobre <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o que flotaba sobre su cu<strong>el</strong>lo. Ya no tenía fuerza y pálida de terror y<br />

completamente deshecha por <strong>el</strong> cansancio de su rápida fuga, viendo cerca las aguas d<strong>el</strong> río,<br />

su padre, gritó: ‘¡Oh, Padre, ayúdame! Si tus aguas aposentan la divinidad, cambia y<br />

destruye esta b<strong>el</strong>leza con la cual he atraído demasiado.’ Apenas había hablado cuando un<br />

entumecimiento se apoderó de sus miembros y sus costados suaves se cubrieron con una<br />

d<strong>el</strong>gada corteza. Su cab<strong>el</strong>lo se convirtió en hojas y sus brazos en ramas. Sus pies, hasta ahora<br />

tan suaves, se convirtieron [64] en nudosas raíces, y su cabeza no era ya sino la copa de un<br />

árbol Sólo quedó su fulgurante b<strong>el</strong>leza.” 15<br />

Éste es, sin duda, un final triste y sin recompensa. Apolo, <strong>el</strong> sol, <strong>el</strong> dios d<strong>el</strong> tiempo y<br />

de la madurez, abandonó su persecución y en cambio denominó al laur<strong>el</strong> su árbol favorito y<br />

recomendó irónicamente sus hojas a los que confeccionaban las coronas de la victoria. La<br />

joven se había refugiado en la imagen de su padre y allí había encontrado protección, como<br />

<strong>el</strong> marido fracasado cuyo sueño de amor maternal lo preservaba d<strong>el</strong> estado que entrañaba <strong>el</strong><br />

unirse a una esposa. 16<br />

La literatura d<strong>el</strong> psicoanálisis abunda en ejemplos de esas fijaciones desesperadas. Lo<br />

que representan es la impotencia de prescindir d<strong>el</strong> ego infantil con su esfera de r<strong>el</strong>aciones y<br />

de ideales emotivos. <strong>El</strong> individuo se encierra en las paredes de su infancia, <strong>el</strong> padre y la<br />

madre son los guardianes d<strong>el</strong> umbral y <strong>el</strong> alma débil, temerosa de algún castigo, 17 fracasa en<br />

su intento de atravesar la puerta y renacer en <strong>el</strong> mundo exterior.<br />

<strong>El</strong> doctor Jung habla de un sueño que se asemeja muy estrechamente a la imagen d<strong>el</strong><br />

mito de Dafne. <strong>El</strong> sueño es d<strong>el</strong> mismo joven que se encontró (supra, p. 58) en la tierra de las<br />

ovejas, es decir, en la tierra de la dependencia. Una voz dentro de él decía: “Tengo que<br />

alejarme d<strong>el</strong> padre”, luego, unas cuantas noches después: “Una serpiente traza un círculo<br />

14<br />

Ibid, conclusión.<br />

15<br />

Ovidio, Metamorfosis, I, 504-553.<br />

16<br />

Supra. p. 12.<br />

17<br />

Freud; complejo de castración.<br />

42

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