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10. Hacia la Fundación

En Hacia la Fundación, Isaac Asimov continúa narrando la biografía de Hari Seldon, que empezó a relatar en Preludio a la Fundación. El libro comienza en Trántor, la capital del Imperio Galáctico, 8 años después de los sucesos ocurridos en Preludio a la Fundación. En esta novela se muestra como Seldon desarrolló su teoría de la psicohistoria desde el concepto hipotético hasta una aplicación práctica a los sucesos del Imperio Galáctico.

En Hacia la Fundación, Isaac Asimov continúa narrando la biografía de Hari Seldon, que empezó a relatar en Preludio a la Fundación. El libro comienza en Trántor, la capital del Imperio Galáctico, 8 años después de los sucesos ocurridos en Preludio a la Fundación. En esta novela se muestra como Seldon desarrolló su teoría de la psicohistoria desde el concepto hipotético hasta una aplicación práctica a los sucesos del Imperio Galáctico.

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Hari Seldon entró en su despacho, y vio que Wanda y Palver ya habían llegado y<br />

estaban sentados junto a <strong>la</strong> mesa de conferencias que había al otro extremo de <strong>la</strong><br />

habitación. Entre los dos, como era habitual, reinaba un silencio absoluto.<br />

Un instante después Seldon se dio cuenta de que no estaban solos. Qué extraño...<br />

Cuando se hal<strong>la</strong>ban en compañía de otras personas Wanda y Palver solían hab<strong>la</strong>r en voz<br />

alta por razones de cortesía, pero en aquellos momentos ninguno de los tres estaba<br />

hab<strong>la</strong>ndo.<br />

Seldon observó al desconocido. Era un hombre de aspecto un poco raro que tendría<br />

unos treinta y cinco años y <strong>la</strong> expresión distraída y absorta de alguien que ha pasado<br />

demasiado tiempo concentrado en sus estudios.<br />

Si no hubiera sido por <strong>la</strong> línea decidida y firme de su mandíbu<strong>la</strong>, Seldon habría<br />

pensado que el desconocido era un hombre tímido y vaci<strong>la</strong>nte, pero estaba c<strong>la</strong>ro que<br />

habría sido un error. En el rostro de aquel hombre había fortaleza y también bondad.<br />

Seldon acabó por decidir que era el rostro de alguien en quien se podíaconfiar.<br />

-Abuelo -dijo Wanda levantándose grácilmente de su sil<strong>la</strong>.<br />

Seldon contempló a su nieta, y sintió una débil punzada de dolor y preocupación. Había<br />

cambiado tanto en los meses transcurridos desde <strong>la</strong> pérdida de su familia... En el pasado,<br />

Wanda nunca parecía capaz de contener el impulso de sonreír y <strong>la</strong>nzar risitas; pero en los<br />

últimos tiempos su rostro sereno apenas se iluminaba de vez en cuando con una sonrisa<br />

beatífica, pero seguía siendo tan hermosa como siempre, y su intelecto era todavía más<br />

asombroso que su belleza.<br />

-Wanda, Palver... -dijo Seldon. Besó a su nieta en <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong> y dio una palmadita<br />

afectuosa en el hombro de Palver-. Ho<strong>la</strong> -dijo volviéndose hacia el desconocido, quien<br />

también se había puesto en pie-. Soy Hari Seldon.<br />

-Es un gran honor conocerle, profesor -dijo el hombre-. Me l<strong>la</strong>mo Bor Alurin.<br />

Alurin le ofreció una mano, el gesto de saludo más arcaico y formal de <strong>la</strong> sociedad<br />

trantoriana.<br />

-Bor es psicólogo, Hari -dijo Palver-, y está muy interesado en tu trabajo.<br />

-Y lo más importante es que Bor es uno de nosotros, abuelo -dijo Wanda.<br />

-¿Uno de vosotros? -Los ojos de Seldon fueron de Wanda a Palver-. ¿Quieres decir...?<br />

-murmuró, y se le iluminaron <strong>la</strong>s pupi<strong>la</strong>s.<br />

-Si, abuelo. Ayer Stettin y yo estábamos paseando por el sector de Ery..., buscábamos<br />

a otros mentalistas, tal y como nos habías sugerido, y de repente... iAllí estaba él!<br />

-Reconocimos <strong>la</strong>s pautas mentales en seguida y empezamos a mirar a nuestro<br />

alrededor intentando establecer un contacto -dijo Palver relevando a Wanda en su re<strong>la</strong>to-.<br />

Nos encontrábamos en una zona comercial cercana al espaciopuerto, y <strong>la</strong>s aceras<br />

estaban repletas de turistas, comerciantes del exterior y gente que iba de compras.<br />

Parecía imposible encontrarle, pero Wanda se limitó a quedarse quieta y envió un<br />

mensaje mental.<br />

«Ven aquí», emitió..., y Bor surgió de entre <strong>la</strong> multitud. Vino hacia nosotros y los dos<br />

captamos su «¿Sí?» mental.<br />

-Asombroso -dijo Seldon sonriendo a su nieta-. Y usted, doctor... ¿Doctor, verdad?<br />

Bien, doctor Alurin, ¿qué opina de todo esto?<br />

-Bueno -dijo el psicólogo con expresión pensativa-, estoy muy comp<strong>la</strong>cido. Siempre<br />

tuve <strong>la</strong> vaga sensación de que era distinto a los demás y nunca supe muy bien por qué, y<br />

si puedo ayudarle en algo yo... -El psicólogo c<strong>la</strong>vó <strong>la</strong> mirada en sus pies como si acabara<br />

de comprender que sus pa<strong>la</strong>bras podían sonar un poco presuntuosas-. Lo que quiero<br />

decir es que Wanda y Stettin me han dicho que quizá pueda contribuir de alguna manera<br />

al proyecto psicohistoria. Profesor, le aseguro que nada me comp<strong>la</strong>cería más.<br />

-Sí, sí. Lo que le han dicho es verdad, doctor Alurin, y, de hecho, creo que puede hacer<br />

una gran contribución al proyecto..., si quiere co<strong>la</strong>borar conmigo. Naturalmente, tanto si se

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