153CAPÍTULO 16: DE AMORES Y OTRAS BATALLASSiguiendo la tradición de los BorbonesAllá cada cual con sus aventuras, que el propósito de este libro no es moralizar en cuestiones decama. Pero la historia de los amores de Juan Carlos todavía es más larga y compleja que la de susbarcos. En el capítulo 6 ya hemos visto la primera parte de los que se podrían considerar"romances" de juventud --dicho de manera fina--, poco antes del matrimonio con la princesa Sofiade Grecia. Ahora veremos la segunda parte, que se corresponde con la etapa de casado. Auncuando, insistía, lo que interesa no es en absoluto repasar su vida privada con espíritu de escándalode prensa rosa (en su caso, azul). Es una revisión de la hipocresía con que se incumplen algunasnormas esenciales de la monarquía. Los fundamentos monárquicos incluso han llegado aldiccionario, invadiendo acepciones de términos como "bastardo", "morganático"... Y de esto tienenque responder. Se agradecería, por ejemplo, la sinceridad a la hora de asumir responsabilidades conrespecto a los hijos. Aunque Juan Carlos no se haya querido pronunciar respecto a su presunta hijailegítima con Olghina de Robiland, al fin y al cabo está perfectamente asumido que en las casasreales haya algún hijo bastardo. El mismo Don Juan, por ejemplo, no tuvo demasiados problemas enreconocer públicamente un secreto de dominio público, al invitar a su hermano ilegítimo cuandocumplió 80 años, celebrados en el Pardo, Leandro Ruiz de Moraga, que con propiedad se habría dellamar Leandro Borbón Ruiz, que era hijo de Alfonso XIII y una actriz de teatro, Carmen RuizMoraga, de la cual el monarca había sido amante durante años; era, por lo tanto, tío del <strong>rey</strong> JuanCarlos I.Al margen de esto, el pueblo español ha demostrado suficientes veces que no se escandaliza de lalegendaria promiscuidad que a lo largo de los siglos ha caracterizado, como si fuera un malgenético, tanto a los representantes masculinos como a los femeninos de los Borbones. Carlos III yaadvertía a su hijo, el futuro Carlos IV: "Hijo mío, las princesas también pueden ser putas".Precisamente a la que sería su esposa, su prima Maria Luisa de Borbón, "mujer que buscaba a losgallardos guardias recién llegados para satisfacer sus apetitos", se le atribuyó una larga lista deamantes, en la que figuraron, entre muchos otros, Manuel Godoy, el conde de Teba y Agustín deLancaster. El hijo y sucesor de Carlos IV, Fernando VII, también fue famoso por sus "muchos ydesordenados apetitos", aunque no le gustaba solazarse con las damas de la corte y prefería salirdisfrazado por la noche en compañía del duque de Alagó, "siendo las hembras con quienes elamanolado monarca gustaba de platicar y juntarse mozas de rompe y rasga, de mucho trapío y pocoseñorío, que en los barrios bajos gozaban de renombre", según cuentan las crónicas de la época. Lavida adúltera de su hija y sucesora al trono, Isabel II, también fue tema de lavadero para todo elmundo, y está probado que los rumores no se debían siempre a la maledicencia. Alfonso XIItambién salía muchas veces de palacio, acompañado del inseparable duque de Sesto, a recorrerburdeles. Y dejó el legado de su fogosidad a Alfonso XIII, que, al poco tiempo de haber empezadoa reinar, apareció en los papeles, en un semanario parisiense, por los primeros pasos de una relaciónamorosa con una soprano llamada Genoveva Vix. El caso de Juan Carlos no hace sino continuaruna tradición familiar.
154Resulta prácticamente imposible presentar una nómina completa de las distinguidas por los favoresreales. Tal y como explican las personas más próximas, como las ocasiones de conocer gente quetiene el monarca son más bien escasas, suele quedar deslumbrado por las mujeres que ve entelevisión y, cuando esto sucede, solicita a mediadores que se las presenten. Esto de ser <strong>rey</strong> pareceque, por lo general, funciona bastante bien, y el éxito de la operación suele estar asegurado. Susaventuras, casi siempre poco exclusivistas, suelen durar poco tiempo. O bien se mantienen duranteaños pero de manera intermitente, intercalándose las unas con las otras. Fueron frecuentes desde losprimeros años de casado, pero el ímpetu sexual del monarca no disminuyó con los años y continuóen plena madurez, y todavía hoy, aunque ya tenga edad de disfrutar de una plácida jubilación.Preocupado por mantener una buena imagen, a partir de los 50 años empezó a tapar su incipientecalvicie con dos pequeños postizos intercambiables que le cubrían la tonsura, y se sometió a variostratamientos de rejuvenecimiento y embellecimiento (sobre todo, para arreglar unos dientesincisivos superiores demasiado pequeños que entenebrecían su sonrisa), combinados con ejerciciofísico para mantenerse en forma.El resultado global de todo esto lo pudo comprobar casi todo el mundo, cuando el 20 de mayo de1995 la revista italiana Novel 2000 publicaba las fotos del <strong>rey</strong> desnudo sobre la cubierta del yateFortuna, cuando tenía 57 años, "en espléndida soledad". Las instantáneas se habían tomado, segúnla revista, tras la boda de la infanta Elena (en marzo de 1995), cuando el monarca se relajaba deltrasiego cotidiano en el mar después de habérselo quitado todo menos la gorra; aunque, según otrasfuentes, eran más antiguas (de 1989, concretamente). Los paparazzi ya habían pillado antes a unoscuantos príncipes herederos (entre otros, Alberto de Mónaco), pero nunca antes ni después a un <strong>rey</strong>coronado. Y como demostraba un bronceado uniforme, estaba habituado a hacerlo, aunque a laCasa Real le faltó tiempo para decir que era "por prescripción facultativa" para exponer al sol lascicatrices de la intervención quirúrgica que en 1985 le había extirpado parte del testículo izquierdocomo consecuencia de un <strong>golpe</strong>. De todos modos, en las imágenes no se veía tan detalladamente.Más bien se ofrecían con bastante pudor, y a mucha distancia, "las reales rotundidades a los besosdel sol", como decía el texto del reportaje.Y pese a que el semanario atizaba el morbo anunciando que Juan Carlos mostraba "las joyas másescondidas de la Corona española" cuando maniobraba para cambiar de postura, los más mirones nopudieron satisfacer su curiosidad para comprobar si, también en este aspecto, don Juan Carlos eracomparable a su antepasado Fernando VII, llamado el Deseado, que, como se sabe, "asustaba a suscónyuges con el desproporcionado volumen de sus atributos". En España no se pudieron ver lasfotos porque la misma agencia que las vendió en Italia a Novel 2000 las cedió por una abundantecantidad a un semanario que prefirió guardarse la exclusiva en un cajón, vaya usted a saber por qué.Pero el tema trascendió de todos modos y hubo reacciones para todos los gustos. Algunosentusiastas juancarlistas, guiados más por la imaginación que por la comprobación de lo que larevista italiana había publicado realmente, escribieron comentarios halagadores sobre el miembroviril de nuestro <strong>rey</strong>. Antonio Burgos, por ejemplo, se dejó llevar y dijo: "Con estas fotos hemospodido comprobar, así, fehacientemente, que don Juan Carlos tiene la entrepierna tan bienamueblada como demostró el 23-F". Francisco Umbral exclamaba en una columna suya: "¡Albriciascon el desnudo real! El Rey ha demostrado tener el mandato condicional". Y hasta elultraconservador Jaime Campmany recitaba en la Cope: "Dicen que el Rey en las fotos / sale conmuy buena cara, / y tres palmos más abajo / lo que viene da la talla [...] así que al ver la bandera /que el Fortuna quita izada / salió de la espuma Venus / exclamando: ¡Viva España!"
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