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07. Las Corrientes del Espacio

La historia ocurre durante el ascenso de Trántor desde ser una gran potencia regional hasta convertirse en un Imperio Galáctico, unificando millones de planetas. Esta historia ocurre alrededor del año 11.000 d. C. (inicialmente 34.500 d. C., según la cronología a principios de los años 1950), cuando el Imperio Trantoriano abarca aproximadamente la mitad de la Vía Láctea.

La historia ocurre durante el ascenso de Trántor desde ser una gran potencia regional hasta convertirse en un Imperio Galáctico, unificando millones de planetas. Esta historia ocurre alrededor del año 11.000 d. C. (inicialmente 34.500 d. C., según la cronología a principios de los años 1950), cuando el Imperio Trantoriano abarca aproximadamente la mitad de la Vía Láctea.

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granjas o los molinos. La cosa no salió <strong>del</strong> todo mal. Sabía tomar la temperatura, poner inyecciones, recetar<br />

píldoras y, lo más importante, podía decir cuándo algún trastorno era suficientemente importante para merecer<br />

un viaje al hospital de la ciudad. Sin este apoyo semiprofesional, los alcanzados por meningitis espinal o<br />

apendicitis aguda hubieran sufrido atrozmente pero, en general, por poco tiempo. Tal como era, los capataces<br />

murmuraban y acusaban a Jencus, de todas las formas posibles menos con palabras, de ser cómplice de una<br />

superchería.<br />

Jencus ayudó a Terens a subir al enfermo en un scooter y, tan disimuladamente como fue posible, lo llevaron a<br />

la ciudad.<br />

Juntos lo lavaron de toda la suciedad y porquería que se había acumulado sobre su cuerpo. Con el cabello no<br />

había nada que hacer. Jencus lo afeitó de pies a cabeza y lo reconoció lo mejor que supo.<br />

-No veo infección alguna, Edil -dijo Jencus-. Ha sido alimentado. <strong>Las</strong> costillas no salen mucho. No sé qué hacer<br />

con él. ¿Cómo supone que llegó hasta allí, Edil?<br />

Hizo la pregunta en el tono pesimista <strong>del</strong> que no cree que Terens pudiese tener contestación a nada. Terens lo<br />

aceptó filosóficamente. Cuando una población ha perdido el Edil a que estaba acostumbrada durante cincuenta<br />

años, el Edil joven que lo sustituye tiene que resignarse a un período de desconfianza y recelo.<br />

-No lo sé, desde luego -dijo Terens.<br />

-No puede andar. No puede dar un paso, sabe usted. Habrá que meterlo aquí. Por lo que puedo juzgar, lo<br />

mismo podría ser un chiquillo. Parece haber perdido las facultades mentales.<br />

-¿Hay alguna enfermedad que produzca estos efectos? -Que yo sepa no. La perturbación mental podría<br />

producirlo, pero no veo nada que lo justifique. Será cosa de mandarle a la ciudad. ¿Había visto usted ya algún<br />

otro caso, Edil?<br />

-Llevo sólo un mes aquí -dijo Terens sonriendo amablemente.<br />

Jencus era un hombre rollizo. Tenía todo el aspecto de haber nacido así y, si a esta constitución natural se le<br />

añade el efecto de una vida sedentaria, no era sorprendente que tuviese la tendencia de apoyar siempre sus<br />

breves frases con el inútil gesto de secarse la brillante frente con un pañuelo rojo.<br />

-No sé qué decir exactamente a los patrulleros -dijo. Los patrulleros llegaron, desde luego. Era imposible<br />

evitarlo. Los chiquillos se lo dijeron a sus padres; los padres se lo dijeron a otros. La vida de la ciudad era<br />

bastante tranquila. Incluso un hecho como aquél era digno de que se contase con todas las combinaciones<br />

posibles entre narrador y narrado. Y ante esta narración, era imposible que los patrulleros no se enterasen.<br />

Los patrulleros, así llamados, eran miembros de la Patrulla Floriana. No eran indígenas de Florina y, por otra<br />

parte, no eran tampoco compatriotas de los Nobles <strong>del</strong> planeta Sark. Eran simples mercenarios con los cuales<br />

se podía contar para mantener el orden a cambio de la paga que recibían sin dejarse jamás arrastrar por una<br />

simpatía, mala consejera, hacia los florinianos por lazos de sangre o cuna.<br />

Acudieron dos de ellos acompañados por uno de los capataces <strong>del</strong> molino, en pleno uso de su limitada<br />

autoridad.<br />

Los patrulleros se mostraban contrariados e indiferentes. Un enajenado idiota podía formar parte <strong>del</strong> trabajo<br />

cotidiano pero difícilmente podía provocar interés. Uno de ellos le dijo al capataz:<br />

-¿Cuánto tiempo necesitas para hacer una identificación? ¿Quién es este hombre?<br />

-No le he visto en mi vida -dijo el capataz moviendo la cabeza enérgicamente-. No es de por aquí.<br />

-¿Llevaba papeles encima? -le preguntó un patrullero a Jencus.<br />

-No. No llevaba más que unos harapos. Los he quemado para evitar la infección.<br />

-¿y qué le pasa?<br />

-Ha perdido el juicio. Eso es todo lo que puedo ver. En aquel momento Terens se llevó a los patrulleros aparte.<br />

Puesto que estaban contrariados serían manejables. El patrullero que había estado haciendo preguntas dejó su<br />

libretita y dijo:<br />

-Bien, no vale siquiera la pena de dar parte. No tiene nada que ver con nosotros. Líbrense de él como puedan.<br />

Y se marcharon.<br />

El capataz se quedó. Era un hombre pecoso, de cabello rojo y un gran bigote hirsuto. Llevaba cinco años de<br />

capataz de rígidos principios, lo cual quería decir que la responsabilidad <strong>del</strong> exacto cumplimiento de los<br />

reglamentos pesaba sobre él.<br />

-Bien -dijo-. Y ¿qué vamos a hacer con todo esto? La gente está tan ocupada hablando que nadie trabaja.<br />

-Mandarlo al hospital de la ciudad, me parece; es lo único que se puede hacer -dijo Jencus agitando<br />

afanosamente su pañuelo-. No puedo hacer nada.<br />

-¡A la Ciudad! -dijo el capataz preocupado-. ¿Y quién va a pagar? ¿Quién se hará cargo de las tarifas? No es<br />

uno de los nuestros, ¿verdad?<br />

-Que yo sepa, no -dijo Jencus.<br />

-Entonces, ¿Por qué tenemos que pagar? Averigüen a quién pertenece. ¡Qué pague su ciudad!<br />

-¿Y cómo quiere que lo averigüemos? ¡Dígamelo!<br />

El capataz reflexionó. Su lengua comenzó a juguetear con la frondosa vegetación de su labio superior .<br />

-Entonces limitémonos a librarnos de él. Como ha dicho el patrullero.<br />

-¡Oiga! -interrumpió Terens-. ¿Qué quiere decir con eso?<br />

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