Campbell, Joseph – El Heroe De Las Mil Caras (241p) - el cine signo
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sol— que fueran mis hijos”.<br />
<strong>El</strong> padre terrible trató entonces de ahogar a los jóvenes en una cámara de vapor<br />
demasiado calentada. <strong>El</strong>los recibieron la ayuda de los vientos, quienes les dieron, para que se<br />
escondieran, un lugar de protección dentro de la cámara. “Sí, son mis hijos”, dijo <strong>el</strong> Sol<br />
cuando salieron, pero era mentira, porque planeaba una nueva trampa. La prueba final<br />
consistía en fumar una pipa llena de veneno. Un gusano p<strong>el</strong>udo previno a los muchachos y<br />
les dio algo para que se lo pusieran dentro de la boca. Fumaron la pipa sin recibir ningún<br />
daño, pasándos<strong>el</strong>a entre <strong>el</strong>los hasta que se acabó. Hasta dijeron que tenía un dulce sabor. <strong>El</strong><br />
Sol estaba orgulloso y completamente satisfecho. “Ahora, hijos míos —preguntó—, ¿qué<br />
queréis de mí? ¿Por qué me habéis [125] buscado?” Los Héroes Gem<strong>el</strong>os habían ganado la<br />
completa confianza d<strong>el</strong> Sol, su padre. 50<br />
La necesidad de que <strong>el</strong> padre sea muy cuidadoso, y de que admita en su casa sólo a<br />
aqu<strong>el</strong>los que han sido completamente probados, queda ilustrada por la desgraciada<br />
experiencia d<strong>el</strong> joven Faetón, descrita en una famosa fábula griega. Nacido de una virgen en<br />
Etiopía y azuzado por sus compañeros para que buscara a su padre, atravesó Persia y la<br />
India para llegar al palacio d<strong>el</strong> Sol, porque su madre le había dicho que su padre era Febo, <strong>el</strong><br />
dios que guiaba <strong>el</strong> carro d<strong>el</strong> Sol.<br />
“<strong>El</strong> palacio d<strong>el</strong> Sol estaba en las alturas sostenido por <strong>el</strong>evadas columnas, lleno de<br />
reflejos de oro y de bronce que brillaban como <strong>el</strong> fuego. Los techos estaban coronados de<br />
marfil pulido; irradiaban las puertas dobles de plata bruñida. Y lo artístico d<strong>el</strong> trabajo<br />
superaba la b<strong>el</strong>leza de los materiales.”<br />
Faetón subió por <strong>el</strong> camino y llegó hasta la casa. Allí descubrió a Febo sentado en un<br />
trono de esmeraldas, rodeado de las Horas y de las Estaciones, d<strong>el</strong> Día, <strong>el</strong> Mes, <strong>el</strong> Año y <strong>el</strong><br />
Siglo. <strong>El</strong> atrevido joven se detuvo en <strong>el</strong> umbral, pues sus ojos mortales no podían soportar la<br />
luz; pero <strong>el</strong> padre, gentilmente, le habló a través d<strong>el</strong> vestíbulo.<br />
“¿Por qué has venido? —preguntó— ¿Qué buscas, oh Faetón, hijo que ningún padre<br />
negaría?”<br />
<strong>El</strong> joven respondió respetuosamente: “Oh padre mío (si me dais <strong>el</strong> derecho de<br />
llamaros así) ¡Febo! ¡Luz d<strong>el</strong> mundo entero! Dadme una prueba, padre mío, por la cual todos<br />
sepan que soy vuestro verdadero hijo.”<br />
<strong>El</strong> gran dios se quitó su corona deslumbrante y dijo al joven que se acercara. Lo tomó<br />
entre sus brazos. Luego le prometió, s<strong>el</strong>lando la promesa con un juramento, que cualquier<br />
prueba que deseara le sería concedida.<br />
Lo que Faetón deseaba era <strong>el</strong> carro de su padre, y <strong>el</strong> derecho de guiar los caballos<br />
alados por un día.<br />
“Esa petición —dijo <strong>el</strong> padre— demuestra que he prometido con demasiada prisa”.<br />
Hizo alejar un poco al muchacho y trató de disuadirlo. “En tu ignorancia —le dijo— pides<br />
más de lo que puede darse, no sólo a ti sino a los dioses. Cada uno de los dioses puede hacer<br />
lo que desee, sin embargo, ninguno, salvo yo, puede guiar mi carro de fuego; no, ni siquiera<br />
Zeus.”<br />
[126] Febo razonaba, pero Faetón no cedía. Incapaz de retirar su juramento, <strong>el</strong> padre<br />
retardaba <strong>el</strong> cumplimiento tanto como <strong>el</strong> tiempo se lo permitía, pero finalmente se vio<br />
forzado a conducir a su obstinado hijo al carro prodigioso: <strong>el</strong> carro tenía los ejes y las varas<br />
de oro, las ruedas adornadas de oro y con su anillo de clavos de plata. <strong>El</strong> yugo estaba<br />
afianzado con crisolitas y joyas. <strong>Las</strong> Horas sacaron a los cuatro caballos de los altos establos y<br />
los caballos respiraban fuego y habían comido aliento ambrosiaco. Los colocaron en las<br />
resonantes bridas y los grandes animales pateaban las barras. Febo frotó la cara de Faetón<br />
con un ungüento para protegerlo contra las llamas y luego colocó en su cabeza la radiante<br />
corona.<br />
“Si, por lo menos, quisieras obedecer las advertencias de tu padre —aconsejó la<br />
50 Matthews, op. cit., pp. 110-113.<br />
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