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07. Las Corrientes del Espacio

La historia ocurre durante el ascenso de Trántor desde ser una gran potencia regional hasta convertirse en un Imperio Galáctico, unificando millones de planetas. Esta historia ocurre alrededor del año 11.000 d. C. (inicialmente 34.500 d. C., según la cronología a principios de los años 1950), cuando el Imperio Trantoriano abarca aproximadamente la mitad de la Vía Láctea.

La historia ocurre durante el ascenso de Trántor desde ser una gran potencia regional hasta convertirse en un Imperio Galáctico, unificando millones de planetas. Esta historia ocurre alrededor del año 11.000 d. C. (inicialmente 34.500 d. C., según la cronología a principios de los años 1950), cuando el Imperio Trantoriano abarca aproximadamente la mitad de la Vía Láctea.

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-¿Estaba usted presente en el interrogatorio?<br />

-Sí.<br />

-Bien. Me lo imaginaba. A propósito, ¿por qué ha abandonado usted la nave?<br />

Ésta, pensó Terens, era la primera pregunta que hubiera debido hacerle.<br />

-Tenía que comunicar un informe especial a...<br />

Vaciló y ella saltó en el acto sobre su vacilación.<br />

-¿A mi padre? No se preocupe por eso. Yo le protejo. Diré que ha venido usted conmigo por orden mía.<br />

-Muy bien, milady -dijo él.<br />

La palabra «milady» resonaba extrañamente en su conciencia. Era una «lady», la más importante <strong>del</strong> mundo, y<br />

él un floriniano. Un hombre capaz de matar patrulleros podía aprender fácilmente a matar nobles y un asesino<br />

de nobles podía, con la misma osadía, mirar a una lady cara a cara.<br />

La miró con los ojos duros y escrutadores. Levantó la cabeza y bajó la vista hacia ella. Era muy bella. Y porque<br />

era la dama más importante de aquella tierra no se dio cuenta de su mirada.<br />

-Quiero que me diga todo lo que oyó <strong>del</strong> interrogatorio-dijo-. Quiero saber todo lo que dijo el indígena. Es muy<br />

importante.<br />

-¿Puedo preguntar por qué se interesa usted por él? -No -dijo secamente. -Como quiera, milady.<br />

No sabía qué iba a decir. Con media conciencia estaba esperando que el coche que les perseguía los<br />

alcanzase. Con la otra media iba dándose cuenta creciente <strong>del</strong> rostro y el cuerpo de la muchacha que tenía al<br />

lado.<br />

Los florinianos <strong>del</strong> Servicio Civil y los que actúan como Ediles eran, teóricamente, solteros. En la práctica, la<br />

mayoría eludían esta restricción cuando les era posible. Terens había hecho lo que había podido y osado en ese<br />

sentido. En el mejor de los casos, sus pruebas no habían sido nunca satisfactorias.<br />

Así, la cosa resultaba mucho más importante por el hecho de que no se había encontrado nunca tan cerca de<br />

una muchacha tan bella en un coche tan lujoso y en tales condiciones de soledad.<br />

Samia esperaba que él hablase, sus ojos negros (¡ay qué ojos!) inflamados por el interés, los labios rojos y<br />

plenos separados por la expectación, su cuerpo tanto más bello por ir envuelto en el más bello kyrt. Jamás<br />

hubiera podido pensar que nadie, nadie, pudiese tener la osadía de albergar peligrosos pensamientos acerca de<br />

la Dama de Fife.<br />

La mitad de su conciencia que esperaba la llegada de los perseguidores se desvaneció.<br />

Se dio súbitamente cuenta de que el asesinato de un Noble no era, al fin y al cabo, el último de los crímenes.<br />

No se dio cuenta de que se movía. Supo solamente que aquel <strong>del</strong>icioso cuerpo estaba en sus brazos, que se<br />

ponía rígido, que por un instante gritaba, y de que él ahogaba sus gritos con sus labios.<br />

Sintió la presa de unas manos sobre su hombro y la corriente de aire al abrirse la portezuela <strong>del</strong> coche. Sus<br />

dedos buscaron el arma, pero era ya demasiado tarde. Le fue arrebatada de la mano.<br />

Samia jadeaba sin poder hablar .<br />

-¿Ha visto lo que ha hecho? -dijo el sarkita.<br />

-¡Déjalo! -respondió el arcturiano-. ¡Cógelo! -dijo, metiéndose un pequeño objeto negro en el bolsillo.<br />

El sarkita arrastró a Terens fuera <strong>del</strong> coche con la energía de la furia sin contención.<br />

-Y ella le ha dejado... -murmuró-. Le ha dejado.<br />

-¿Quiénes son ustedes? -exclamó Samia con súbita energía-. ¿Les ha mandado mi padre?<br />

-Nada de preguntas, por favor -dijo el arcturiano.<br />

-Usted es un extranjero -dijo Samia con cólera.<br />

-¡Pardiez, hubiera debido partirle la cabeza -dijo el sarkita levantando el puño.<br />

-¡Basta! -mandó el arcturiano agarrando el puño <strong>del</strong> sarkita y echándolo atrás. -Para todo hay un límite -gruñó el<br />

sarkita tristemente-. Soy capaz de detener un asesino y tener ganas de matarlo yo mismo, pero estar aquí<br />

viendo lo que ha hecho es demasiado para mí.<br />

Con una voz extraña y un tono agudo anormal, Samia dijo:<br />

-¿Indígena?<br />

El sarkita se inclinó hacia <strong>del</strong>ante y arrancó brutalmente la gorra de Terens. Éste palideció pero no hizo ningún<br />

movimiento. Mantenía la mirada fija en la muchacha y su cabello de arena se movía bajo la brisa.<br />

Samia se deslizó hacia el fondo <strong>del</strong> asiento <strong>del</strong> coche cuanto pudo y allí, con un rápido movimiento, se cubrió el<br />

rostro con las dos manos con tal fuerza que sus dedos se pusieron blancos por la presión.<br />

-¿Qué hacemos con ella? -preguntó el sarkita.<br />

-Nada.<br />

-Nos ha visto. Va a mandar a todo el planeta detrás de nosotros antes de que hayamos recorrido una milla.<br />

-¿Vas a matar acaso a la Dama de Fife? -preguntó el arcturiano sarcásticamente.<br />

-No, pero podemos estropear su coche. En el tiempo en que llegue a un radio-fono estaremos a salvo.<br />

-No es seguro. -El arcturiano se asomó al interior <strong>del</strong> coche-. Milady, tengo sólo un momento. ¿Puede usted<br />

escucharme?<br />

Samia no se movió.<br />

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