103era una cuestión de justicia, sino de habilidad política. Había otra propuesta, curiosamente de laDirección General de la Guardia Civil, que tenía la misma intencionalidad, puesto que se sugería nosolamente restablecer los conciertos sino también legalizar la ikurriña. El plan era que el <strong>rey</strong> fuerapersonalmente a Gernika a llevar la buena nueva y, particularmente, estaba dispuesto a hacerlo.Pero a Suárez el plan no le pareció bien, porque creía que aquello era "defender a los capitalistasvascos que no querían pagar impuestos".Para que no se calentaran más de lo que debido, en otoño ETA presentó la alternativa KAS en unarueda de prensa. "Pocas o ninguna son las reivindicaciones de libertades que pueden obtenerse porla negociación burocrática cono los gobiernos reformistas de la Monarquía juancarlista", decía elmanifiesto. "KAS declara que la obtención de las aspiraciones democráticas y nacionales aquíexpuestas no pueden realizarse más que por un proceso de lucha popular que debilite y rompacualquier fórmula que signifique la continuidad del fascismo y del poder oligarca". El Gobierno deSuárez había perdido la iniciativa. Lo que pensaban que podían resolver con una bandera y unasconcesiones fiscales se había complicado enormemente porque, aparte de las reivindicacionesnacionalistas (el derecho de autodeterminación, el establecimiento inmediato a título provisional deun Régimen autónomo para Euskadi Sur, el bilingüismo, etc.), también exigían "las medidaseconómicas que llevan a la nacionalización de los sectores de base de la economía, con lasocialización del suelo y de la industria". Y, naturalmente, libertades democráticas, la disolución detodos los cuerpos represivos y la amnistía. El nacionalismo de izquierdas vasco se había convertidoen una contundente oposición al Régimen juancarlista, con la cual ya no sería posible intentar hacerpactos de medias tintas. Todavía en enero de 1977, a causa de los disturbios causados por la muertede una joven de 15 años en una manifestación pro-amnistía en Sestao, Suárez le dijo a suvicepresidente Alfonso Osorio: "O tomamos pronto algunas medidas de gracia para distraer lasituación en el Norte o el País Vasco se belfastiza [de Belfast]". Estaba a punto de empezar unapolítica, fracasada desde su inicio, de concesiones autonómicas que se materializarían en laConstitución de 1979, y que sólo sirvieron para enganchar en el sistema al nacionalismo dederechas (del PNV, Convergencia y <strong>Un</strong>ión y otros similares), lo que a la larga se ha demostradoineficaz para sus propósitos.Medidas de gracia constitucionalesLa política autonómica de Suárez consistió en un "café para todos" que otorgaba los mismosderechos a todas las comunidades, sin tener en cuenta la identidad nacional. Con esto se pretendíadifuminar los conflictos vasco, catalán y gallego en un maremágnum de descentralizaciónadministrativa. "¡Es un fenómeno!", dijo el monarca entusiasmado refiriéndose a Adolfo Suárez,cuando leyó el artículo 2 de la Constitución "La Constitución se fundamenta en la indisolubleunidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce ygarantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y de las regiones que la integran y lasolidaridad entre todas ellas". La defensa de este principio se encargó a las Fuerzas Armadas, en elartículo 8, que reproducía sin grandes cambios el artículo 38 de la Ley orgánica del Estado deFranco. El texto de 1978, además, dejaba claro que, para garantizar el cumplimiento, el <strong>rey</strong> podríaintervenir no sólo utilizando al Ejército como mando supremo de las Fuerzas Armadas, sinotambién como moderador. El <strong>rey</strong> "arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones",
104dice el artículo 56, lo que le otorga una prerrogativa que, como se ha discutido recientemente (el yaex-jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, lo aseguró en una conferencia pronunciada en elaño 2000), se podría aplicar si, por ejemplo, un hipotético gobierno legítimo --con mayoría o enminoría-- asumiera una actitud separatista. Dicho de una manera más clara, si el Gobiernoautónomo vasco se manifestara a favor de la independencia, el <strong>rey</strong> podría ordenar la disolución delparlamento o nombrar un gobierno provisional y, si se lo ponían difícil por las buenas, ordenar laintervención del Ejército. El sistema autonómico, tal y como quedó establecido en el Título VIII dela Constitución, suponía descentralizar la Administración pública, pero los parlamentos quedabanlimitados a las competencias más técnicas y menos políticas. Además, también se especificaba que"en caso alguno se admitirá la federación de Comunidades Autónomas”. Y, desde luego, seestableció que serían legalmente incompetentes en todo aquello que hiciera referencia a posiblescambios en las relaciones de producción e intercambio, en todo el ámbito económico. Por no poder,ni siquiera podían expropiar. En cambio, sí que podían endeudarse con el exterior. Para conseguirque la redacción de la Constitución recogiera estos principios colaboraron todos, aunque alcomienzo se especuló sobre varias alternativas en el modelo a seguir, que eran variaciones sobre elmismo tema y tenían un mismo objetivo. Los senadores reales, de común acuerdo, al inicio delproceso constitucional defendieron una enmienda para reconocer, de forma diferente a como habíallegado del Congreso, los derechos forales del País Vasco. Incluso estuvieron de acuerdo lossenadores militares (los generales Díez Alegría y el almirante Gamboa), siempre más reticentes areconocer diferenciaciones territoriales. El <strong>rey</strong> seguía con la vieja idea, sugerida por el gobernadorcivil Augusto <strong>Un</strong>ceta y la Dirección general de la Guardia Civil, de ganarse de manera muyparticular el apoyo del Partido Nacionalista Vasco. Los senadores hablaron varias veces con SabinoFernández Campo sobre esta enmienda. Y tres de ellos, Carlos Ollero, Alfonso Osorio y Luis Olarra(este último, próspero empresario vasco próximo al Opus Dei, muy activo en la lucha contra ETA),se encargaron de discutirlo con los senadores del PNV, que dieron el visto bueno a la enmienda.Pero al final la iniciativa no prosperó, debido a la firme oposición del vicepresidente del Gobierno,Fernando Abril Martorell, en la línea que unos años antes ya había manifestado Adolfo Suárez.Abril Martorell defendió, en una violenta discusión en el Senado, el principio de que la soberaníapopular radicaba en las Cortes, negándose a admitir que se fragmentara en virtud de un pacto entrela Corona y los vascos, y finalmente consiguió imponer su criterio. Otro de los senadores reales,Julián Marías, republicano durante la República y monárquico durante el franquismo, había sidoreclutado por La Zarzuela en enero de 1977, como buen articulista, para escribirle los discursos al<strong>rey</strong>… y otros cosas. Durante el proceso de gestación de la Constitución, Marías colaborófundamentalmente con un artículo que publicó El País, en el que objetaba que en el primeranteproyecto no se utilizara la palabra nación para hablar de España, lo cual le parecía "unamonstruosidad increíble". A Suárez le gustó tanto el artículo que hizo fotocopias para todo elGobierno, para toda la ponencia constitucional y para todos los dirigentes de los partidos en elParlamento. Y la palabra Nación, con una mayúscula enorme, apareció como por arte de magia enel glorioso artículo 2, al hablar de "la indisoluble unidad de la Nación española". Curiosamente, enla peculiar manera que tenían los padres de la Constitución de entender el nacionalismo español, nose hizo demasiado caso a las cuestiones que tenían que garantizar la independencia de España frentea influencias o injerencias de otros países o centros de poder. Así como no se reconocía la soberaníade los pueblos catalán, vasco y gallego, tampoco se tenía la intención de devolver la soberaníainterior y exterior a los ciudadanos del Estado, secuestrada durante la dictadura. En este sentido, sesiguió una línea sólo comparable a las leyes que los aliados impusieron tras la Segunda GuerraMundial a Alemania e Italia.
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