39CAPÍTULO 5: SEDUCIENDO AL FRANQUISMOEmpieza la “Operación Lolita”Aquel joven adolescente, rubio y alto, de mirada melancólica, que era Juan Carlos cuando tenía 18años, no tuvo problemas para seducir a los hombres serios del Opus Dei como López Rodó durantelos años cincuenta. La visita a Montellano de Escrivá de Balaguer, en 1955, ya había sido unsíntoma claro del deseo de la Obra por aproximarse al príncipe. También hacía años que era unafigura constante en su formación Angel López del Amo, profesor del príncipe en Friburgo (1947),en Miramar (entre 1951 y 1954, durante varios períodos en la escuela especial principesca deMalmequer, en Estoril, y, además, el único civil durante la etapa de formación militar (enMontellano y en la Academia de Zaragoza). Habría continuado siendo una pieza clave si no hubieramuerto en accidente de tráfico, en los Estados <strong>Un</strong>idos, en 1956.La lucha política entre las familias del Régimen se definía muy claramente a finales de los añoscincuenta en dos bloques: por un lado, los tecnócratas del Opus; por el otro, la Secretaría Generaldel Movimiento, la Falange pura y dura. Los primeros se decantaban por la monarquía, perono encarnada en Don Juan sino en un hijo del Régimen engalanado con sus plumas, Juan Carlos.Los segundos, bien al contrario, gastaban sus energías en intensas campañas contra los Borbones,construidas en entorno a una idea-consigna básica: "No queremos príncipes tontos que no sabengobernar". Tenían una posición visceralmente hostil hacia la monarquía y hacia Don Juan. Peromucho más hacia Juan Carlos, que para los falangistas significaba la alternativa viable a la queFranco podía dar paso. Juan Carlos gustaba a los tecnócratas de la Obra precisamente por esto.A partir de 1957, tras la muerte del infante Alfonso, por diversas circunstancias políticas, miembrosy simpatizantes del Opus y de la ACNP (Asociación Católica Nacional de Propagandistas, unoscuantos jóvenes que, unos cuantos años después, para darse algo más de distinción pasaron allamarse "grupo Tácito") iniciaron la denominada "Operación Lolita". Con esta operaciónintentaban planificar con el suficiente tiempo de antelación cómo tendrían que ser las cosas cuandoFranco muriera: una evolución pacífica, sin rupturas, que permitiera la pervivencia del Régimenbajo unas formas modernizadas. La monarquía se consideraba más una salida que una víaalternativa a la dictadura franquista.Hacían apuestas porque sabían que el Régimen no tenía herederos y se agotaba con Franco. Su"Operación Lolita" (después rebautizada en los libros de historia como "Operación Príncipe", asaber por qué) lo tenía todo previsto para gobernar hasta los años ochenta, como mínimo. Contabancon su cabeza de Estado, Juan Carlos; varias opciones alternativas para dirigir el Gobierno (CarreroBlanco en primer lugar, Torcuato Fernández Miranda después, o López Rodó) y sus "zonas dedesarrollo".
40La guerra de familias la iba ganando la Falange, hasta que Carrero Blanco, considerado laeminencia gris de la dictadura, empezó a ganar cada vez más terreno en el Pardo y consiguió, enfebrero de 1957, que Franco desatara una crisis de gobierno que incorporó a los suyos a los círculosde poder... La euforia entre los monárquicos fue enorme.Torcuato Fernández Miranda actuó desde el comienzo como el ideólogo de la operación, por decirlode alguna manera. Igual que Carrero Blanco, no pertenecía al Opus pero estaba próximo a éste. Susplanes preveían la necesidad de llevar a cabo ciertas reformas de apertura para romper elaislamiento de España y la autarquía, pero siempre "dentro de un orden" y desde la coherencia totalcon el Régimen. Más tarde, a la verdadera historia se añadió una infinidad de pretensiones, matices,justificaciones... y, en estudios recientes, se ha intentado presentar aquellos planes como algo quenunca existió, como si aquel grupo de poder, que sólo pretendía consolidarse a sí mismo, hubieratenido en mente una reforma democrática. En realidad, para Fernández Miranda la sucesión en lapersona de Juan Carlos representaba la garantía constitucional de la continuidad, sobre la queescribiría en múltiples ocasiones. En el año 1966 todavía escribía en el diario Arriba que el futuro<strong>rey</strong> "tiene que ser de estirpe real. Pero, además, tiene que ser encarnación de la legitimidadhistórico-nacional que el Estado español, surgido del 18 de julio, encarna". Más que claro, lo teníaclarísimo: "Las leyes fundamentales del Estado español", escribió, "exigen un Rey comprometidocon la continuidad histórica de la legitimidad nacional surgida del 18 de julio, como fechairreversible".¿Cómo vivía Juan Carlos todo esto? Pues a bastante distancia, e incluso inadvertido, se dedicaba aotras cosas. Todo el mundo le trataba como a un niño y, esencialmente, se comportaba como tal,poco consciente de lo que pasaba a su alrededor hasta límites insospechados. En aquella épocaestaba en la Academia de Zaragoza, y los viernes y sábados se lo llevaba a dormir al Gran Hotelpara que se relajara y la vida militar no se le hiciera tan dura. En mayo o junio conoció a AntonioGarcía Trevijano (más popular como Trevijano, a secas), que ejercía de notario de Albarracín yfrecuentaba el mismo hotel los fines de semana, muy posiblemente porque era el mejor de la ciudady el que más visión de futuro le podía dar. Está claro que Juan Carlos no supo quién era hasta unoscuantos meses después. Con la misma candidez que había deslumbrado a aquellos señorestan serios y católicos, acostumbrados a planificar el futuro de la patria, Juan Carlos tomó aTrevijano por un potentado mexicano, sólo porque traía un sombrero de paja de ala ancha, hablabacon acento andaluz y lucía un gran bigote negro. Y ni sus tutores ni el avispado notario le sacaronde su error; ¿para qué? <strong>Un</strong> día Juan Carlos se había quedado petrificado contemplando el coche deTrevijano, un espectacular descapotable Pegaso, primer premio mundial de elegancia en laexposición de París. Y sin pensárselo dos veces se acercó a Trevijano con interés y timidez almismo tiempo. "¿Eres mejicano?", "Sí, sí", y entonces le preguntó si le llevaba a dar una vuelta,pero que antes tenía que pedir permiso. “¿Y cómo tienes que ir a pedir permiso, tan alto comoeres?”, le vaciló Trevijano, que estaba disimulando, como si no supiese quién era él. El príncipeJuan Carlos se acercó a un grupo de generales y volvió emocionado: "Que sí, que sí puedo ir. Me hadicho el jefe que sí". "Pues venga, sube". Y el notario incluso le dejó conducir un rato. Al díasiguiente, además, aceptó llevarlo de vuelta a la Academia, con lo cual satisfizo los deseos delpríncipe de llegar en coche. Quería que sus compañeros le vieran y presumir un poco delante deellos para rehacerse de todas las bromas respecto a su padre que tenía que aguantar. Más de una vezse había tenido que pelear, citándose por la noche en el picadero de la Academia, para ajustarcuentas con alguien a puñetazos. Y varias veces había salido de estos encuentros con un ojo a lafunerala.
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